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Desciende de la cruz

“El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban.”

Marcos 15:32 RVR1960

Un día como este se acerca el desenlace anunciado por Jesús. Golpeado, adolorido y escarnecido, es llevado delante de Pilato y acusado como alborotador del pueblo judío. Mientras era acusado, Él se mantuvo en silencio, sin defenderse ni responder, actitud que admiraba al gobernador romano. No encontrando falta en Cristo, decide someter a elección popular si lo crucificarían o sería libre. La multitud, que días antes había estado gritando: ¡Hosanna! ahora gritó: ¡Crucifícale! Prefirieron liberar a un alborotador homicida, instigados por los sacerdotes judíos que escoger al Hijo de Dios. Nuevamente Jesús es azotado, se burlan de Él poniéndole una corona de espinas y un manto morado, le golpean la cabeza y lo escupen. Es obligado a llevar la cruz en la que moriría, pero extenuado y lleno de heridas, cae al suelo varias veces. Simón de Cirene es entonces forzado a ayudarle a cargar el pesado instrumento de muerte. Ya en Gólgota, es crucificado, y expuesto ante los ojos de los curiosos en su agonía.

Durante todo el tiempo entre su cautiverio y la crucifixión, recibió golpes, heridas, maltratos, burlas y humillaciones. Aún en este momento, débil, mientras Su preciosa sangre se derramaba y poco a poco Su vida se iba, continuó el escarnio. Las personas, sacerdotes y aún uno de los que estaba crucificado con Él le injuriaban, y comentaban que a otros había salvado y a sí mismo no se podía salvar. Y a modo de reto, decían: El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban. ¡Cuánta estupidez humana! ¿Cómo no darse cuenta que Él había resucitado a un hombre después de cuatro días muerto? ¿Cómo no saber que alguien capaz de curar enfermedades, cuerpos plagados de lepra, haber restaurado una oreja cortada podría curar sus propias heridas, si esa fuese la intención? ¿Cómo alguien capaz de calmar la tormenta, caminar sobre las aguas, y dominar los elementos, testigo y parte de la Creación de todo cuanto existe podría ser restringido por unos clavos en la cruz? Jesús podría haber bajado de ahí, haber sanado sus llagas, y haber arrasado con todos los que conspiraron contra Él. Pero entonces nadie sería salvo, la humanidad nunca hubiese restaurado su relación con Dios y el propósito del Padre no se cumpliría. Él tenía que morir, para que Su sacrificio, único e insustituible, pudiese reconciliarnos con el Todopoderoso, para que Su sangre limpiase a la humanidad de pecado, para que Él fuese el camino mediante el cual pudiésemos ser verdaderamente salvos.

En la actualidad, las personas también retan a Dios, en medio del desconocimiento y la ignorancia. Dicen: si Dios existe, que haga tal o más cual cosa, si es real, que esto o lo otro suceda. No son capaces de comprender verdades, principios y propósitos divinos. Algunos decían a Jesús: baja de la cruz, para que creamos. El motivo principal de esa muerte no era que creyeran que Él era el Hijo de Dios, era traer salvación a la humanidad. Si Él hubiese respondido al ego, el propósito del Padre no se habría cumplido. Tú también tienes un propósito, dado por el Creador del Universo. Sigue el ejemplo de Jesús, capaz de cumplirlo resistiendo el yo, en función de la visión de Aquel cuya voluntad es perfecta y redunda en bien para los que le aman y obedecen. ¡El Señor te bendiga!

#SemanaSanta, #CrucifixionDeJesus, #HaciendoLaVoluntadDeDios, #MinutosConDios, #ReflexionesDiarias

Desciende de la cruz

“El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban.”

