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El principio de la sabiduría

“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.”

Proverbios 1:7 RVR1960

En los albores de la humanidad, lo que más se tenía en estima era la fuerza física y las habilidades de caza. Con el transcurso del tiempo, se fue relegando a un segundo plano, siendo la inteligencia y la sabiduría como aplicación práctica la que ganó en importancia, manteniéndose así hasta la actualidad. Los padres se muestran orgullosos cuando sus hijos demuestran ser inteligentes a temprana edad, y más aún cuando obtienen buenas calificaciones en sus estudios.

Sucede que la inteligencia es la facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad. Esta capacidad de adaptación y reacción es muy apreciada en entornos laborales y sociales. Por su parte, la sabiduría se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia propia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento, que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento de la verdad, lo bueno y lo malo. Sin embargo, vemos en este pasaje que se nos dice algo que no está concebido en lo que hemos visto hasta ahora: El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. Mientras hombres de ciencia altamente reconocidos niegan a Dios, se nos dice que el primer paso hacia la sabiduría es la obediencia al Altísimo. Y es que a veces olvidamos que tan efímera es nuestra vida, que somos inteligentes porque Dios nos ha permitido serlo, y que también puede proveernos de sabiduría si se la pedimos.  Agrega, además, que solo los insensatos desprecian la enseñanza y sabiduría.

Reconocer la existencia de Dios, y obedecerle es primordial para tener sabiduría, y una muestra de inteligencia. Pero en lugar de habilidad en los negocios o en los estudios, de cuánto dinero o propiedades tenemos, atañe directamente a donde pasaremos la eternidad. ¡El Señor te bendiga!

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Prolongando nuestra vida

Porque por mí se aumentarán tus días, y años de vida se te añadirán.”

Proverbios 9:11 RVR1960

Ser capaces de prolongar nuestra existencia ha sido siempre un anhelo de las personas. No importa si no tenemos la mejor vida o que nuestras condiciones no sean las mejores, pero queremos ser longevos, algunos por alcanzar sus sueño o metas, y otros por el simple hecho de vivir. Películas, libros y series televisivas se han hecho utilizando esto como tema, y no deja de ser algo que todos hemos pensado, aunque solo sea un momento a lo largo de nuestra vida.

Pero hay una realidad, y es que no tenemos modo de aumentar ni siquiera un segundo a nuestra vida. No solo eso, sino que ni siquiera tenemos idea de cuanto tiempo viviremos. Solo tenemos el momento que vivimos ahora, pero no tenemos ningún control sobre los próximos segundos. ¿Cómo podríamos alargar nuestra existencia? En Proverbios se usa como recurso literario la personificación de la sabiduría, la que se nos dice: Porque por mí se aumentarán tus días, y años de vida se te añadirán. Pero anteriormente a este versículo vemos que el temor a Jehová es el principio de la sabiduría (Proverbios 9:10 RVR1960). Por la obediencia y reverencia a Dios podremos prolongar nuestra vida. Él si tiene el control de nuestros días, sabe la fecha y hora en la que nos presentaremos a rendir cuentas enfrente suyo, y es Su misericordia la que nos ha permitido vivir hasta hoy.

Cuando obedecemos a Dios, Él hace cerco alrededor de nosotros. No se aparta ni deja que nada nos haga daño, además de que nosotros mismo no hacemos lo que puede ocasionarnos problemas. Y nuestro Padre nos seguirá guardando mientras caminemos con Él, prolongando nuestros días en el proceso. ¡El Señor te bendiga!

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Derribando lo que se levanta contra el conocimiento de Dios

“derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.”

2 Corintios 10:5 RVR1960

Los seres humanos tenemos en muy alta estima nuestra imagen, conocimiento y logros. Si partimos desde abajo, y llegamos a alcanzar prestigio, grados científicos, o aseguramos nuestra estabilidad financiera, nos hace sentir importantes, afianza nuestra autoestima, y suele llevarnos a elevar nuestro ego. Desde nuestra perspectiva podemos llegar a cuestionar todo lo que no es lo que conocemos, y en la actualidad, todo lo que no está respaldado por la ciencia. Sin embargo, es llamativo como grandes detractores de la fe cristiana han sido llevados a los pies de Cristo, y no han importado sus títulos o lo que ellos consideran científico.

En el contexto de este pasaje, Pablo habla de que nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios, y continúa hablando del ámbito de las mismas, diciendo que mediante ellas: derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. La apreciación de nuestra persona puede llevarnos a creer que somos importantes y grandes figuras en la sociedad, pero contrastados con Dios somos pequeñas motas de polvo. Y en muchas oportunidades, creyentes llenos de humildad, han tirado por tierra basamentos argumentales que tratan de refutar la religión cristiana. Y es que quien da esta sabiduría no es otro que el Altísimo, y una demostración de poder sobrenatural producto a una oración puede desmoronar nuestra confianza en el método científico. Pero no solo los incrédulos, también los cristianos debemos subordinar nuestro pensamiento a la obediencia a Cristo, evitando así cualquier sobrevaloración de nosotros y la posibilidad de cometer pecado.

