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El que cree en el Hijo de Dios

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.”

Juan 3:36 RVR1960

Si se preguntase cuál es la figura principal que hay en las Sagradas Escrituras, puede decirse sin lugar a dudas que es Jesucristo. En los sesenta y seis libros que componen la Biblia hay o profecías a cumplirse en Su vida y preparación para Su venida, o defensa de Su ministerio y predicación de Su permanencia entre nosotros. Su ministerio cambió para siempre la humanidad y estableció el único camino posible para lograr alcanzar la vida eterna.

Sin embargo, las personas insisten en no volverse a Cristo. No solo no lo aceptan, sino que se burlan y desacreditan Su sacrificio. Las palabras de Juan el Bautista en el evangelio según el apóstol Juan se refieren a esta situación cuando dijo: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. Jesús es la única vía de acceso al Padre, a recibir perdón, a tener vida eterna. No aceptarlo no solo nos deja sin acceso a la vida eterna, sino que la ira de Dios se mantendrá sobre uno, puesto que quien puede librarnos de ella es el Mesías. Y en medio de nuestra ceguera espiritual no vemos que tan importante es lo que estamos rechazando, pues esta vida terrenal solo es un minuto comparada con la venidera.

Si aun no has aceptado a Cristo, considera lo que estás arriesgando. Si ya lo has hecho, insiste a tus seres queridos y personas para que no rechacen la posibilidad de vida eterna, y tengan que soportar la ira de Dios. Jesús aún está extendiendo sus manos. El momento es hoy. ¡El Señor te bendiga!

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Deja la ira y el enojo

“Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo.”

Salmos 37:8 RVR1960

La ira, el enojo o enfado son reacciones emocionales que se producen cuando se considera que existe o va a suceder un resultado negativo para los intereses o expectativas de la persona, que se podrían haber evitado si alguien los hubiera tenido en cuenta o hubiese actuado de manera diferente. Está demostrado que, bajo los efectos de la ira, el cerebro disminuye elementos de mesura y raciocinio normales, y se enfoca más en sentimientos de furia con respuesta fisiológica en el sistema nervioso, sistema endocrino, aumento de la activación muscular y respuesta motora, generando agresividad.

Cuando se deja que la ira tome el control de nuestras emociones frecuentemente, puede conducir a enfermedades, aumento de la tensión arterial, problemas cardíacos, desórdenes digestivos, gastritis, dermatitis, desórdenes en el sistema inmunológico, entre otros. El salmista aconseja: Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo. Y es que cuando nos dejamos dominar por estas emociones, no medimos las consecuencias de nuestros actos, ni hacia quien dirigimos nuestro enojo, pudiendo llevar a daños irreversibles, no solo para otros, sino para nosotros también.

Dios nos llama a tener paz, no solo por guardar nuestro testimonio cristiano, sino también para prolongar nuestra salud. Hacer el mal a otros, traerá esto mismo sobre nosotros. La ira y el enojo no nos permiten pensar con claridad, y esto puede escalar con facilidad a un conflicto de mayor envergadura. Roguemos a Dios la posibilidad de controlar nuestro carácter, que nos dé dominio propio y que esté trayendo benignidad y mansedumbre ante cualquier situación que nos afecte negativamente. Solo así será evidente nuestra relación con el Altísimo y nuestra transformación espiritual.

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Justificados en Su sangre

“Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.”

Romanos 5:9 RVR1960

Muchas personas son desconocedoras de Dios y de las consecuencias de estar alejados de Él. Viven creyendo que el Altísimo es ficticio, y que ellos van a continuar su existencia hasta que, ya muy viejos, mueran. El pensamiento común es que hay que hacer todo lo que se pueda, experimentar de todo, pues esto es lo que queda cuando uno esté por partir de este mundo. Sin embargo, hay muchos eventos profetizados en las Sagradas Escrituras que ellos ignoran, y uno de ellos es el período de tribulación. Esta tribulación será un tiempo de persecución satánica, de sufrimiento y agonía. Será manifestación de la ira de Dios, pues será retirada todo tipo de protección divina y serán dejados los impíos en manos de demonios.

