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La fe sin obras

“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.”

Santiago 2:17 RVR1960

La relación que se establece entre la fe y las obras ha creado controversia debido a las interpretaciones que se han hecho por parte de la comunidad cristiana. El tema de si la salvación es por fe solamente, o además de la fe debemos tener obras, tiene muchos teólogos que la defienden, tanto una como la otra. ¿Soy salvo solamente creyendo en Jesucristo, o tengo que creer en Él y además hacer ciertas cosas?

Si viésemos lo que dice Pablo, vemos que su posición es firme: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley (Romanos 3:28 RVR1960), Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8-9 RVR1960). Pero parece haber una contradicción al compararlo con Santiago, que nos dice: Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe (Santiago 2:24 RVR1960). ¿Es que acaso estos dos hombres de fe no se han puesto de acuerdo? ¿Acaso el sacrificio de Cristo no es suficiente? Aquí se pone de manifiesto la necesidad de siempre leer el contexto del versículo bíblico que estudiamos. Santiago está refutando la creencia de que una persona podría tener fe sin que se exteriorice ninguna buena obra. En este pasaje, vemos que nos dice: Así la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. No dice que la justificación es por fe más obras, sino que un creyente justificado y con Dios en su vida, va a tener buenas obras que den testimonio de su fe y transformación.

Como cristianos, es imposible tener la luz de Cristo y que esta no se exteriorice de modo que todos la vean. Nuestra fe va a conducirnos a una transformación, y ésta, a obrar en favor de los demás. Estas obras no son condicionantes para nuestra salvación, pero si una prueba de legitimidad de nuestra fe. El Espíritu Santo nos conducirá a toda buena acción, y el amor de Dios en nosotros nos impedirá mantenernos indolentes si podemos accionar en favor de los demás.

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El hombre es justificado por fe

“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”

Romanos 3:28 RVR1960

En los primeros tiempos de la iglesia primitiva, sucedió que determinados judíos convertidos al cristianismo consideraban que los gentiles que aceptaban a Cristo tenían que asumir sus costumbres y prácticas de la ley, para poder ser salvos. Esto generó desacuerdos entre los creyentes, y una discriminación porque los israelitas se consideraban más aptos o más adecuados para la salvación.

En la actualidad existen prácticas en las iglesias que son similares. La tendencia al legalismo hace que se impongan determinadas reglas y que se condicione la salvación a cumplirlas. Se llega al punto de considerar que quien no las cumple no tiene santidad o no es cristiano. Pablo se encuentra escribiendo a los romanos, y dice: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. Anteriormente se ha expuesto que el sacrificio de Cristo es más que suficiente para salvarnos, que no hay modo en que podamos salvarnos por nosotros mismos, hagamos lo que hagamos. Solo mediante nuestra fe en que el Mesías es el Camino, Salvación y Vida podemos tener seguridad de que nuestros pecados son perdonados. Cuando agregamos obras a la salvación, decimos que Jesús no es suficiente, que la muerte del Hijo de Dios en la cruz no basta, estamos menospreciando el plan divino.

El primer paso es el perdón de pecados, y posteriormente el Espíritu Santo se encarga de transformar las vidas, santificándonos y haciéndonos apartar del mal. Seamos cuidadosos, no sea que, sin quererlo, por nuestras prácticas con tendencias legalistas, estemos apartando y despreciando a los que deben ser salvos, convirtiéndonos en piedras de tropiezo en vez de canales de bendición.

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Dios prueba el corazón

“Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.”

Jeremías 17:10 RVR1960

Es frecuente en nuestro decursar por la vida encontrar personas que aparentan ser una cosa y realmente son otra. Eso, tristemente, se ha convertido en una habilidad de sobrevivencia en la sociedad, y aunque no sea necesario su uso, muchos lo llevan intrínsecamente. De ese modo, nunca se llega a saber verdaderamente cual es la intención detrás de una acción. Muchas personas asisten a las iglesias en búsqueda de beneficios materiales, donaciones, o ayuda económica, nunca buscando el rostro de Dios. De esa forma, aparentan piedad y misericordia y realmente solo persiguen intereses egoístas.

Dios dice al pueblo de Israel mediante el profeta Jeremías, que el corazón es engañoso y perverso más que todas las cosas, preguntando a continuación quién lo conocerá. E inmediatamente responde: Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.  A veces creemos que por hacer cosas ocultas nadie más lo sabrá. Cuando disfrazamos de bondad nuestras intenciones de humillar y sentirnos superiores a otros, solo nosotros lo sabemos. Que cuando enmascaramos la maldad, nunca se darán cuenta. Olvidamos a Dios, y que no tenemos modo de escondernos de Él, que nuestros pensamientos e intenciones están pueden ser vistas como un libro abierto por el Altísimo, y creemos que escaparemos al castigo de nuestras malas obras. ¡Qué engañados estamos!

Puede que nuestra naturaleza sea engañosa, y que hayamos crecido en un medio que nos lleva a tener intenciones ocultas, pero esto no está conforme a la voluntad de Dios, y nos llevará por un mal camino. Estamos a tiempo de arrepentirnos y enmendar nuestras acciones. El Todopoderoso puede cambiar tu vida, y hacerte una persona veraz y confiable. Hagamos que nuestras obras sean verdaderamente de bien y misericordia, que muestren el amor de Dios.

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Lavaos y limpiaos

“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo”

Isaías 1:16 RVR1960

El ser humano se alejó de Dios cuando desobedeció. Sin embargo, Él siempre ha buscado restaurar la relación que tenía con el hombre. Pero no importa lo que hiciera, la rebeldía y el pecado, como parte de nuestra naturaleza, siempre han afectado la comunión que debería existir. El pueblo de Israel, aun cuando veía la gloria del Todopoderoso manifestarse, continuaba desobedeciendo una y otra vez, practicando el pecado y haciendo el mal.

Mediante el profeta Isaías, Dios les dice: lávense y límpiense; quiten la iniquidad de sus obras de delante de Mis ojos; dejen de hacer lo malo. Esta porción también es para nosotros en la actualidad. Pero a una persona le es imposible lavarse y limpiarse por sí sola del pecado. Y cuando lo intentase, entonces comprendería que necesita al Altísimo, que está dispuesto a intervenir en nuestro favor. Dice que dejemos de hacer obras perversas delante del Creador, y que no hagamos más el mal. En esto también es necesaria la participación divina. Solos no podemos, pues nuestra naturaleza nos lleva a pecar. Posteriormente nos dice que cuando estemos a cuenta, si nuestros pecados son como la grana, serían emblanquecidos como la nieve; y si fueren rojos como el carmesí, vendrían a ser blancos como la lana.

Dios está dispuesto a perdonarnos, a dejar el contador de nuestros pecados en cero y tener comunión con nosotros. Está en nuestras manos dejar de pecar, reconocer nuestras fallas, arrepentirnos, ser receptivos, obedientes y escuchar Su voz, para, de este modo, disfrutar de las bendiciones que Él tiene para nosotros. Ser amigos del mundo solo trae muerte, pero ser amigos de Dios trae vida. La elección es nuestra.

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