Marcos 15:32 RVR1960

Un día como este se acerca el desenlace anunciado por Jesús. Golpeado, adolorido y escarnecido, es llevado delante de Pilato y acusado como alborotador del pueblo judío. Mientras era acusado, Él se mantuvo en silencio, sin defenderse ni responder, actitud que admiraba al gobernador romano. No encontrando falta en Cristo, decide someter a elección popular si lo crucificarían o sería libre. La multitud, que días antes había estado gritando: ¡Hosanna! ahora gritó: ¡Crucifícale! Prefirieron liberar a un alborotador homicida, instigados por los sacerdotes judíos que escoger al Hijo de Dios. Nuevamente Jesús es azotado, se burlan de Él poniéndole una corona de espinas y un manto morado, le golpean la cabeza y lo escupen. Es obligado a llevar la cruz en la que moriría, pero extenuado y lleno de heridas, cae al suelo varias veces. Simón de Cirene es entonces forzado a ayudarle a cargar el pesado instrumento de muerte. Ya en Gólgota, es crucificado, y expuesto ante los ojos de los curiosos en su agonía.

Durante todo el tiempo entre su cautiverio y la crucifixión, recibió golpes, heridas, maltratos, burlas y humillaciones. Aún en este momento, débil, mientras Su preciosa sangre se derramaba y poco a poco Su vida se iba, continuó el escarnio. Las personas, sacerdotes y aún uno de los que estaba crucificado con Él le injuriaban, y comentaban que a otros había salvado y a sí mismo no se podía salvar. Y a modo de reto, decían: El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban. ¡Cuánta estupidez humana! ¿Cómo no darse cuenta que Él había resucitado a un hombre después de cuatro días muerto? ¿Cómo no saber que alguien capaz de curar enfermedades, cuerpos plagados de lepra, haber restaurado una oreja cortada podría curar sus propias heridas, si esa fuese la intención? ¿Cómo alguien capaz de calmar la tormenta, caminar sobre las aguas, y dominar los elementos, testigo y parte de la Creación de todo cuanto existe podría ser restringido por unos clavos en la cruz? Jesús podría haber bajado de ahí, haber sanado sus llagas, y haber arrasado con todos los que conspiraron contra Él. Pero entonces nadie sería salvo, la humanidad nunca hubiese restaurado su relación con Dios y el propósito del Padre no se cumpliría. Él tenía que morir, para que Su sacrificio, único e insustituible, pudiese reconciliarnos con el Todopoderoso, para que Su sangre limpiase a la humanidad de pecado, para que Él fuese el camino mediante el cual pudiésemos ser verdaderamente salvos.

En la actualidad, las personas también retan a Dios, en medio del desconocimiento y la ignorancia. Dicen: si Dios existe, que haga tal o más cual cosa, si es real, que esto o lo otro suceda. No son capaces de comprender verdades, principios y propósitos divinos. Algunos decían a Jesús: baja de la cruz, para que creamos. El motivo principal de esa muerte no era que creyeran que Él era el Hijo de Dios, era traer salvación a la humanidad. Si Él hubiese respondido al ego, el propósito del Padre no se habría cumplido. Tú también tienes un propósito, dado por el Creador del Universo. Sigue el ejemplo de Jesús, capaz de cumplirlo resistiendo el yo, en función de la visión de Aquel cuya voluntad es perfecta y redunda en bien para los que le aman y obedecen.

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Aunque ande en valle de sombra de muerte

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”

Salmos 23:4 RVR1960

Las personas que, durante la guerra, han sido objeto de una emboscada del enemigo, saben que se experimenta una incertidumbre y un temor sin igual. Cuando el ataque se espera, existe la preparación mental de que en cualquier momento pueden recibir fuego enemigo, pero cuando sucede de súbito, y es inesperado, causa mayores bajas, porque hay un instante en el que no hay reacción, las personas se quedan inmóviles de la sorpresa. Algo similar ocurre cuando una fiera ataca a su presa. El rugido sobrecoge a la víctima y no reacciona a tiempo para salvar su vida.

