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Los haga aptos para toda obra buena

“os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos.”

Hebreos 13:21 RVR1960

Para acometer cualquier acción o actividad, siempre se requieren determinadas condiciones que deben cumplirse. Si queremos estudiar una carrera de artes, debemos tener aptitudes para ello. Del mismo modo sucede con deportes, carreras militares u otro tipo de profesiones que dependen de una preparación previa o que tengamos determinada vocación para ello. Pero en sentido general, siempre requerimos una predisposición para lo que sea que nos propongamos.

Ser capaces de hacer buenas obras no es algo diferente. Puede que un día ayudemos a alguien a cruzar una calle, o demos el asiento en el transporte público, o quizás demos algo que nos pertenece a una persona que lo necesita, pero el próximo día ya nos puede resultar gravoso, ya pensamos que podemos llegar tarde, que nos cansaremos por ir de pie, o que nos estamos quedando sin pertenencias. El egoísmo, la indolencia y nuestra naturaleza hacen que sea difícil para nosotros permanecer haciendo el bien. Por ello, el autor de la epístola a los hebreos escribe: Dios los haga aptos en toda obra buena para que hagan Su voluntad, haciendo Él en ustedes lo que es agradable delante de Él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Es Dios quien debe crearnos las condiciones para toda buena obra, para que podamos dar sin dudar, que obremos en favor de otros sin esperar retribución, y que nos sintamos bien haciéndolo.

En esto se evidencia la necesidad que tenemos de Dios, que es quien pone en nuestro corazón tanto el querer como el hacer. Dispongámonos a hacer Su voluntad, y seamos como herramientas útiles en Sus manos, dispuestos a agradarle y servirle, siendo canales de bendición a otros. ¡El Señor te bendiga!

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Si Tu presencia no irá, no nos saques de aquí

“Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.”

Éxodo 33:15 RVR1960

La humanidad y el desarrollo de las grandes urbes han estado marcadas por migraciones a lo largo de la historia. Se entiende por migración el desplazamiento de población desde un lugar de origen a otro de destino, sucediendo este movimiento entre ciudades o países. Fue evidente en la antigüedad en ciudades como Grecia, Cartago y Roma, posteriormente en la edad media en países de Europa, luego con el descubrimiento de América, siguió con la revolución industrial, hasta nuestros tiempos. Las causas suelen ser muchas, entre ellas motivos económicos, políticos, violencia, guerra, o ambiciones personales, por contar algunas. Lo que sí siempre se establece este movimiento de una provincia hacia la capital del país, o desde países menos desarrollados hacia la nación que resulte más próspera.

En la actualidad, muchas personas de cualquier lugar del mundo referencian a Estados Unidos como país hacia el cual emigrar. Entre la situación que ha generado la pandemia, crisis generalizada, y el deseo de estabilidad económica, muchas familias han sido separadas, y las personas se lanzan por cualquier vía a tratar de alcanzar sus sueños de prosperidad, poniendo en la gran mayoría de los casos hasta en peligro sus vidas. Los cristianos también han sido impactados por esto, y muchos se lanzan a lo desconocido, esperando que Dios les ayude a cumplir sus propósitos, pero sin preguntar Su voluntad. Sin embargo, en una situación distinta, vemos a Moisés que recibe el mandato de liderar al pueblo de Israel hacia la tierra prometida, diciendo Dios que no iría con ellos, y en este pasaje de Éxodo, leemos: Y Moisés respondió: Si Tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. Este no era un propósito personal, era un mandato del Altísimo. Pero Moisés había experimentado de primera mano lo que era contar con Su presencia, y pidió a Dios que fuera con ellos, o no los moviera de donde estaban. A veces tenemos planes, y nuestro Padre nos muestra señales para que no hagamos algo y, aun así, lo hacemos y luego nos preguntamos por qué salió todo mal.

Preguntemos a Dios si estamos haciendo las cosas conforme a Su voluntad o por nuestras fuerzas. Sea por propósito ministerial, profesional o personal, escuchémoslo, no sea que salgamos por pura rebeldía, y fracasemos por no contar con Su presencia. Hagamos nuestras las palabras de Moisés, hasta cuando salimos de nuestro hogar: Señor, si no vas conmigo, no me dejes salir. ¡Dios te bendiga!

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Enséñame a hacer Tu voluntad

“Enséñame a hacer Tu voluntad, porque Tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.”

