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El que sigue la justicia y la misericordia

“El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra.”

Proverbios 21:21 RVR1960

El camino de los hombres es complejo, modificado por el lugar donde vive, las personas con las que se relaciona, las metas que se traza y la experiencia que tenga. Dependiendo de lo que quiere lograr, comienza a hacer esfuerzos por alcanzar sus objetivos, así estos lo lleven por un sendero escabroso en el que tiene que usar a otros para cumplirlos. Y cada quien obtiene resultados dependiendo de lo que busca.

Hay quienes persiguen el conocimiento, y, sin percatarse, agregan el envanecimiento, y la arrogancia, generando un trato frío con sus semejantes. Otros, poder o dinero, ganando además altanería y prepotencia. Y muchos otros ejemplos pueden agregarse, en los cuales cuando nos enfocamos en nosotros mismos solamente, resulta en un distanciamiento y un trato áspero hacia los demás. Pero hay otros caminos que transitar, y uno de ellos es el que nos propone el autor de los Proverbios, cuando dice: El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra. Siguiendo este camino lo que encontraremos es favor divino y vida eterna. También tenemos el privilegio de caminar de la mano de Dios, mientras el resto de las personas son confundidos por demonios.

Nuestra vida va a estar marcada por la ruta que decidamos transitar. Los resultados que obtendremos durante el transcurso y al final de ese trayecto también estarán acorde a lo que hayamos escogido. Pero hay caminos que llevan a destrucción, y otros a salvación. Meditemos hacia donde estamos dirigiendo nuestros pasos y escojamos un camino de vida. ¡El Señor te bendiga!

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Andando como Cristo

“El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo.”

1 Juan 2:6 RVR1960

La manera en que pensamos, o lo que creemos, siempre repercute de manera directa en nuestro comportamiento y nuestro exterior. Cuando somos empresarios, nos vestimos de una manera determinada, mientras que si somos trabajadores de una empresa, vestimos sus colores y uniformes. Si alguien es un budista, es perceptible por su exterior y comportamiento, del mismo modo que un musulmán. Sin embargo, no es así con los cristianos. Puede decirse que en ese sentido tenemos más libertad, pero esta se está convirtiendo en un libertinaje que nos acerca peligrosamente a no estar definidos con nada, y no solo desde nuestra apariencia, sino desde nuestro modo de pensar.

Más que otra cosa, un cristiano debería sentirse orgulloso de lo que es. Somos hijos de Dios, sacerdotes del Altísimo, embajadores del Reino de los Cielos, portadores de buenas nuevas de salvación que atañen a toda la humanidad. Sin embargo, no nos sentimos como tal. No solo no nos puede reconocer nadie como cristianos, porque no existe ninguna identificación exterior, sino que nuestro comportamiento deja mucho que desear a veces. Y más que aparentar algo ante una sociedad o la iglesia, es la transformación interna genuina la que nos lleva a querer apartarnos del mal, de hacer las cosas diferente, y querer agradar a Dios. Juan enfatiza, hablando de Cristo: El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo. Y es que realmente muchos afirman ser cristianos, y tener una buena relación con Dios, pero solo asisten a la iglesia un día, sin tener verdadera comunión con el Todopoderoso. Pero queremos tener todos los beneficios, ser escuchados, orar por los enfermos y que sanen, y más aún, ser salvos. Olvidamos que Cristo oró al Padre, que se mantenía en comunión, que obedecía, y se sometía a la voluntad del Altísimo.

Para poder verdaderamente permanecer en Cristo, debemos hacer las cosas que Él hizo en Su relación con el Padre y los hombres. Debemos dejar a un lado el ego y buscar el rostro de Dios, someternos a Su Voluntad y tratar de seguir los pasos de Jesús. De este modo, será reconocible en nosotros nuestra identidad como cristianos. ¡El Señor te bendiga!

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Arrastrando a los demás

“Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él.”

2 Crónicas 12:1 RVR1960

En el decursar de nuestra vida es frecuente que tengamos aciertos y errores. Pero existe superficialidad y despreocupación con respecto a nuestras acciones y decisiones, si nos equivocamos o no, porque olvidamos algo de suma importancia, que es que cada una de nuestras actuaciones tienen consecuencias aparejadas. Éstas pueden afectar a las personas que dependen inmediatamente de nosotros o sobre las que ejercemos algún tipo de influencia, mucho más si los lideramos o somos modelos de comportamiento de alguna manera para ellos.