Personas y animales evitan los lugares donde saben que existe peligro de muerte. No transitarían por allí bajo ningún concepto. Sin embargo, el salmista emplea un recurso literario en el cual somos como ovejas que siguen a Dios como pastor, entendemos ahora que con una marcada intención cristocéntrica, al decir: Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Las ovejas, al ser pastoreadas, son capaces de adentrarse en lugares que en condiciones normales no lo harían, si sienten la voz de mando del pastor. Del mismo modo, el creyente que verdaderamente confía en Dios, sabe que ninguna amenaza para su vida llegará si va de la mano de su Padre Celestial.

Sin importar el lugar donde estemos, o la situación que nos amenace, tendremos la protección de Dios si confiamos en Él y obedecemos Su voz. De Su mano y con Su guía podremos atravesar la situación más peligrosa o eludir la amenaza más mortal. Confía en Él. ¡El Señor te bendiga!

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Desciende ahora de la cruz

“El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban.”

Marcos 15:32 RVR1960

Un día como este se acerca el desenlace anunciado por Jesús. Golpeado, adolorido y escarnecido, es llevado delante de Pilato y acusado como alborotador del pueblo judío. Mientras era acusado, Él se mantuvo en silencio, sin defenderse ni responder, actitud que admiraba al gobernador romano. No encontrando falta en Cristo, decide someter a elección popular si lo crucificarían o sería libre. La multitud, que días antes había estado gritando: ¡Hosanna! ahora gritó: ¡Crucifícale! Prefirieron liberar a un alborotador homicida, instigados por los sacerdotes judíos que escoger al Hijo de Dios. Nuevamente Jesús es azotado, se burlan de Él poniéndole una corona de espinas y un manto morado, le golpean la cabeza y lo escupen. Es obligado a llevar la cruz en la que moriría, pero extenuado y lleno de heridas, cae al suelo varias veces. Simón de Cirene es entonces forzado a ayudarle a cargar el pesado instrumento de muerte. Ya en Gólgota, es crucificado, y expuesto ante los ojos de los curiosos en su agonía.

Durante todo el tiempo entre su cautiverio y la crucifixión, recibió golpes, heridas, maltratos, burlas y humillaciones. Aún en este momento, débil, mientras Su preciosa sangre se derramaba y poco a poco Su vida se iba, continuó el escarnio. Las personas, sacerdotes y aún uno de los que estaba crucificado con Él le injuriaban, y comentaban que a otros había salvado y a sí mismo no se podía salvar. Y a modo de reto, decían: El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban. ¡Cuánta estupidez humana! ¿Cómo no darse cuenta que Él había resucitado a un hombre después de cuatro días muerto? ¿Cómo no saber que alguien capaz de curar enfermedades, cuerpos plagados de lepra, haber restaurado una oreja cortada podría curar sus propias heridas, si esa fuese la intención? ¿Cómo alguien capaz de calmar la tormenta, caminar sobre las aguas, y dominar los elementos, testigo y parte de la Creación de todo cuanto existe podría ser restringido por unos clavos en la cruz? Jesús podría haber bajado de ahí, haber sanado sus llagas, y haber arrasado con todos los que conspiraron contra Él. Pero entonces nadie sería salvo, la humanidad nunca hubiese restaurado su relación con Dios y el propósito del Padre no se cumpliría. Él tenía que morir, para que Su sacrificio, único e insustituible, pudiese reconciliarnos con el Todopoderoso, para que Su sangre limpiase a la humanidad de pecado, para que Él fuese el camino mediante el cual pudiésemos ser verdaderamente salvos.

En la actualidad, las personas también retan a Dios, en medio del desconocimiento y la ignorancia. Dicen: si Dios existe, que haga tal o más cual cosa, si es real, que esto o lo otro suceda. No son capaces de comprender verdades, principios y propósitos divinos. Algunos decían a Jesús: baja de la cruz, para que creamos. El motivo principal de esa muerte no era que creyeran que Él era el Hijo de Dios, era traer salvación a la humanidad. Si Él hubiese respondido al ego, el propósito del Padre no se habría cumplido. Tú también tienes un propósito, dado por el Creador del Universo. Sigue el ejemplo de Jesús, capaz de cumplirlo resistiendo el yo, en función de la visión de Aquel cuya voluntad es perfecta y redunda en bien para los que le aman y obedecen.