Salmos 143:10 RVR1960

Una de las mayores libertades que tienen las personas en la actualidad es la posibilidad de no hacer obligatoriamente lo que quiera otro que hagamos. Sin embargo, esta es, a la vez, una de las mayores falacias que existen. Si bien en el feudalismo podría pagar uno con la vida los actos de desobediencia, hoy en día hay maneras más sutiles de forzarte a hacer lo que alguien más quiere, que casi nunca es favorable para ti. Sea mediante salario, coacción, temor a perder nuestra sensación de estabilidad, en muchos casos somos manipulados y llevados a realizar cosas que no queremos, aún cuando creemos que tenemos la libertad que no existía antes.

Esta sensación de libertad hace que para muchos resulte desagradable someterse a alguien más voluntariamente. Sin embargo, el salmista pide: Enséñame a hacer Tu voluntad, porque Tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. Aún en aquella época en la que existían reyes y súbditos, era difícil hacer la voluntad de Dios. No solo implica someter y doblegar nuestro ser, sino que también incluye eliminar prácticas que nos agradan, pero son pecaminosas. Por eso se ruega que se nos enseñe a hacer la voluntad de Dios, y se declara a quién pertenecemos y adoramos, siguiendo con la certeza de que los planes y voluntad del Altísimo son buenos para nosotros, y nos llevará por caminos de rectitud y santidad. Pero nuestro Padre espera a que nosotros sometamos nuestro carácter voluntariamente, y entonces Él obrará en nosotros una gran transformación.

Es difícil hacer la voluntad del Altísimo, pero Él nos puede enseñar, porque es nuestro Dios. Está dispuesto a renovar nuestra vida y guiarnos por caminos de rectitud. Solo es necesario que lo invitemos a hacerlo. ¡El Señor te bendiga!

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Estando en paz con todos

“Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”

Romanos 12:18 RVR1960

Cuando existe prejuicios o predisposición por parte de una persona hacia otra, cualquier comportamiento puede ser visto de forma negativa. Actuaciones cotidianas, o acciones triviales, pueden ser vistas como ofensivas o provocativas si se ven con esta perspectiva. Se puede generar ánimo de conflicto y la otra persona ni siquiera tener conocimiento de ello.

El apóstol Pablo sugiere: Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, estén en paz con todos los hombres. Que seamos cristianos no quiere decir que no seamos dados a viejos hábitos, y aunque nuestro carácter debe ir regenerándose, es un proceso gradual. Cuando nos ofenden, podemos no reaccionar bien, guardar rencor e ir creando una predisposición negativa. A veces, el hecho de que no nos saluden porque esa persona esta distraída o preocupada, puede generar disgusto, dependiendo de nuestros niveles de madurez y susceptibilidad. Por eso el llamado es que mientras dependa de nosotros, estemos en paz y perdonemos. No podemos controlar cómo se comportan otras personas, ni hacer nada para que no nos agredan, ataquen, ofendan o discriminen, pero si podemos modificar nuestro carácter.

Estar en paz con otros no solo nos trae un beneficio físico y anímico al no estar siempre a la defensiva, sino que también ofrece ganancias desde el punto de vista espiritual. Viviremos más sosegados, independientemente de las dificultades, tendremos mejor relación con Dios, y estaremos dando testimonio de la transformación operada en nuestras vidas, además de la presencia del Espíritu Santo en nosotros y la tranquilidad que solo en Cristo podemos tener. Seamos ejemplo ante este mundo en tinieblas. Eso estamos llamados a ser. ¡Dios te bendiga!

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Los que entrarán al reino de los cielos

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

Mateo 7:21 RVR1960

Vivimos en un mundo de apariencias, donde nada es como se promete. Muchas personas aparentan ser felices, cuando realmente llevan vidas de sufrimiento; mientras unos parecen increíblemente ricos, realmente se encuentran en bancarrota; actores y cantantes que se nos presentan como cercanos a sus fans, pero aborrecen tenerlos cerca. A veces nosotros decimos estar satisfechos con nuestros trabajos, y no hay nada más lejos de la realidad. Ser capaces de aparentar algo que realmente no sentimos o somos se ha vuelto parte de la cotidianeidad, y una habilidad social. Sin embargo, en el ámbito espiritual, esto puede tener consecuencias nefastas.

Este pasaje forma parte, junto a otros versículos, de una situación anunciada por Cristo acerca de personas que aparentan ser cristianos o se autoengañan al respecto. Él dice: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. La repetición de la palabra Señor denota un celo en otorgar el título a Jesús. Era un modo de énfasis israelita, y pretendía connotar una familiaridad con el Hijo de Dios que era inexistente. En este y en los versículos siguientes se habla acerca de las personas que alegan conocer y tener comunión con el Mesías, que profesan su fe verbalmente, pero sin obedecer la voluntad de Dios. Es interesante que, mediante apariencias, pueda llegarse a tener un ministerio amplio y espectacular, usando la autoridad de las Escrituras y el nombre de Jesús, sin tener una relación con Él verdadera, pero esto no le dará salvación. El propio Cristo a quién invocan, les desmentirá y negará en el postrer momento. El aspecto crucial para cada creyente es la obediencia a Dios, como mismo hizo Jesús.