En Dios tenemos la posibilidad de impactar en quienes presentan argumentos en contra de nuestras creencias, y en la altivez que se opone al conocimiento divino. Pero debemos tener una sujeción y obediencia al Espíritu Santo, que nos posibilitará ser herramientas útiles para alcanzar estas almas para Cristo. ¡El Señor te bendiga!

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Protección divina

“El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende.”

Salmos 34:7 RVR1960

Los cristianos, como parte de la sociedad en la que vivimos, somos golpeados por todo tipo de situaciones y dificultades del mismo modo en que sucede con los que no conocen a Cristo. Sin embargo, hay momentos en los que es perceptible la mano de Dios cubriendo a los creyentes, mientras el resto de las personas si son afectados.

El salmista declara: El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Como recurso literario, puede usarse esta expresión para relatar la defensa y protección de Dios sobre los que le obedecen. Pero también es literal, puesto que, aunque no es perceptible a simple vista, existen fuerzas opuestas luchando alrededor de nosotros. El pueblo de Israel, en varias ocasiones, vio el poder de Dios al tener la victoria en contra de ejércitos enemigos, y triunfó hasta solo cantando alabanzas (2 Crónicas 20:22 RVR1960). Veían fuerzas desconocidas defendiéndolos del mismo modo en que una respuesta a una oración de Daniel fue retardada (Daniel 10:12-13 RVR1960) por conflictos que no sabían que sucedían a su alrededor. Lo mismo sucede en la actualidad.

Dios no nos deja desamparados. Tenemos defensa contra los enemigos que no podemos percibir, si obedecemos a Dios y no nos apartamos del cerco que Él ha puesto alrededor nuestro. Aférrate y confía en Dios. ¡El Señor te bendiga!

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Los que entrarán al reino de los cielos

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

Mateo 7:21 RVR1960

Vivimos en un mundo de apariencias, donde nada es como se promete. Muchas personas aparentan ser felices, cuando realmente llevan vidas de sufrimiento; mientras unos parecen increíblemente ricos, realmente se encuentran en bancarrota; actores y cantantes que se nos presentan como cercanos a sus fans, pero aborrecen tenerlos cerca. A veces nosotros decimos estar satisfechos con nuestros trabajos, y no hay nada más lejos de la realidad. Ser capaces de aparentar algo que realmente no sentimos o somos se ha vuelto parte de la cotidianeidad, y una habilidad social. Sin embargo, en el ámbito espiritual, esto puede tener consecuencias nefastas.

Este pasaje forma parte, junto a otros versículos, de una situación anunciada por Cristo acerca de personas que aparentan ser cristianos o se autoengañan al respecto. Él dice: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. La repetición de la palabra Señor denota un celo en otorgar el título a Jesús. Era un modo de énfasis israelita, y pretendía connotar una familiaridad con el Hijo de Dios que era inexistente. En este y en los versículos siguientes se habla acerca de las personas que alegan conocer y tener comunión con el Mesías, que profesan su fe verbalmente, pero sin obedecer la voluntad de Dios. Es interesante que, mediante apariencias, pueda llegarse a tener un ministerio amplio y espectacular, usando la autoridad de las Escrituras y el nombre de Jesús, sin tener una relación con Él verdadera, pero esto no le dará salvación. El propio Cristo a quién invocan, les desmentirá y negará en el postrer momento. El aspecto crucial para cada creyente es la obediencia a Dios, como mismo hizo Jesús.

No nos engañemos. Podemos aparentar ser fieles creyentes ante el mundo, pero esto no nos dará salvación. Solo la obediencia y sometimiento a la voluntad de Dios genuinamente nos hace formar parte del reino celestial, no por apariencias, sino por una vida de dependencia y comunión real. ¡El Señor te bendiga!

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Obedezcan a sus pastores

“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.”

Hebreos 13:17 RVR1960

En cualquier área de nuestra vida necesitamos personas que nos guíen adecuadamente y ayude a identificar y corregir lo mal hecho. Cuando niños, lo hacen nuestros padres y maestros; a medida que crecemos, los profesores, y en lo laboral los supervisores y jefes de departamento. En el ámbito espiritual tenemos a los pastores, los cuales guían y cuidan a los feligreses que asisten al templo.

