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El que quebranta la ley en un punto

“Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.”

Santiago 2:10 RVR1960

Los seres humanos somos entes complejos, con una elevada tendencia a probar los límites que se establecen. Estos límites o reglas se ponen para crear un orden en una sociedad, definir que es correcto o no hacer, y apuntan al bienestar y protección de los que la conforman. Pero las personas prueban esos límites, y aun las cosas que saben que están mal, las categorizan en niveles de gravedad para sentirse mejor con ellos mismos al hacer algo que saben que no es correcto. Lo común es agregarles un apellido y un contexto a nuestras faltas para tratar de justificarlas.

Lo triste es que los cristianos también nos hemos amoldado al mundo, y no vemos las mentiras piadosas como algo tan malo, siempre que el contexto lo amerite. Robar no es delito siempre y cuando sea por necesidad y alimentar a la familia, matar no es pecado si es en defensa propia. Y nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que Dios nos entiende. Sin embargo, Santiago se encuentra comentando acerca de aquellos que hacen acepción de personas. De ellos dice que se hacen transgresores porque no aman al prójimo como a ellos mismos, y continúa diciendo: Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. A los que hacen acepción de personas los llama pecadores, pero ¿cuántas veces no hemos hecho eso sin siquiera tomarlo como pecado? Sin embargo, hay una gran enseñanza en ello, y es que Dios es santo, y mientras nosotros evaluamos la gravedad del pecado y valoramos cuál podemos cometer, para el Altísimo se trata de si pecamos o no.

Cuidemos nuestra relación con Dios, los hermanos y nuestro testimonio con los hombres. No juguemos con el pecado, porque nos podemos ganar la enemistad de nuestro Padre. Por el contrario, apartémonos cada día más de lo que sabemos que está mal. ¡El Señor te bendiga!

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Arrastrando a los demás

“Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él.”

2 Crónicas 12:1 RVR1960

En el decursar de nuestra vida es frecuente que tengamos aciertos y errores. Pero existe superficialidad y despreocupación con respecto a nuestras acciones y decisiones, si nos equivocamos o no, porque olvidamos algo de suma importancia, que es que cada una de nuestras actuaciones tienen consecuencias aparejadas. Éstas pueden afectar a las personas que dependen inmediatamente de nosotros o sobre las que ejercemos algún tipo de influencia, mucho más si los lideramos o somos modelos de comportamiento de alguna manera para ellos.

Tenemos un ejemplo de esto en este pasaje, que nos dice: Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él. Roboam fue uno de los hijos del rey Salomón, y el que lo sucedió al morir. Aunque tuvo algunas situaciones al inicio de su reinado, durante los tres primeros años como soberano de Israel fortificó las ciudades, y su influencia real se prestaba para alentar la adoración de Dios. Pero la seguridad y la tranquilidad condijeron a un decaimiento religioso, se bajaron los rigores y constancia, llevando en el cuarto año a la apostasía. Y cómo mismo había sido él quien los llevó a Dios, al apartarse, arrastró con su ejemplo a todos sus súbditos en Israel. Su responsabilidad con respecto al legado y pacto con el Altísimo por parte de sus predecesores, David y Salomón, fue abandonada. Y su conducta fue seguida por todos, trayendo castigo divino por medio de la invasión de Sisac.

Como padres de familia, o como líderes de una congregación, a veces no somos conscientes de la responsabilidad que recae en nuestros hombros. Una mala decisión puede traer consecuencias en nuestros seres queridos o las personas que estamos guiando y que nos toman como referencia. Pidamos dirección y fortaleza a Dios para no apartarnos de Sus caminos y arrastrar con nosotros a muchos, por los que deberemos dar cuentas. ¡El Señor te bendiga!

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El justo por la fe vivirá

“Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá.”

Gálatas 3:11 RVR1960

La disyuntiva entre las obras y la fe en los cristianos es amplia y los criterios están divididos. Mientras una parte alegan que se es salvo por fe (Efesios 2:8-9 RVR1960), otros incluyen las obras (Santiago 2:17-20 RVR1960), de modo que consideran tener respaldo bíblico para sustentar su posición. ¿Cuál es entonces la realidad? ¿Necesito obras para poder ser salvo?

Realmente no existe una discrepancia entre Pablo y Santiago. Por gracia, a modo de regalo, Cristo murió por nuestros pecados, y nuestra fe en que Su sacrificio es suficiente para redimirnos si nos arrepentimos de nuestros pecados, es lo que nos proporcionará salvación. Sin embargo, estas buenas obras son fruto de esta misma salvación. Santiago habla de estas obras como continuidad y consecuencia de la transformación que se obra en nosotros. No podemos permanecer impasibles, y los rasgos de la naturaleza de Dios se van evidenciando. Pablo explica a los gálatas, producto a la confusión que existía si era necesario agregar obras de la ley a la fe: Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá.