No nos engañemos. Podemos aparentar ser fieles creyentes ante el mundo, pero esto no nos dará salvación. Solo la obediencia y sometimiento a la voluntad de Dios genuinamente nos hace formar parte del reino celestial, no por apariencias, sino por una vida de dependencia y comunión real. ¡El Señor te bendiga!

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Engañoso es el corazón

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”

Jeremías 17:9 RVR1960

La interacción con los seres humanos puede ser compleja, hasta el punto de no saber a ciencia cierta como va a reaccionarse ante un estímulo determinado. Nuestros sentimientos son fácilmente manipulados, y una persona es capaz de experimentar varias emociones distintas en un minuto. Muchos aspectos pueden distraernos de hacer lo que sabemos que es correcto, y hasta tal punto es así, que en empresas capitalistas prefieren tener mujeres como especialistas de reclutamiento en Recursos Humanos, pues los hombres pueden ser propensos a contratar mujeres bonitas, aunque no tengan las aptitudes para el puesto de trabajo.

Después de 20 años de matrimonio, un cónyuge puede sorprender a su pareja, nunca llegamos a conocernos del todo. Aun nosotros mismos no nos conocemos. Creemos estar al control de las cosas, y nuestras emociones o sentimientos nos hacen actuar de la forma en que no queremos. Involuntariamente tendemos a hacer el mal. Aunque en nuestra mente queramos hacer buenas obras, podemos terminar haciendo exactamente lo contrario. Jeremías cita palabras del Altísimo, cuando dice acerca del ser humano: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Contesta en el versículo siguiente que quien lo conoce es Él, que escudriña la mente y prueba el corazón. Ante Dios no hay nada de nosotros que esté oculto, ni sentimientos, ni pensamientos, nos conoce mejor que nosotros mismos.

Confiar en nuestro corazón es peligroso. Nosotros mismos nos ponemos tropiezos. Por el contrario, someter nuestra vida y decisiones a Dios, que es quien mejor nos conoce y sabe qué es más adecuado para nosotros, es lo más prudente. Seamos sabios y confiemos en nuestro Padre Celestial.

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Si pedimos conforme a Su voluntad

“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.”

1 Juan 5:14 RVR1960

Los niños se caracterizan por su inocencia y el desconocimiento de cómo suceden las cosas. Para ellos sus padres son capaces de todo y tienen dinero para comprar cuanto deseen. Es por eso que, sin saber la situación económica de la casa o si es bueno para ellos, piden cuanto le viene a la mente o ven, esperando que los progenitores los complazcan. Toca entonces a los adultos decirles que no, a veces porque no está al alcance de ellos, y otras porque no es algo conveniente para los pequeños.

Una situación similar sucede con Dios, con la diferencia que para Él no hay nada inalcanzable, pero sí suele suceder que las peticiones que se le hacen no son adecuadas. Las personas se comportan con el Altísimo como niños malcriados, pidiendo para satisfacer sus gustos, y haciendo rabietas si no se les complace. En la Epístola de Juan, se nos dice: Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Debemos recordar que el Creador no es una máquina dispensadora de caramelos. El principio fundamental para ser escuchado y que nos sean dadas nuestras peticiones es que estas sean conforme a la voluntad del Todopoderoso.

Si nuestro ser estuviera sometido y en comunión con el Padre Celestial, nuestros ruegos serían más enfocados en el Reino de los Cielos y menos en nosotros mismos. Seríamos capaces de escuchar y obedecer Su voluntad y estaríamos alineados con ella. Cuando esto suceda, podremos estar seguros que seremos escuchados y la respuesta no tardará.

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La Palabra de Dios no volverá vacía

“así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.”

Isaías 55:11 RVR1960

Como cristianos, realizamos muchas actividades en el proceso de evangelización. Entre ellas, se encuentran la entrega de tratados o volantes a los transeúntes, la predicación en hospitales y cárceles, la presentación de obras de teatro para niños y jóvenes, visitas e intervenciones a poblados distantes, la publicación en redes sociales de palabras de ánimo y exhortación, todas con un enfoque cristocéntrico. Pero a veces uno se desanima cuando ve a alguien botando el papel impreso con una reflexión, cuando ignoran un mensaje inspirado por Dios y que ha tomado tiempo hacer, cuando las personas hacen oídos sordos a lo único que puede salvarles y darles vida eterna.