Aun así, el Todopoderoso es justo. Ha dado varios siglos para que las personas se arrepientan. A esta tribulación serán sometidos solamente los que decidieron renunciar a Él, incluido el pueblo de Israel, como un modo final de permitirles salvarse, pues los que resistan el poder del Anticristo prefiriendo al Hijo de Dios, serán salvos. Pero los que recibieron a Cristo como Señor y salvador, serán librados. Pablo dicen este pasaje a los Romanos: Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Cuando aceptamos al Hijo de Dios, somos justificados por Su sangre. Desde este momento, comenzamos a tener comunión con el Creador, y podemos experimentar Su protección, que llega hasta a librarnos de este período de gran tribulación, como nunca se ha conocido.

Aceptar a Cristo es una decisión inteligente. Que no conozcamos algo o decidamos negarlo, no quiere decir que no sucederá. Para esta tribulación no habrá tiempo de preparación. Llegará súbitamente, y estando ya en ella, no podremos escapar. Pero existe una salida para nosotros y nuestra familia, y esto es aceptar el regalo de la salvación que es en Cristo Jesús.

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La respuesta blanda y la áspera

“La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor.”

Proverbios 15:1 RVR1960

Vivimos en una sociedad altamente marcada por el estrés. Los niveles de saturación de las personas son altos, y esto, sumado a la violencia que se inculca tácitamente en las películas y series televisivas, y las tendencias a hacer el mal a los demás, trae como consecuencia un comportamiento en el que predomina la ira, la agresividad y la irritabilidad. A veces cuesta trabajo comunicarse con alguien y no sumarse a dar una mala respuesta cuando recibe un maltrato injustificado. Esto se hace más difícil para los cristianos, que estamos llamados a ser pacificadores.

Vemos en este pasaje del libro de Proverbios que se nos recomienda: La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor. Aquí encontramos solución a los problemas que se nos pueden presentar a diario: un dependiente molesto, un compañero de trabajo enojado, un jefe de mal carácter, un familiar irritado, un transeúnte descontento; sea cual sea el caso, nuestra respuesta no debe ser igual a la que recibimos. Cuando una persona está molesta y grita o habla en mala forma, está al borde de una reacción violenta. Si lo incitamos, puede desencadenarse. Aún cuando nosotros hayamos recibido el tratamiento injustamente, cuando tengamos la posibilidad de neutralizar los ataques de la persona e imponernos, no estamos llamados a eso. Debemos ser pacificadores, tener paz con otros y evitar los actos de violencia.

Si nos gritan, y nosotros gritamos más alto, la situación puede escalar a un enfrentamiento físico. Pero si en vez de gritar, hablamos bajo, la persona involuntariamente va bajando el tono, hasta que se calma. En un mundo en el que reina la oscuridad, no podemos actuar del mismo modo que los demás, sino que tenemos que impactar con la luz de Cristo en otros. El Espíritu Santo estará con nosotros, pacificando y calmando la situación, hasta que salgamos airosos de cualquier eventualidad, con nuestro testimonio intacto.

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La justicia de Dios

“Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable. Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies”

Nahum 1:3 RVR1960

Vivimos en un mundo en el que las personas practican el mal sin temor a las consecuencias. Somos conscientes de que no obramos bien, pero se hacen las cosas esperando impunidad o que no salga a la luz. Desde pequeñas cosas, como una mala contesta o un maltrato, hasta afectar a miles de personas con robos y estafas. No es frecuente que se haga bien a otras personas, más bien la individualidad da lugar a que se haga daño o atropellen los derechos de otros con el ánimo de beneficiarse uno mismo.

Mientras, las personas sufren actos injustos, y sin poder realizar una reclamación legal que les respalde, pues o bien el acto no está contemplado dentro de los marcos procesales, o el dinero puede inclinar la balanza en sentido opuesto al de la justicia. Las viudas, huérfanos, ancianos y pobres son frecuentemente los más afectados. Pero el Todopoderoso es un Dios de justicia. Vemos en el libro de Nahum que se declara que Jehová es tardo para la ira y grande en poder, que no declarará inocente al culpable y que su poder es tan grande que puede desencadenar fenómenos naturales de gran magnitud. Se aclara que su longanimidad no es por falta de poder, más bien por misericordia para no destruirlo todo, para dar lugar al arrepentimiento, pero indudablemente, como Juez divino e imparcial, traerá justicia sobre todos, y esta vez no habrá posibilidad de sobornos o favoritismos.

Examinémonos hoy. Analicemos nuestro comportamiento y corrijamos lo que sabemos que no está bien. Dejemos de ser injustos y de hacer el mal a otros, para no mover a Dios a ira en nuestra contra y que recibamos justo castigo por nuestras acciones. El Todopoderoso traerá justicia sobre todo aquel que tenga sed de ella y no dejará maldad impune.