Un pastor debe conocer a su congregación, las particularidades de cada miembro, las dificultades por las que atraviesa y sus debilidades. Esto le permite conformar mensajes y sermones que sirvan de edificación, partiendo de esas mismas características de cada persona. Debe también velar por los riesgos que amenazan a cada creyente, y alertarlos. Pero está en la obligación de corregir el mal comportamiento de ellos. Estas responsabilidades con el cuerpo de Cristo los hace personas que son queridos mientras no reprendan a alguien. Son también blanco de críticas constantes, y están en la vista de todos en la congregación para ver defectos y fallas, llegando a veces a no querer obedecerles. El autor de la epístola a los Hebreos dice: Obedezcan a sus pastores, y sujétense a ellos; porque ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no les es provechoso. Y es que los pastores deben depender de Dios, y darle cuentas a Él por la condición espiritual de cada cristiano de su grey. Esta es una profesión de horas de oración y desvelo preocupados la iglesia, por mensajes que edifiquen, intercesión constante, mayordomía por los creyentes a su cuidado, defensa contra los ataques, y es difícil encontrar como agresores también a los que ellos cuidan. Pero no nos conviene ser presentados ante Dios en esta condición, no sea que nuestra actitud haga que el Altísimo castigue nuestros malos actos, y en vez de ser gozo y corona de los pastores, terminemos apartados por ser obstáculos para ellos.

Debemos obedecer a nuestros pastores, apreciarlos y respaldarlos en oración, por la importante tarea que ellos tienen y su impacto en la iglesia. Más que convertirnos en piedra de tropiezo para ellos, debemos tratar de apoyar su ministerio y que sea Dios quien les guíe a ellos, de modo que más que tener descontento con nosotros, seamos su orgullo. ¡El Señor te bendiga!

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La compasión de Dios

“Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.”

Salmos 103:13 RVR1960

La compasión es un sentimiento más intenso que la empatía. Hace que se perciba y entienda el sufrimiento de los demás, y genera el deseo y acción de aliviar, reducir o eliminar por completo la situación que lo ocasiona. Es frecuente experimentarlo cuando son afectados seres queridos o muy cercanos, visto frecuentemente entre padres e hijos, hermanos, y familiares o amigos muy unidos. En un mundo en el que tantos padecen por disímiles causas, la compasión que nos hace actuar en favor de los demás es muy necesaria.

Además de los ejemplos anteriores, hay Alguien más que siente compasión por nuestros padecimientos, y no permanece impasible, aunque se diga lo contrario. Las personas que no conocen a Dios alegan con frecuencia que Él no existe, porque no permitiría que tantas cosas malas sucedan en el mundo. Casi como respuesta a esto, el salmista escribe: Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. La misma sensación que embarga a un padre es la que experimenta Dios al ver a Sus hijos padeciendo. No permanece inmóvil, sino que toma partido, y libra de las manos de los enemigos, perseguidores o cualquier situación adversa. Pero lo hace con aquellos que le obedecen, los que verdaderamente hacen Su voluntad. No tiene por qué hacerlo con los que niegan Su existencia, lo repudian o difaman. Sin embargo, si los que lo han rechazado se acercan arrepentidos y en busca de Su auxilio, responde con presteza.

Dios muestra compasión hacia Sus hijos cada día que nace. Está dispuesto a librarnos de nuestros problemas, y actuar en favor nuestro. Como nuestro Padre Celestial, entiende nuestro sufrimiento, proporciona fuerzas, consuelo y toma partido en defensa nuestra. No estamos solos, acudamos a Él en momentos de dolor. ¡Dios te bendiga!

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¿A quién obedecemos?

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?”

Romanos 6:16 RVR1960

Los inconversos suelen burlarse de los cristianos, al decir que ellos están esclavizados, que no tienen libertad y que están limitados por todo tipo de restricciones en sus vidas. Esta es una de las razones principales de por qué las personas son reacias a entregarse a Cristo, porque no están dispuestas a obedecer determinadas normas y comportamientos. La parte interesante es que los cristianos consideran que los que no han aceptado a Cristo son esclavos del pecado, y que sus propios vicios y deseos carnales los arrastran a someterse a las tinieblas. Entonces, ¿a quién obedecemos realmente?

Hay ocasiones en que tenemos grilletes y somos esclavos de nuestras pasiones y ni siquiera nos damos cuenta. Por mucho que se intente hablar de términos medios en la actualidad, esto verdaderamente no existe, independientemente de nuestras filosofías, retórica o intentos de autoconvencimiento. Hay una de dos, o estás con Dios o con demonios. En el caso del Altísimo, nos sometemos voluntariamente como siervos a Su voluntad, dispuestos a obedecerle como nuestro Señor. Y aunque mucho se ha intentado suavizar el término, no se debe olvidar la naturaleza de nuestra relación, pues hacerlo terminará en que estemos en desobediencia. Sin embargo, por misericordia y la mediación de Cristo, nos trata como a Sus hijos (Gálatas 4:7 RVR1960), aun cuando le debemos todo. Mientras, cuando estamos apartados de Dios, tenemos mucha libertad en el pecado, y ni siquiera tenemos un señor, aparentemente. Sin embargo, nuestros vicios y excesos nos tienen maniatados y enceguecidos bajo el yugo del pecado. Pero hay un resultado final también, como dice Pablo en este pasaje: ¿No saben que si se someten a alguien como esclavos para obedecerle, son esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?