Pero debemos recordar que no somos nosotros los que hacemos que las personas se conviertan. No son nuestras palabras, por bellas que sean; no es nuestro intelecto, ni que tan elocuentes seamos. No es nuestro carisma y capacidad de convencimiento. Es el Espíritu Santo. Dice Dios en Isaías: así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié. El Altísimo ha hablado y revelado todo lo que es necesario que el hombre conozca, para su salvación. Nuestro papel es llevar el Evangelio de Salvación a toda persona. Quien hace que este mensaje cale profundo y transforme vidas es Dios.

Aunque parezca irrelevante, toda acción y mensaje que lleve la Palabra de Dios tendrá impacto en las vidas de las personas. Puede que no lo lleguemos a ver, pero lo que nos corresponde es hacer que cada ser humano escuche al menos una vez el plan de salvación divino. Cuando sea oportuno, se encargará el Espíritu Santo de traerle a la mente a cada uno las palabras escuchadas, provocará inquietud y hará que esas vidas se arrepientan y transformen.

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Dad gracias en todo

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.”

1 Tesalonicenses 5:18 RVR1960

El mundo enfrenta una crisis de valores desde hace varios años. Mientras hace unos 20 años o más las personas hacían gala de buenos modales y se reflejaba socialmente en cualquier escenario, en la actualidad somo prolíferos en muestras de mala cortesía, groserías e indolencia. La delicadeza con mujeres y ancianos, ayuda a un impedido o limitado físico, la cordialidad y el buen trato es extremadamente rara de ver. Y dentro de los buenos modales, el ser capaz de agradecer cualquier buena acción en nuestro favor, por sencilla que esta sea, es una de las actuaciones más afectadas.

Ser agradecidos posibilita que quien haya hecho una buena obra en nuestro beneficio, sea propenso a volverla a hacer. Y ciertamente, no hay nadie a quien debiéramos mostrar más agradecimiento que a Dios, por todo cuanto ha hecho por nosotros hasta el día de hoy. El apóstol Pablo escribe en este pasaje: Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con ustedes en Cristo Jesús. Las cosas buenas que suceden en nuestras vidas son proporcionadas por Él, las malas nos fortalecen y hacen madurar como cristianos. Si confiamos y amamos al Padre Celestial, sabemos que todas las cosas nos ayudan a bien (Romanos 8:28 RVR1960). Y lo menos que podemos es mostrar agradecimiento a aquel que hasta a Su Hijo dio por nosotros.

Como padre que cuida a sus hijos es Dios para nosotros. Cada situación que sucede con nosotros ha sido permitida por Él por una causa, y siempre va a redundar en nuestro beneficio. Mostremos agradecimiento a aquel que hasta la vida nos ha dado, y no ha escatimado nada en favor nuestro, hasta el punto que ni con nuestra propia vida podríamos pagarle lo que ha hecho y hará por cada uno de nosotros.

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En paz con todos

“Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”

Romanos 12:18 RVR1960

Cuando existe prejuicios o predisposición por parte de una persona hacia otra, cualquier comportamiento puede ser visto de forma negativa. Actuaciones cotidianas, o acciones triviales, pueden ser vistas como ofensivas o provocativas si se ven con esta perspectiva. Se puede generar ánimo de conflicto y la otra persona ni siquiera tener conocimiento de ello.

El apóstol Pablo sugiere: si es posible, en cuanto dependa de ustedes, tengan paz con todas las personas. Que seamos cristianos no quiere decir que no seamos dados a viejos hábitos, y aunque nuestro carácter debe ir regenerándose, es un proceso gradual. Cuando nos ofenden, podemos no reaccionar bien, guardar rencor e ir creando una predisposición negativa. A veces, el hecho de que no nos saluden porque esa persona esta distraída o preocupada, puede generar disgusto, dependiendo de nuestros niveles de madurez y susceptibilidad. Por eso el llamado es que mientras dependa de nosotros, estemos en paz y perdonemos. No podemos controlar cómo se comportan otras personas, ni hacer nada para que no nos agredan, ataquen, ofendan o discriminen, pero si podemos modificar nuestro carácter.

Estar en paz con otros no solo nos trae un beneficio físico y anímico al no estar siempre a la defensiva, sino que también ofrece ganancias desde el punto de vista espiritual. Viviremos más sosegados, independientemente de las dificultades, tendremos mejor relación con Dios, y estaremos dando testimonio de la transformación operada en nuestras vidas, además de la presencia del Espíritu Santo en nosotros y la tranquilidad que solo en Cristo podemos tener. Seamos ejemplo ante este mundo en tinieblas. Eso estamos llamados a ser.

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