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¿A quién obedecemos?

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?”

Romanos 6:16 RVR1960

Los inconversos suelen burlarse de los cristianos, al decir que ellos están esclavizados, que no tienen libertad y que están limitados por todo tipo de restricciones en sus vidas. Esta es una de las razones principales de por qué las personas son reacias a entregarse a Cristo, porque no están dispuestas a obedecer determinadas normas y comportamientos. La parte interesante es que los cristianos consideran que los que no han aceptado a Cristo son esclavos del pecado, y que sus propios vicios y deseos carnales los arrastran a someterse a las tinieblas. Entonces, ¿a quién obedecemos realmente?

Hay ocasiones en que tenemos grilletes y somos esclavos de nuestras pasiones y ni siquiera nos damos cuenta. Por mucho que se intente hablar de términos medios en la actualidad, esto verdaderamente no existe, independientemente de nuestras filosofías, retórica o intentos de autoconvencimiento. Hay una de dos, o estás con Dios o con demonios. En el caso del Altísimo, nos sometemos voluntariamente como siervos a Su voluntad, dispuestos a obedecerle como nuestro Señor. Y aunque mucho se ha intentado suavizar el término, no se debe olvidar la naturaleza de nuestra relación, pues hacerlo terminará en que estemos en desobediencia. Sin embargo, por misericordia y la mediación de Cristo, nos trata como a Sus hijos (Gálatas 4:7 RVR1960), aun cuando le debemos todo. Mientras, cuando estamos apartados de Dios, tenemos mucha libertad en el pecado, y ni siquiera tenemos un señor, aparentemente. Sin embargo, nuestros vicios y excesos nos tienen maniatados y enceguecidos bajo el yugo del pecado. Pero hay un resultado final también, como dice Pablo en este pasaje: ¿No saben que si se someten a alguien como esclavos para obedecerle, son esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?

Sea a Dios voluntariamente, o al pecado sin saberlo, siempre estamos sirviendo a alguien. En el pecado solo encontraremos muerte al final, mientras que en la obediencia a Dios encontraremos justicia, que nos conducirá a salvación y vida eterna. Apartados de Cristo, tenemos una existencia en jaula y grilletes de oro con un triste final, con Dios tenemos una existencia en la cual trataremos de perfeccionarnos para vivir con Él por la eternidad. ¿Cuál te parece que es mejor? ¡Dios te bendiga!

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La paga del pecado o el regalo de Dios

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”

Romanos 6:23 RVR1960

Un gran porciento de la población mundial no cree en Dios. Rechazan la definición del pecado y lo que este representa para sus vidas, y, si bien conocen que es lo que es bueno o malo, no tienen cuidado en abstenerse de hacer lo segundo, sino que pueden ser practicantes del pecado y se sienten bien haciéndolo. Al hablar al respecto, no lo ven como un problema, y suele suceder que consideran normal hacerlo y que los que se comportan diferente a ellos, son vistos como poco inteligentes.

Al no creer en Dios ni entender la implicación del pecado para sus vidas, suponen que sus acciones pasarán impunemente, y muchos que les hablan de las consecuencias de sus decisiones, son confrontados abiertamente y ridiculizados. Aparentemente, nada sucederá, y no hay problema alguno, pues no hay nada más después de esta existencia terrenal. Sin embargo, Pablo escribe: Porque la paga del pecado es muerte, mas el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. En este versículo se resume la síntesis del evangelio. Los que están en pecado, recibirán como pago la muerte, no solo la terrenal, sino la espiritual. Por otro lado, mediante Cristo nuestro Señor tenemos un regalo precioso, la vida eterna.

Nuestra naturaleza nos lleva a pecar, lo cual, a la larga, solo nos proporcionará muerte. Pero Dios ha extendido un regalo que no merecemos, que no podíamos ganar en modo alguno, y es la posibilidad de perdón de pecados, salvación y vida eterna mediante Jesús, que murió por nuestras faltas. Las opciones de permanecer en tinieblas o salir a la luz están disponibles y elección es nuestra. Según escojamos, será lo que recibamos por la eternidad.

