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Y dará a luz un hijo

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”

Mateo 1:21 RVR1960

El ser humano fue creado de manera especial para tener comunión con Dios, siendo este uno de los mayores privilegios que se nos concedieron. Pero posteriormente a la caída del hombre, la tendencia de la humanidad fue desentenderse de su relación de dependencia espiritual, y hacer lo que estimaba conveniente, en uso del libre albedrío. Y cada vez que nos alejábamos del Creador, solo incurríamos en todo tipo de excesos, actos violentos, y en la práctica continua del pecado. El hecho de pecar incluyó a la muerte como final para el hombre, además de crear una barrera inmensa entre el Altísimo y nosotros.

El pecado solo podía pagarse con la muerte, y aunque fue dado a los hebreos un grupo de leyes que les permitían determinar la pureza e impureza, tanto desde el punto de vista físico como espiritual, leyes ceremoniales y de estructura para ese pueblo. Pero aún el sacrificio de animales en pago del pecado no era suficiente para reconciliar a Dios con toda la humanidad. Era necesario algo que solo el Todopoderoso podría proporcionar. Y en revelación a José, un ángel del Señor anunció el nacimiento del Hijo de Dios, diciendo: Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Esta era la solución. Esta era la única manera de reconciliar a Dios con la humanidad, mediante provisión divina.

Y esto es lo que se espera esta noche, y se celebra mañana 25 de diciembre, aun cuando esa fecha no tiene nada que ver con el suceso real. Es un día en el que se recuerda que Dios se haya hecho carne y haya estado entre nosotros, suceso que marcó la historia de la humanidad y que no tiene precedentes ni volverá a acontecer. Más que un día de comidas y regalos, es una oportunidad más que Dios nos da para que seamos salvos. No la dejemos pasar. ¡El Señor te bendiga!

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El nuevo mandamiento

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.”

Juan 13:34 RVR1960

El amor es el sentimiento supremo que una persona puede experimentar hacia otra. Incluye no solo afinidad, sino también respeto, conexión y compromiso genuino. Cabe destacar que no es solo referente a relación de pareja, como se ha generalizado, sino que hay diversas dimensiones de él. Sin embargo, es poco frecuente encontrar hoy en día ese sentimiento desinteresado. De manera general, existe la intención de obtener beneficios de los demás, y no apreciarlos como a nosotros mismos.

Y aunque se esperaría encontrar este sentimiento en los cristianos, la realidad es que se arrastran muchas amargas experiencias de personas tratando de aprovecharse de nosotros, de burlas, de traiciones, y cuesta abrirse nuevamente a dar lo mejor de nosotros a los demás. Hacer por quienes ni agradecen ni reciprocan con nosotros el afecto fraternal es difícil. Pero Cristo nos dice a los creyentes: Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros; como yo los he amado, que también se amen unos a otros. Más que como una opción, por la importancia que reviste el amor como aglutinante y catalizador para la relación entre hermanos de la iglesia, Jesús lo establece como mandamiento nuevo. Y como ejemplo pone la manera en que Él nos amó a nosotros, siendo capaz hasta de entregar Su vida en rescate nuestro, aun cuando lo hemos rechazado o ni siquiera le conocíamos.

La unidad en el cuerpo de Cristo es crucial, pero esta unidad entre tanta diversidad de personalidades solo puede darse mediando el amor. Este también nos hace orar y movernos en favor de inconversos, por quienes nos persiguen, por nuestros enemigos. Y si no lo tenemos aun, es momento de rogar a Dios que genere en nosotros ese amor por las almas, y por nuestros hermanos en la fe, para acercarnos cada día más a la imagen del Mesías. ¡El Señor te bendiga!

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El que salvará a su pueblo de los pecados

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”

Mateo 1:21 RVR1960

El ser humano fue creado de manera especial para tener comunión con Dios, siendo este uno de los mayores privilegios que se nos concedieron. Pero posteriormente a la caída del hombre, la tendencia de la humanidad fue desentenderse de su relación de dependencia espiritual, y hacer lo que estimaba conveniente, en uso del libre albedrío. Y cada vez que nos alejábamos del Creador, solo incurríamos en todo tipo de excesos, actos violentos, y en la práctica continua del pecado. El hecho de pecar incluyó a la muerte como final para el hombre, además de crear una barrera inmensa entre el Altísimo y nosotros.