La ley no nos justificaba, sino que nos hacía entender por qué somos transgresores. Pero la fe en Dios es lo que nos hace vivir. Creer que Jesús es el mediador y Salvador de la humanidad, que por Su sacrificio somos redimidos, y que solo a través de Él podremos acercarnos al Trono del Padre es el único camino para reconciliarnos con el Altísimo. Es nuestra fe la única que puede darnos vida. ¡Dios te bendiga!

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Haciéndonos transgresores

“Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago.”

Gálatas 2:18 RVR1960

Suele suceder que nos encontramos en una nueva congregación a la que nos trajo el Espíritu Santo, y si venimos de otras denominaciones o prácticas religiosas de marcada tendencia legalista, nos cuesta trabajo aceptar la gracia de la salvación. Nos parece que debemos hacer algo más, que no debe ser solo por fe. Y queremos agregar las cosas a las que estamos acostumbrados de antemano, sin percatarnos que esto puede ser peligroso.

Algo similar sucedió en tiempos del apóstol Pablo. Existían maestros judaizantes que trataban de que el pueblo no judío, conocidos como gentiles, tuviesen que circuncidarse y adoptar prácticas judaicas posteriormente a haber aceptado a Cristo como Señor y Salvador. Según su manera de ver las cosas, se debería continuar con el cumplimiento pormenorizado de la ley para poder ser salvos. Pablo, dirigido por el Espíritu Santo, refuta esta tendencia al analizar la ley, y la fe en Cristo, y dice: Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. Si los aspectos ceremoniales y litúrgicos de la ley se han dejado por la fe en Cristo, y se regresa a la práctica de la ley, nos hacemos transgresores por esa misma ley. No se puede tener las dos prácticas simultáneamente, porque la propia relación que se establece con Dios es diametralmente opuesta, en una somos siervos y dependemos de un sacerdote, mientras que en la otra somos hijos Suyos y tenemos comunión directa.

Cuando agregamos obras condicionando la salvación, decimos que el sacrificio de Cristo en la cruz no es suficiente. Somos salvos, no por lo que podemos lograr o hacer, sino porque Jesús murió por nosotros. No hay nada que pudiéramos hacer para ganárnosla. Producto a nuestra transformación, tendremos obras, pero estas son debido a que somos salvos, no las que nos proporcionan la salvación. ¡Dios te bendiga!

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Cambiando quienes somos

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.”

Salmos 19:7 RVR1960

Cada persona requiere de una guía en diversos momentos de su vida. Sea cuando pequeños, que necesitamos tener las bases de lo que es correcto hacer y lo que no, cómo comportarnos y aprender a vivir en sociedad; cuando estudiantes, que nos enseñan lo que es preciso saber desde el punto de vista intelectual; y posteriormente con expertos en nuestro trabajo, donde aprendemos prácticamente los pormenores del oficio.

Sin embargo, lo anterior no necesariamente involucra una verdadera transformación, solo una adaptación al medio. Quienes somos no se ve afectado, y puede que seamos adictos a la bebida, quizás a droga, que tengamos tendencia a robar o seamos personas abusivas. El conocimiento intelectual o su puesta en práctica no cambia nuestra naturaleza. Pero un encuentro con Dios cambia todo. El salmista declara: La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Nada hay más cierto que esto. La presencia del Altísimo ha transformado miles de millones de vidas, y cuando somos confrontados con las Sagradas Escrituras, y obra en nosotros el Espíritu Santo, sucede un cambio a nivel espiritual.

Dios es perfecto y fiel. Puede transformarte hoy en una persona conforme a Su voluntad. Puede dar conocimiento a los que no tienen, sin reservas y sin reproche. Él puede hacer grandes cosas en tu vida, todo en base de Su pacto con la humanidad y mediante la Sangre de Su Hijo Jesucristo. Ponte en Sus manos. ¡Dios te bendiga!

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Guarda Sus mandamientos y vivirás

“Guarda mis mandamientos y vivirás, y mi ley como las niñas de tus ojos.”