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Ignorando las ofensas

“El necio al punto da a conocer su ira; Mas el que no hace caso de la injuria es prudente.”

Proverbios 12:16 RVR1960

La ira es una emoción compuesta por un conjunto de sentimientos negativos, que puede conllevar a actos de violencia. Todas las personas estamos propensos a experimentarla, puede estar presente en cualquiera de nuestras acciones y mostrarse producto a diversas circunstancias cotidianas, como un conflicto laboral, un trato injusto, inadecuado o irrespetuoso, frustración, ofensas, entre otros. Puede ser tan leve como un disgusto momentáneo, o transformarse en rencor u odio. Esta genera reacciones en el organismo que pueden llegar a afectar la salud, respiración acelerada, adrenalina, aumento del ritmo cardíaco y presión alta. Si bien psicológicamente se ve la ira como una respuesta cerebral a una amenaza, puede ser tan intensa que las personas actúan sin importar las consecuencias.

Existen muchas porciones de las Escrituras que hablan de la ira como algo desaconsejable, e insisten acerca del dominio propio. En este pasaje de Proverbios, se nos dice que las personas necias se dejan llevar por la ira, mientras que los prudentes no le hacen caso a las ofensas o agravios. Dios nos llama a perdonar a los que nos ofenden, no a reaccionar y exigir compensación, menos aún a encendernos en ira e iniciar una contienda. Como hijos de Dios tenemos que guardar un testimonio, ser capaces de controlar nuestros impulsos y evitar los problemas con otros, aunque no sean causados por nosotros.

En caso de que tengamos un carácter impulsivo, este puede ser transformado por la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Dios quiere que seamos personas de paz, con autocontrol, dueños de nuestras acciones, y que no seamos fáciles de provocar. Nuestro testimonio como cristianos, capaces de tener ecuanimidad en las situaciones más difíciles, impactará en todos a nuestro alrededor, siendo esta una manera más de predicar a un Dios vivo que cambia las vidas de las personas para mejor.

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Perdonando a los que nos ofenden

“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;”

Mateo 6:14 RVR1960

El perdón es disculpar a otra persona por una acción considerada ofensiva, renunciando a vengarse, reclamar un castigo justo o restitución. Perdonar ayuda a apaciguar la ira interior tras un daño recibido y ayuda a restablecer el equilibrio y la paz personal, mientras para la persona perdonada disminuye el sentimiento de culpa. La acción de perdonar no implica olvidar, ni justificar al daño, tampoco hacerse amigo del que te ocasionó el mal, pero ayuda a continuar con nuestra vida.

En la actualidad, son muchas las muestras de falta de perdón, presentes en películas de diversos géneros en los que la venganza es el eje temático, canciones de artistas de moda en las que enseñan el mensaje de que perdone Dios, porque ellos no lo harán. Y en la radio, lugares públicos y de esparcimiento, reproducen esa música que pone en la mente de niños, adolescentes y jóvenes el no perdonar.

Jesús de Nazaret es claro cuando, en esta porción del Sermón del Monte, condiciona el perdón de Dios a si nosotros somos capaces de perdonar a los que nos ofenden. A los cristianos se nos han perdonado nuestros pecados, por los cuales merecíamos la muerte, y por gracia, Cristo murió por nosotros, para comprarnos a precio de sangre mediante Su sacrificio. Haber recibido este perdón tan grande, que solo podía ser pagado con nuestras vidas, y no ser capaces de perdonar una ofensa que se nos haga, no solo es un mal agradecimiento, sino una ofensa a Aquel que dio Su vida por nosotros.

Muchos viven sus vidas con amargura y resentimiento. No son capaces de seguir adelante y están detenidos en un hecho del pasado. Y entre estos hay muchos cristianos que han olvidado cuánto deben a Dios. Y es Él mismo quien nos llama hoy a que mostremos la transformación obrada en nosotros, a que perdonemos del mismo modo en que el Todopoderoso lo hace cuando pecamos y venimos a Él arrepentidos por haber actuado mal, somos llamados a demostrar que en nosotros hay amor y no rencor, benignidad y no maldad. Cristo perdonó a los que lo crucificaron, ¿Cómo podríamos nosotros no perdonar a los que nos ofenden?