El pecado solo podía pagarse con la muerte, y aunque fue dado a los hebreos un grupo de leyes que les permitían determinar la pureza e impureza, tanto desde el punto de vista físico como espiritual, leyes ceremoniales y de estructura para ese pueblo. Pero aún el sacrificio de animales en pago del pecado no era suficiente para reconciliar a Dios con toda la humanidad. Era necesario algo que solo el Todopoderoso podría proporcionar. Y en revelación a José, un ángel del Señor anunció el nacimiento del Hijo de Dios, diciendo: Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Esta era la solución. Esta era la única manera de reconciliar a Dios con la humanidad, mediante provisión divina.

Y esto es lo que se espera esta noche, y se celebra mañana 25 de diciembre, aun cuando esa fecha no tiene nada que ver con el suceso real. Es un día en el que se recuerda que Dios se haya hecho carne y haya estado entre nosotros, suceso que marcó la historia de la humanidad y que no tiene precedentes ni volverá a acontecer. Más que un día de comidas y regalos, es una oportunidad más que Dios nos da para que seamos salvos. No la dejemos pasar. ¡El Señor te bendiga!

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Teniendo la luz de la vida

“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”

Juan 8:12 RVR1960

Es frecuente el uso de un recurso literario al hacer alusión a las personas que no tienen a Cristo en sus vidas. Se suele decir que estas personas están en tinieblas. Hay varias razones para esto, ya que se encuentran inmersos en trampas de demonios, siendo cegados espiritualmente, encadenados por el pecado y sin ser capaces de discernir lo que es bueno para ellos y su familia. Están confiando en el conocimiento adquirido en el mundo, y no logran divisar nada más aparte de esto. Es curioso que precisamente la existencia de estos seres espirituales que ellos niegan son los que los mantienen en el desconocimiento. Para salir de este estado se requiere una solución espiritual: que les ilumine la luz de Jesús.

El Hijo de Dios se encontraba en el lugar de las ofrendas (Juan 8:20 RVR1960), el cual tenía dos faroles colosales de oro, en los cuales se colgaban una multitud de lámparas que se prendían después del sacrificio vespertino, las cuales que difundían su luz que casi alcanzaba a toda la ciudad. Usando este contexto, Cristo dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Muchos ejemplos parábolas e ilustraciones de Jesús utilizaban escenas cotidianas, que reflejaban la cultura y costumbres, pero con un marcado sentido espiritual. Este es uno de estos casos. Afirma que seguirlo a Él es tener la luz de la vida, luz que heriría las tinieblas a su alrededor y las personas no vivirían en la oscuridad, y que en Cristo encontrarían la luz del mundo. ¡Cuánta verdad en estas palabras! Porque, aunque los cristianos somos llamados a ser luz del mundo, lo somos porque tenemos la luz de Cristo en nosotros. Él es la luz verdadera.

El único modo de ser libres de la oscuridad que trae a nuestra vida el pecado y la muerte es tener en nosotros la luz de Jesús. Ante Él toda tiniebla se desvanece, caen de nuestros ojos las vendas espirituales y somos capaces de percibir verdades espirituales que antes no comprendíamos. Y entonces somos nosotros los que llevamos a otros la luz de Cristo. No rechaces Su luz, para que les brille a ti y a tu familia, y alcancen la salvación. ¡El Señor te bendiga!

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El que cree en el Hijo de Dios

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.”

Juan 3:36 RVR1960

Si se preguntase cuál es la figura principal que hay en las Sagradas Escrituras, puede decirse sin lugar a dudas que es Jesucristo. En los sesenta y seis libros que componen la Biblia hay o profecías a cumplirse en Su vida y preparación para Su venida, o defensa de Su ministerio y predicación de Su permanencia entre nosotros. Su ministerio cambió para siempre la humanidad y estableció el único camino posible para lograr alcanzar la vida eterna.