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Ocuparse de la carne o el espíritu

“Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.”

Romanos 8:6 RVR1960

Las personas tenemos necesidades básicas como seres vivos, muchas de las cuales están identificadas en la pirámide de Maslow, que las califica en nivel de fisiología, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización. Ser capaces de satisfacer las necesidades más básicas desarrolla necesidades y deseos más elevados, que escalan en los niveles de dicho modelo. Sin embargo, puede suceder que producto a ambiciones personales uno se afane u obsesione con alcanzar determinados bienes materiales o estatus, llegando a generar problemas existenciales.

Obsesionarse y hacer de una posesión, logro o meta la razón de ser de alguien puede llevar a consecuencias desastrosas, pues, si no se alcanza, la frustración puede conducir a la depresión y hasta a atentar contra propia vida. Pero dedicarse por completo a satisfacer los deseos y anhelos hace que se deje a un lado cualquier otra cosa. Aferrarse a las posesiones, fama o posiciones sociales nos hace estar cada vez más atados al mundo y alejados de Dios. Vemos que el apóstol Pablo dice: Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Ocuparnos de placeres, satisfacer nuestro ego, y alcanzar objetivos que no tienen nada que ver con propósitos divinos solo nos traerá muerte, ahora y en el futuro.

Si en lugar de preocuparnos de nuestros deseos carnales, nos preocupamos por asuntos espirituales, en vez de muerte tendremos vida y paz. Si debemos afanarnos por algo, que sea por nuestra relación con Dios, por tener comunión con Él y en servirle adecuadamente. En las cosas carnales solo encontraremos preocupaciones y frustración, pero en los asuntos espirituales paz y sosiego. Escojamos lo que realmente necesitamos y que nos garantice la salvación y la vida eterna.

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Nadie vive para sí mismo

“Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí.”

Romanos 14:7 RVR1960

Una de las posesiones más importantes que tiene una persona es la vida. Esta es también la pertenencia más subestimada y a la que menos relevancia se le da. Ha llegado a suceder que, para escapar de una situación difícil, vergonzosa, o decepcionante, se ha preferido quitarse la vida como un modo de escape. Lo que las personas no entienden es que hay vida más allá de la muerte, y el suicidio tiene graves consecuencias, lo mismo que desperdiciar la vida en vano.

Nadie es capaz de darse la vida a sí mismo. Nuestros padres nos conciben, pero es Dios quien nos forma en el vientre de nuestra madre (Salmos 139:13 RVR1960). Vivimos con un propósito, que es dado a cada quien por el Altísimo, y todos tenemos uno diferente. No hay modo de conocerlo a no ser que sea mediante una estrecha relación con el Todopoderoso, y es por eso que muchos viven sin propósito, tratando de llenarlo con pretensiones vacías. Pablo dice en este pasaje de romanos: ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Y cada creyente sabe que no vivimos para disponer de nosotros mismos, ni para formar nuestra conducta según nuestras propias ideas o preferencias, sino todo bajo la guía de nuestro Padre Celestial. Aquellos que no lo conocen, atentan contra su propio cuerpo, lo mutilan, lo marcan, y tratan su vida como algo efímero, que terminará en pocos años, por lo que cometen todo tipo de excesos y se enfocan en aspectos irrelevantes. Estos, al no tener un propósito, desechan fácilmente su vida.

Dios nos dio la vida. No es nuestra para tomarla, ni la propia ni la de otros. Vivimos con un propósito, que está relacionado directamente con Dios, y debe engranar con otras, de modo que seamos de bendición y alcancemos a otros para que lleguen a conocer su verdadero sentido e identidad. Dediquémonos a escuchar a Dios y tendremos razón de ser, salvación y vida más allá de la muerte.

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Bendice y no maldigas

“Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.”