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Criando los hijos en disciplina

“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”

Efesios 6:4 RVR1960

Ser padres es una de las responsabilidades más grandes que tenemos como adultos. Preparamos para la vida a un nuevo ser, que llegamos a querer con el alma, pero para lo que no necesariamente estamos listos ni sabemos cómo enfrentar esta tarea. Y esto no se estudia en ninguna escuela o universidad, no hay talleres ni seminarios, se hace de modo espontáneo, y con más desaciertos que aciertos. Cuando ya creemos tener experiencia en como criar los hijos, entonces somos abuelos, y nuestros hijos no escuchan nuestros métodos, por creernos anticuados. Y esto se vuelve un ciclo, en el cuál no sabemos a ciencia cierta cómo realizar tan importante tarea.

Esta falta de pericia es la que puede hacernos llegar a ser injustos con los pequeños, pudiendo llegar a causar hasta rechazo por parte de ellos hacia nosotros.  Padres incomprensivos, intransigentes, extremistas, o de temperamento cambiante, todos estos comportamientos son nocivos en un ambiente filial.

En este pasaje de Efesios, Pablo habla a los padres cristianos, llamándoles a no causar que sus hijos se enojen, más bien a que sean criados con disciplina y corrección de la forma que Dios determina. ¿Cómo entender esto? Evitándole a los hijos órdenes humillantes, tonos despectivos, culpándolos sin razón, o con un carácter inconstante. Nuestras exigencias para ellos deben ser vistas mediante el ejemplo personal, no con palabras que no están respaldadas por nuestros actos. No podemos exigir a nuestros hijos que no roben o mientan, si los primeros en hacerlo somos nosotros. Debemos educarlos con nuestro propio ejemplo. Si ellos se equivocan, recordar que debemos disciplinarlos en el acto, pero bajo el principio del amor y sin exageraciones o abusos. Tener en cuenta que debemos regañarles con palabras para corregir su conducta, pero siempre teniendo en cuenta que es lo que ellos ven de nosotros lo que más se va a quedar grabado, no lo que digamos. Pero todo esto debe ser sobre el basamento de la Palabra de Dios, con principios éticos y morales, pero primando el amor, la justicia y la compasión, pidiendo dirección a quién en Su naturaleza de Padre Celestial, puede guiarnos adecuadamente en nuestro desempeño como padres.

Teniendo estos pasos en cuenta, recordando que los hijos son una bendición divina, y siendo receptivos a lo que Dios nos indica, no podemos fallar. Seremos los padres que nuestros hijos necesitan, y les llevaremos en el futuro a ser hombres y mujeres de bien.

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Airados sin pecar

“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”

Efesios 4:26 RVR1960

Para los seres humanos, lo más difícil de controlar es a uno mismo. Tener autocontrol y dominio propio con todas las situaciones adversas que vienen a nuestra vida es a veces una tarea titánica.

Problemas en el trabajo, en casa, desplazándonos hacia nuestros destinos, comprando provisiones, en las interacciones con jefes, vecinos, transeúntes, familiares, hermanos de la iglesia. Todo va gradualmente acumulándose hasta que llega el momento en que uno no puede más, está al explotar, y los niveles de estrés son muy elevados.

Los cristianos no estamos exentos de estas problemáticas, por el contrario, a veces tenemos más sobre nuestros hombros. El apóstol Pablo, reconociendo cuántas circunstancias pueden tener lugar, nos dice que nos molestemos, pero que no pequemos. Y esto es importante: podemos reaccionar a algo que nos haya sucedido, podemos molestarnos, pero debemos tener en cuenta que somos cristianos, debemos dar testimonio de Cristo a la humanidad. Si hay alguna situación, la resolveremos con ecuanimidad y firmeza, no con ira, enojo y descontrol.

Pablo nos habla aún más, nos dice que no debemos dejar pasar el día sin resolver los problemas pendientes. Como seres humanos, postergar nuestro disgusto contra otra persona solo hará que continúe creciendo. Muchas discusiones o diferencias son causadas por malos entendidos. Ser capaces de resolverlas, de pedir perdón si nos equivocamos o de perdonar si nos ofendieron, solo demuestra madurez y crecimiento espiritual. ¿Acaso cuando pecamos y oramos a Dios no esperamos que sean perdonados nuestras faltas? ¿Cómo entonces no perdonaremos nosotros?

¿Hay alguien a quien debas perdonar o con quien debas reconciliarte? ¡Hoy es el mejor momento de hacerlo!

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