Sin embargo, las personas insisten en no volverse a Cristo. No solo no lo aceptan, sino que se burlan y desacreditan Su sacrificio. Las palabras de Juan el Bautista en el evangelio según el apóstol Juan se refieren a esta situación cuando dijo: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. Jesús es la única vía de acceso al Padre, a recibir perdón, a tener vida eterna. No aceptarlo no solo nos deja sin acceso a la vida eterna, sino que la ira de Dios se mantendrá sobre uno, puesto que quien puede librarnos de ella es el Mesías. Y en medio de nuestra ceguera espiritual no vemos que tan importante es lo que estamos rechazando, pues esta vida terrenal solo es un minuto comparada con la venidera.

Si aun no has aceptado a Cristo, considera lo que estás arriesgando. Si ya lo has hecho, insiste a tus seres queridos y personas para que no rechacen la posibilidad de vida eterna, y tengan que soportar la ira de Dios. Jesús aún está extendiendo sus manos. El momento es hoy. ¡El Señor te bendiga!

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Jesús es el Señor

“que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.”

Romanos 10:9 RVR1960

Uno de los aspectos más misteriosos y que pueden ser considerados la cúspide de los milagros es la conversión de una persona. Aunque resulta más desafiante para nosotros que un enfermo se cure, que un muerto resucite, que hayan señales visibles en el cielo y la tierra, realmente que alguien se entregue a los pies de Cristo y reestablezca su comunión con Dios es más significativo y tiene mayor impacto en el orden espiritual y terrenal.

No solo se rompen condiciones espirituales generacionales que atan a las personas al pecado, sino que cambia la naturaleza propia de cada quien, dando la posibilidad de vivir una nueva vida, que transforma todo lo que estaba mal en nosotros, y posibilita la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Cambia nuestra condición de hijos de las tinieblas a hijos de Dios, pero más aún, nos da acceso a la salvación. Lo más sorprendente es que este proceso no requiere de nosotros recursos o sacrificios de animales, ni necesitamos acumular riquezas para pagar tamaño favor. Lo que se requiere de nosotros, nos lo dice Pablo con estas palabras: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. La confesión verbal es una exteriorización de lo que creemos fervientemente. Confesar ante el mundo y en medio de la persecución que Jesús es Señor de todo cuanto existe, aún de nuestra propia vida y tener la certeza firme de que resucitó de entre los muertos, nos da acceso a la salvación.

Del mismo modo en que nosotros seamos capaces de reconocer a Jesús delante de los hombres, Él nos reconocerá delante del Padre. Entender que por su resurrección nosotros también seremos resucitados nos da una esperanza y confianza en el poder de lo alto. Solo mediante Cristo y nuestra fe en Sus promesas, proclamadas al mundo, seremos salvos, sin importar la oposición. ¡El Señor te bendiga!

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Tengan fe en Dios

“Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.”

Marcos 11:22 RVR1960

El ser humano tiene necesidades espirituales que solo pueden ser satisfechas cuando tiene comunión con Dios, aunque intentemos arduamente demostrar lo contrario. Al enfrentarse a esta carencia, y sin saber hacia dónde dirigir los pasos, las personas eligen creer en ídolos, rocas, árboles, fuentes y hasta figuras históricas que ya fallecieron. Han sido creadas toda una serie de deidades y entes sobre los que se vuelca la necesidad de creer. Y cuando por casualidad sucede algo, o responden demonios que quieren apartar a la humanidad que busca a Dios sin saberlo, asumen que pueden encontrar redención y respuesta ahí, fortaleciendo la creencia en algo falso.

Los discípulos que estaban con Jesús habían visto que Él maldecía una higuera anteriormente (Marcos 11:13-14 RVR1960), y al día siguiente se había secado. Al recordárselo Pedro con sorpresa, Cristo les responde: Tengan fe en Dios. Continúa hablándoles de la importancia de la fe y orar sin dudas en el corazón, pero es claro en esto: Solamente en Dios debemos depositar la fe. No habló de ángeles, de estatuas, de árboles, o de profetas ni personas que murieron antes. Quien único nos responderá sin cobrarnos nada posteriormente es el Padre Celestial, que solo desea bien para nosotros y Su trato está basado en amor y misericordia.