Tenemos un ejemplo de esto en este pasaje, que nos dice: Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él. Roboam fue uno de los hijos del rey Salomón, y el que lo sucedió al morir. Aunque tuvo algunas situaciones al inicio de su reinado, durante los tres primeros años como soberano de Israel fortificó las ciudades, y su influencia real se prestaba para alentar la adoración de Dios. Pero la seguridad y la tranquilidad condijeron a un decaimiento religioso, se bajaron los rigores y constancia, llevando en el cuarto año a la apostasía. Y cómo mismo había sido él quien los llevó a Dios, al apartarse, arrastró con su ejemplo a todos sus súbditos en Israel. Su responsabilidad con respecto al legado y pacto con el Altísimo por parte de sus predecesores, David y Salomón, fue abandonada. Y su conducta fue seguida por todos, trayendo castigo divino por medio de la invasión de Sisac.

Como padres de familia, o como líderes de una congregación, a veces no somos conscientes de la responsabilidad que recae en nuestros hombros. Una mala decisión puede traer consecuencias en nuestros seres queridos o las personas que estamos guiando y que nos toman como referencia. Pidamos dirección y fortaleza a Dios para no apartarnos de Sus caminos y arrastrar con nosotros a muchos, por los que deberemos dar cuentas. ¡El Señor te bendiga!

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Tomando la cruz

“y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.”

Mateo 10:38 RVR1960

Varias personas a lo largo de la historia han reconocido que ellos mismos son sus peores enemigos. Aprender a controlarnos y superar nuestras tentaciones es bastante difícil, por lo que la batalla interna que se libra entre perseverar y desistir, entre la comodidad y lo que es necesario hacer, entre lo bueno y lo malo, es intensa. Para muchas cosas en la vida necesitamos tener dominio propio, resistir y perseverar, aunque internamente queramos abandonar todo, y una de ellas, quizás la más importante, es seguir a Cristo.

Dentro de las instrucciones que Jesús de Nazaret dio a los discípulos, se encuentra esta: y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El término de tomar la cruz de cada uno lleva el sentido de estar preparado para las pruebas y tentaciones que necesitamos pasar, entender que debemos negarnos nosotros mismos (Lucas 9:23 RVR1960) y que por seguir a Cristo debemos estar dispuestos hasta a morir. Ellos lo hicieron en su momento. En la actualidad, hay misioneros que han dado sus vidas por predicar a Cristo a los que se pierden. Este llamado es también para nosotros hoy. En esa cruz deben morir nuestras tentaciones, nuestras debilidades, nuestro ego, nuestro orgullo, nuestras justificaciones. Pero también debemos arrastrar con nosotros como esa estructura de madera pesada, nuestros defectos, nuestras fallas, o enfermedades, poner nuestra vista fija en el Mesías y seguirle, dispuestos a lo que sea necesario, hasta el fin de nuestros días.

Seguir a Cristo no es una tarea fácil. Hacerlo implica una vida de sacrificio y entrega. Se enfrenta la oposición de todos, incluida la familia y hasta de nosotros mismos. Pero es algo que vale la pena hacer, no solo por la recompensa que nos espera para la eternidad, sino que cuando la cruz ser haga tan pesada que no podamos con ella, tendremos a Cristo ayudándonos a levantarla, dándonos fuerzas para seguir, y transformando nuestro carácter y regenerando nuestra vida, para que podamos llevar a cabo nuestro propósito en la tierra, y moremos con Él por la eternidad.

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Amor sin hipocresía

“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.”

Romanos 12:9 RVR1960

Una de las bases de la vida cristiana es el amor. Debe formar parte integral de cada comportamiento, actuación y pensamiento. Es causa y consecuencia de cada creyente, pues por amor hemos sido salvos, y debemos reciprocar lo que hemos recibido. Se debe amar a los hermanos en Cristo, al prójimo y hasta a los enemigos. Por amor tenemos el privilegio de llamar Padre al Creador de todo cuanto existe.

Sin embargo, también es Dios el origen de este amor en nosotros. Él es quien lo pone y hace crecer, pues no forma parte de la naturaleza humana tener estos actos de bondad hacia todos. Con todo, existen personas en la iglesia que aparentan amar a los demás, y su corazón está lleno de murmuraciones, críticas, altanería, arrogancia y falta de amor. Vemos en este pasaje de la epístola de Pablo a los Romanos, que nos dice: el amor sea sin fingimiento. Aborrezcan lo malo, sigan lo bueno. Seamos veraces, y evitemos la hipocresía. Si no lo hacemos, nos mentimos a nosotros mismos, y estamos en pecado. Pero también que sea nuestro sentir apartarnos de lo malo y que los buenos comportamientos sean nuestra norma a seguir.

Si tenemos falta de amor, no lo finjamos, para quedar bien con los hombres. Por el contrario, oremos a Dios para que Él ponga en nuestro corazón este sentimiento, que no hace mejores personas, cristianos eficaces, y podemos ser testimonio de Cristo ante los que se pierden.

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