Sea a Dios voluntariamente, o al pecado sin saberlo, siempre estamos sirviendo a alguien. En el pecado solo encontraremos muerte al final, mientras que en la obediencia a Dios encontraremos justicia, que nos conducirá a salvación y vida eterna. Apartados de Cristo, tenemos una existencia en jaula y grilletes de oro con un triste final, con Dios tenemos una existencia en la cual trataremos de perfeccionarnos para vivir con Él por la eternidad. ¿Cuál te parece que es mejor? ¡Dios te bendiga!

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Jehová es mi pastor

“Jehová es mi pastor; nada me faltará.”

Salmos 23:1 RVR1960

La relación que se establece entre un pastor y sus ovejas es muy interesante. Temprano en la mañana se sacan a estos nobles animales a pacer, y ellos, obedientemente, son guiados hacia los lugares donde hay mejor pasto y están alejados de peligro. El rebaño es capaz de identificar la voz de esa persona, y siguen sus comandos y órdenes. Aunque realmente no entiendan que significan las palabras, reaccionan a ellas como si lo hicieran.

Esta relación es usada como alegoría varias veces en las Sagradas Escrituras, en la que los miembros de la iglesia o los seguidores del Altísimo somos ovejas y Dios nuestro pastor. En este conocido salmo, se declara: Jehová es mi pastor; nada me faltará. El salmista sabe por experiencia que cuando asumimos al Todopoderoso como nuestro Señor, y, del mismo modo en que lo hacen las ovejas, respondemos a Su voz, obedecemos Sus órdenes, recibimos la corrección cuando nos salimos de rumbo, y dejamos que nos guíe en nuestro camino, nada nos faltará. Su provisión estará con nosotros, y seremos llevados a donde realmente debemos ir, y los peligros no nos acecharan constantemente, y, aunque los hubiera, tendríamos un defensor oportuno.

Los seres humanos, a veces, nos comportamos con menos inteligencia que los animales. Si fuésemos capaces de imitar el comportamiento de las ovejas hacia el pastor en nuestra relación con Dios, tendríamos menos dificultades y tropiezos en la vida. Pero no es tarde. Reconozcamos y obedezcamos al Altísimo y nos daremos cuenta que nuestra suerte y esperanza está en nuestro Padre Celestial.

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Si permanecen en mí

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.”

Juan 15:7 RVR1960

Cuando no somos capaces de resolver nuestras necesidades o problemas por nuestros propios medios, o son declarados humanamente imposibles por otros, tratamos de buscar una ayuda sobrenatural, aunque no creamos en nada. Esta es una característica básica de los seres humanos. Los cristianos, por su parte, saben en quién tienen que confiar, pero, en su lugar, prefieren tratar de resolver ellos mismos las situaciones que se les presentan, y solo en casos extremos acuden al Padre Celestial. Es frecuente la impaciencia, pues no esperamos el tiempo de Dios, también nos afecta la falta de confianza en que seremos escuchados, y en muchos casos, la falta de comunión.

Cuando Jesús les hablaba a sus discípulos acerca de la unidad espiritual que debía existir entre Él y Su pueblo, refiriéndose a sí mismo como la vid verdadera y a nosotros como sus pámpanos, dijo: Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pidan todo lo que quieran, y les será hecho. Esta declaración puede alegrar a muchos, por la certeza que da de que cualquier cosa que pidamos, nos será hecha, pero hay dos condiciones para esto. La primera es permanecer en Cristo, seguirle, y la segunda es que sus palabras y enseñanzas se mantengan en nosotros. Debemos obedecerle, escucharle y no apartarnos ni a izquierda ni derecha de la ruta que nos traza. Mediante la lectura de la Biblia, oración constante, y escuchar la voz del Espíritu Santo, mantenemos una comunión cercana y somos capaces de abandonar todo egoísmo de nuestras peticiones, alineándolas con la voluntad divina.

Nos es necesario despojarnos del viejo yo, obedecer a Cristo en cada aspecto, y permanecer en Él. De este modo, nuestra relación será más estrecha, tendremos mayor certeza de que nuestras peticiones estén verdaderamente fundamentadas en la voluntad de Dios para nosotros y no en nuestras propias ambiciones y deseos. Así, podremos pedir cualquier cosa, confiados en que nos será dada.

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