Debemos esperar y tener fe en Dios puesto que no solo nos escucha y responde, sino que pretende que tengamos salvación y vida eterna, mientras que nuestros adversarios solo nos proporcionan destrucción y muerte. Nuestra alma tiene sed de una relación íntima con el Creador, no la reemplacemos por usurpadores que quieren condenarnos junto a ellos.

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Jesús es pan de vida

“Yo soy el pan de vida.”

Juan 6:48 RVR1960

Cualquier ser vivo necesita comer para vivir. La alimentación es una de las funciones básicas que tiene que asegurar una persona, y que está incluida dentro de las necesidades fisiológicas identificadas en la pirámide de Maslow. Sin nutrición es imposible la existencia, pero la salud, la longevidad y la calidad de vida están también influenciada por lo que ingerimos.

Jesús de Nazaret, siendo escuchado por las multitudes en Capernaum, hace referencia a la importancia de su persona para ellos al decirles: Yo soy el pan de vida. El pan es reconocido como alimento básico para casi todas las naciones, y en sí es icónico para referenciar los alimentos en general. El comer posibilita vivir, pero Cristo hace referencia a que los israelitas comieron el maná del desierto, y aun así murieron (Juan 6:49 RVR1960), y continúa diciendo que Él es el pan de vida, declarando así que es el sustento de la vida que sería extendida a todos los que creyesen en Sus palabras. Muchos que lo escuchaban, se horrorizaron al oírle decir que habrías de comer Su carne y beber Su sangre (Juan 6:51, 6:53-54 RVR1960), pero en la actualidad sabemos que se refería a Su sacrificio y muerte por nuestros pecados.

Del mismo modo en que sin alimentos no hay vida, sin Cristo no habría acceso a la vida eterna. En Jesús encontramos origen, basamento y cumplimiento de nuestra existencia eterna. Dios nos proporcionó alimento espiritual, y este está basado y apunta hacia la figura del Mesías. En efecto es nuestro pan de vida. Si nos acercamos a Él, no moriremos para siempre.

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Dejando los niños acercarse a DIos

“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”

Mateo 19:14 RVR1960

En tiempos de Jesús, los niños eran marginados. Se les consideraba insignificantes e ignorantes, y en las listas y numeraciones se mencionaban después de las mujeres, menospreciadas también. La opinión de un pequeño no importaba y debían someterse en todo a los adultos. Se les consideraba casi como una materia prima en la educación, y debían ser formados de acuerdo al sistema de enseñanza familiar, siendo golpeados con vara si se equivocaban, en muchas ocasiones exagerando.

En el contexto en el que se da este pasaje, traían a él niños para que los tocase y bendijese. Los discípulos, considerando que el Mesías debía ocuparse de los adultos, dado que los niños no tenían valor, para evitar que se le molestase, obstaculizaban que los acercaran.

Jesús de Nazaret era conocedor de la situación de esos niños. Sabía la manera de comportarse los adultos con los niños, y expresa su deseo de que dejen a los niños ir a Él, y que no se lo impidieran. Agrega algo que rebajó la importancia de los mayores, diciendo que de los niños era el Reino de los Cielos. Hay varios aspectos a tomar en cuenta acá: Cristo bendecía a los niños y los dejaba acercarse a Él. Puso como referencia que había que ser como un niño para poder entrar al Reino celestial. Y refiere a que el comportamiento de un niño es el que tenemos que tener los verdaderos creyentes: sin dobles intenciones, obedientes, vamos de la mano de nuestro Padre, sinceros, humildes.

En la actualidad, los padres a veces descuidamos la educación cristiana de nuestros hijos. Creemos que no serán capaces de comprender, que se burlarán de ellos en las escuelas, y aún en las actividades de las iglesias Cristo no es la figura principal. Nosotros actuamos como los discípulos que alejaban a los niños de Jesús, y Él quiere que los acerquemos, que dejemos que los niños lo conozcan, pero más aún, que actuemos con Dios como ellos con nosotros, para que podamos tener salvación y habitar en el Reino celestial.

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