Proverbios 7:2 RVR1960

Las personas son educadas en la observación de determinadas normas y reglas de conducta aprendidas desde niños. Suele suceder que, al ir creciendo, nos volvemos rebeldes y desobedecemos a ver qué consecuencias puede traernos. Si nos sucede algo, regresamos al comportamiento anterior, pero si nada pasa, lo asimilamos e integramos a nuestro actuar, aunque sepamos que no es adecuado o correcto. Pero este estilo de vida puede ocasionar que, cuando menos lo esperamos, tengamos problemas con otras personas, con la ley y hasta costarnos la vida.

Ser capaz de aprender de lo que ha sucedido a otros es una gran ventaja, pero la mentalidad frecuentemente es que ese evento no va a pasarle a uno. De ahí a que desechemos las advertencias de nuestros padres cuando nos educan. Dios también ha hecho hasta lo imposible por evitarnos problemas, porque estemos en sendas de bien y a cuentas con Él, para que tengamos Su presencia y bendición en nuestras vidas. Sus mandamientos nos alejan de problemas con los hombres y con Él. Nos dice: Guarda mis mandamientos y vivirás, y mi ley como las niñas de tus ojos. Como cosas preciadas y de cuidado son las indicaciones que nos permiten identificar lo bueno y lo malo, para no hacer lo que no debemos.

Los principios bíblicos son absolutos. En los mandamientos de Dios encontramos lo que es correcto hacer y lo que no. Sobre ellos están constituidos los códigos penales de casi la totalidad de las naciones. Tenerlos cerca, obedecerlos y guardarlos nos permitirá apartarnos del mal, evitar problemas legales y tener acceso a la salvación y vida eterna que es en Cristo Jesús.

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Los que aman Tu ley

“Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo.”

Salmos 119:165 RVR1960

A ninguna persona le gusta que le digan lo que tiene que hacer o como debe comportarse. Por el contrario, siempre se trata de forzar los límites, y probar fuerzas. En el momento en que se dice que algo no debe hacerse, entonces es que se quiere hacer con más ganas. Esta siempre ha sido la naturaleza humana, y se pone de manifiesto en todas las etapas de la vida, niñez, adolescencia y adultez. La obediencia de las normas y reglas de la sociedad son acatadas por las consecuencias que puede traer las violaciones de éstas, y, sin embargo, siempre se trata de evadirlas, incurriendo en ilegalidades que se continúan haciendo mientras no se les descubre.

Las leyes impuestas por Dios para el pueblo de Israel, no cabe dudas que eran rigurosas, y abarcaban todos los aspectos de la vida de ellos, y esto era algo pesado de llevar y cumplir. Con todo, vemos que el salmista declara: Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo. En este caso hay beneficios, además de las reglas y mandamientos que había que obedecer. La observancia de ellas, traía paz a las vidas y los tropiezos eran quitados de sus caminos. Mientras los incrédulos creen que quien vela sus transgresiones son seres humanos como ellos, los creyentes saben que el Dios omnipresente tiene una mirada atenta sobre cada uno de nosotros, y no podemos ocultar nuestras faltan en ningún lugar donde nos escondamos. La desobediencia en tiempos de los profetas que guiaban al pueblo israelita era pagada con la muerte, dependiendo de la gravedad, pero el cumplimiento adecuado de la ley evitaba problemas sociales, familiares y de salud a los hebreos.

Si bien la práctica de la ley no es aplicable a los cristianos en la actualidad, la definición de pecado si lo es. Y cada principio y mandamiento dado por Jesús sí es de estricto cumplimiento a los que aman a Dios. Y es para este grupo de creyentes que está la promesa de paz y eliminación de tropiezos hoy en día. Obedecemos por amor, porque es bueno para nosotros, y porque de ello obtendremos salvación y vida eterna.

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Apártame del camino de la mentira

“Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley.”

Salmos 119:29 RVR1960

La mentira es una expresión o manifestación contraria a la verdad, y se ha convertido en un modo de vida de muchas personas en la actualidad. Como modo de subsistencia, las personas mienten para decir lo que otros quieren oír, para justificar sus acciones, para alcanzar sus objetivos. La adulación, los falsos halagos, la exaltación de características inexistentes de las personas se ha convertido en cotidianeidad. Se miente compulsivamente, y llega el momento en que es natural acudir a la mentira y se hace de manera automática ya. La persona que está acostumbrada a mentir, la repite tantas veces que llega a sentirla como verdadera.

El salmista ruega a Dios: Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley. Es conocedor de que mentir puede hacer el camino más fácil, pero también que está basado en la falsedad. Sabe que Dios detesta la mentira (Éxodo 20:16, Salmos 58:3, 101:7, Proverbios 6:16-17 RVR1960) y ruega para que él mismo sea apartado de esta práctica, que, aunque le hace estar bien con las personas, lo aleja del Altísimo. También ruega, por misericordia, que le sea enseñada la ley, para ceñirse a ella y que su modo de actuar sea agradable a Dios, en un claro contraste de cuáles son sus prioridades.

