“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.”
Salmos 32:5 RVR1960
Los seres humanos nos equivocamos a diario. Durante el día cometemos errores en nuestro trato con las personas, en la manera en que nos comportamos y en ocasiones hacemos cosas que sabemos que están mal. Y cada vez tenemos un motivo o razón que usamos para decirnos a nosotros mismos que está bien lo que hemo hecho. Sin importar si es que hemos maltratado a alguien, hemos mentido, hemos robado, hemos traicionado a alguien, lo hemos decepcionado, siempre tenemos una justificación para ello, y en la mayoría de los casos, culpamos a alguien más.
Aun la persona más malvada enseña a sus hijos las cosas que debe hacer y las que no. De forma indirecta, le está enseñando que es el pecado, como debe actuar para no tener problemas en la sociedad. Así, no hay modo de decir que no sabemos que está bien y que está mal. Pero hasta los cristianos cuando cometen pecado, tienen una justificación a flor de labios y tratan de exponérsela a Dios, para ser liberados de cualquier falta, siendo este comportamiento algo que sucedió hasta en el huerto del Edén, cuando Adán culpó a Eva por haber comido del fruto del bien y el mal, mientras Eva culpó a la serpiente. El salmista nos dice cómo reconciliarnos con Dios si hemos fallado cuando escribe: Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado. La fórmula es fácil. Se presentó el pecado como es. No intentando justificarlo, sin echar culpas a nadie, sencillamente reconociéndose pecador y que hemos hecho mal. Se confesó que se había pecado, y humillado y arrepentido, se pide perdón. El resultado está descrito, serás perdonado si actúas así.
Nunca podremos ocultarnos de Dios. Olvidemos las justificaciones y echar la culpa a otros si queremos recibir perdón, reconozcamos nuestro pecado y confesemos nuestras faltas dispuestos a no volverlas a cometer. Este es el único modo de ser perdonados. ¡El Señor te bendiga!
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