Romanos 12:14 RVR1960

Es frecuente que se maldigan las personas unas a otras por las malas relaciones que se llegan a generar en la interacción social. Se puede maldecir tan frecuentemente que uno pierde la noción de que lo está haciendo, ya que se ha convertido en un hábito. La maledicencia es una característica propia de los que no conocen a Dios. Pero, ¿qué es una maldición?

Maldecir es la acción de proferir, lanzar o echar maldiciones contra alguien o algo, siendo la maldición una desgracia, desdicha, desventura o adversidad a modo de castigo impuesto por una fuerza sobrenatural. También una imprecación, ofensa o blasfemia dirigida contra alguien, manifestando aversión u odio y en especial el deseo de que le sobrevenga algún perjuicio. Vemos en las Sagradas Escrituras que hay poder de vida o muerte en lo que hablamos (Proverbios 18:21 RVR1960), y hay muchos casos en los que una bendición pudo cambiar vidas, como en el caso de la que fue usurpada a Esaú por su hermano Jacob (Génesis 27:1-40 RVR1960), mientras que Balac quiso que Balaam maldijese al pueblo de Israel, y Dios no lo permitió (Números 22:5-12 RVR1960). ¿Cuál es la trascendencia de esto? Verdaderamente, la palabra y los deseos del corazón de bendición o maldición pueden desencadenar poder de lo alto. Vemos a Pablo diciéndonos: Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan.

Uno de los principales afectados al maldecir es uno mismo, además de que solo exteriorizamos odio y maldad. Pero cuando bendecimos a otros, con un ‘Dios te bendiga’, estamos deseando todo tipo de bien para esa persona. Ni en nuestros peores momentos podemos, como cristianos, maldecir a otros. Estamos llamados a bendecirlos, demostrar el amor de Cristo y que nuestra boca profiera siempre palabras de vida y bien, con el deseo y confianza de que serán respaldadas con el poder divino.

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El fin de las obras del mundo

“¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.”

Romanos 6:21 RVR1960

Los seres humanos somos propensos al pecado. El pecado (latín peccātum) es una transgresión voluntaria y consciente de la ley divina. Es interesante cómo los códigos penales imperantes y la constitución de cada país emplea un basamento ético-moral cuyo origen puede ser fácilmente identificado en la Biblia. Con todo, las sociedades no aceptan esta relación, y las personas que las integran deciden voluntariamente estar sometidos al pecado, aún cuando este pueda implicar, en algunos casos, una violación de las leyes y consecuentemente la privación de libertad.

Pablo escribe, refiriéndose a lo que hacíamos como inconversos: ¿Qué fruto tenían de aquellas cosas de las que ahora se avergüenzan? Porque el fin de ellas es muerte. Él quiere saber que ventaja permanente o satisfacción se tuvo. En la misma pegunta está dicho que produce vergüenza, y su final es la muerte. Esta vergüenza nunca sucede cuando nuestras malas obras se encuentran ocultas, pero sí cuando son expuestas, del mismo modo en que si somos cristianos, y recordamos las cosas que hacíamos antes, confrontando a Dios, el autorreproche por la vida pasada, y la ingratitud que demostrábamos. Más aún, hay un peligro de muerte que amenaza a los practicantes del pecado, a los que se encuentran esclavos de las tinieblas. Esta no es solamente la muerte física, a la que todos tenemos que someternos, sino a la muerte espiritual por la eternidad. En la actualidad están apartados de Dios, pero habrá un castigo eterno para los que deciden voluntariamente seguir pecando.

¿Vale realmente la pena? Sin ser cristiano, puedes llegar a arrepentirte de tus acciones y hasta terminar en una cárcel. Traerías bochorno a tus padres, familiares y amigos, pero más aún, afectará tu vida actual y espiritual. Cristo está dispuesto a perdonar cualquier cosa que hayas hecho. Sus brazos están extendidos esperándote, listo para darte vida en abundancia, y cambiar todas tus acciones de muerte en obras de salvación. Actúa hoy, mañana puede ser tarde.

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