Suele suceder que la mentira se convierte en nuestra herramienta de subsistencia en un mundo en el que decir la verdad a otros puede ser peligroso, ya que nadie la quiere oír. Pero debemos decidir entre agradar a Dios o a los hombres, uno de estos caminos lleva a la salvación y el otro a condenación. Es nuestra elección ser protegidos por Dios o por las mentiras.

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Han recibido la ley y no la guardaron

“vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis.”

Hechos 7:53 RVR1960

La humanidad tiene conocimiento de la ley dada por Dios para restablecimiento de la relación con el Creador desde hace varios miles de años. En un principio fue dada al pueblo de Israel, y luego extendida a nosotros, no la ley como fue dada a Moisés propiamente, pero si la diferenciación de lo que es pecado, lo que agrada a Dios y lo que no. Apartarse del pecado y dejar de hacer el mal es algo que ha costado mucho trabajo al hombre, y por generaciones seguimos cometiendo los mismos errores que antes cometieron nuestros padres, y nuestros abuelos, y así sucesivamente.

Este versículo de Hechos de los Apóstoles, es parte del discurso de Esteban inspirado por el Espíritu Santo, antes de ser apedreado a muerte. Ante el sumo sacerdote y personas que lo acusaban de blasfemar, hizo un recuento en precisas palabras del surgimiento y consolidación de la nación judía, concluyendo al decirles que ellos, al igual que sus padres, resistían al Espíritu Santo, y habían perseguido y matado a profetas y quienes anunciaron la llegada de Jesucristo, al que entregaron y mataron después. Les dice: ustedes recibieron la ley por ministerio de ángeles, y no la guardaron. Tristemente, en la actualidad seguimos haciendo lo mismo. Si bien ya no tenemos que cumplir la ley del mismo modo en que lo hacían los israelitas, lo que constituye pecado sigue siendo aplicable a nosotros, con el mandato adicional de amar aún a nuestros enemigos. Y no fueron ángeles quienes nos lo mandaron, sino el propio Hijo de Dios, que dio su vida para que seamos salvos.

En la actualidad millones de personas queremos hacer pasar lo malo por bueno. Hemos llegado a negar un hecho histórico del que hay suficientes evidencias: la muerte de Jesús de Nazaret. Perseguimos y calumniamos a los que nos predican y anuncian las verdades de Dios del mismo modo que en la antigüedad. Es hora de despertarnos y quitarnos las vendas de los ojos, dejar de vivir en el pecado y acercarnos a Cristo para que tengamos salvación y guardemos en nuestro corazón las Palabras de Vida.

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El amor no hace mal

“El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.”

Romanos 13:10 RVR1960

La ley dada por Dios tuvo el objetivo fundamental de hacer distinción entre lo bueno y lo malo, lo que es correcto hacer y lo que no. Se determinó lo que era pecado y cómo debía el pueblo agradar al Altísimo. Sin embargo, aunque llegar a cumplir todos los aspectos de la ley era extremadamente difícil, creó un precedente encaminado a hacer el bien a los demás, o, al menos, no hacer daño.

El apóstol Pablo, en el versículo anterior, lista varios mandamientos y aspectos de la ley, y lo resume en un solo mandamiento, dado por Jesús: amarás a tu prójimo como a ti mismo. A continuación, dice: El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. En este afecto benigno, sin dobles intenciones y desinteresado hacia los demás, al tratarlos como a uno mismo, se aúnan las intenciones de no hacer nada en contra de otros, de ser misericordioso, tener paciencia, paz, abandonar la indolencia, preocuparnos y abandonar todo mal sentimiento. Y de tal modo se evidencia el cumplimiento de la ley mediante el amor, que Dios envió a Su Hijo a morir por los pecados de la humanidad.

Nosotros estamos acostumbrados a demostrar amor por nuestra familia y quizás por los amigos, pero la palabra prójimo abarca a las personas que no conocemos, y en las Sagradas Escrituras se nos dice que aun a nuestros enemigos debemos amar. Para esto necesitamos la presencia y guía del Espíritu Santo en nuestras vidas, y que el amor de Dios sea manifiesto en nosotros. Pero cada acción y palabra hacia los demás debe ser analizada y filtrada para evitar dañar a los demás. Que nuestro trato hacia otros sea como nos gustaría ser tratados. Así seremos reconocidos como hijos de Dios, y daremos testimonio de Su nombre.

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