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El que sigue la justicia y la misericordia

“El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra.”

Proverbios 21:21 RVR1960

El camino de los hombres es complejo, modificado por el lugar donde vive, las personas con las que se relaciona, las metas que se traza y la experiencia que tenga. Dependiendo de lo que quiere lograr, comienza a hacer esfuerzos por alcanzar sus objetivos, así estos lo lleven por un sendero escabroso en el que tiene que usar a otros para cumplirlos. Y cada quien obtiene resultados dependiendo de lo que busca.

Hay quienes persiguen el conocimiento, y, sin percatarse, agregan el envanecimiento, y la arrogancia, generando un trato frío con sus semejantes. Otros, poder o dinero, ganando además altanería y prepotencia. Y muchos otros ejemplos pueden agregarse, en los cuales cuando nos enfocamos en nosotros mismos solamente, resulta en un distanciamiento y un trato áspero hacia los demás. Pero hay otros caminos que transitar, y uno de ellos es el que nos propone el autor de los Proverbios, cuando dice: El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra. Siguiendo este camino lo que encontraremos es favor divino y vida eterna. También tenemos el privilegio de caminar de la mano de Dios, mientras el resto de las personas son confundidos por demonios.

Nuestra vida va a estar marcada por la ruta que decidamos transitar. Los resultados que obtendremos durante el transcurso y al final de ese trayecto también estarán acorde a lo que hayamos escogido. Pero hay caminos que llevan a destrucción, y otros a salvación. Meditemos hacia donde estamos dirigiendo nuestros pasos y escojamos un camino de vida. ¡El Señor te bendiga!

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La unidad de los miembros

“De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.”

1 Corintios 12:26 RVR1960

La unidad entre los habitantes es uno de los sueños más anhelados de cualquier sociedad. Sucede que, dependiendo de los intereses y motivaciones, las personas se agrupan por afinidad, pero aun dentro de estas colectividades suele suceder que no existe unidad, pues cada cuál vela por sus propios beneficios. De este modo, entre partidos políticos, clubes sociales, asociaciones, organizaciones y todo tipo de sociedades formales e informales existe desunión, aunque tengan hasta reglamentos para evitarla.

Tristemente, la iglesia no escapa a esto. Al venir de diferentes estratos sociales, diversas experiencias de vida, y complejos escenarios familiares, arrastramos viejas costumbres al iniciar en una congregación. A veces se mantiene el egoísmo, hay tendencias a mantenerse retraído y mostrarse a la defensiva ante personas nuevas, de las que no sabemos que esperar. Puede suceder que los que llevan ya tiempo en los caminos de Dios también tengan sus sospechas, o miedos que los nuevos puedan reemplazarlos. De esto también se aprovechan los demonios para sembrar división en la iglesia. Sin embargo, Pablo habla de que nuestras diferencias nos hacen necesarios y útiles los unos a los otros, de la misma manera en que sucede con las partes de un cuerpo humano. Agrega: De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Y en esto vemos la verdadera unidad. No existe un yo, sino un interés colectivo enfocado en Cristo y en los miembros de la iglesia, en el que los problemas de uno se convierten en el desvelo de todos, mientras que los méritos de uno se torna la alegría del resto. Lograríamos entender que nuestra iglesia es tan fuerte como nuestro integrante más débil, y que cualquier cosa que suceda a uno afecta a los demás.

La iglesia no debe estar dividida, ni cada quien mirando sus propios intereses, sino todos puestos en función de Cristo y apoyándonos los unos a los otros. Si fuésemos capaces de lograr eso, podríamos verdaderamente ganar almas para Dios y evitar que otros regresaran al mundo. ¡El Señor te bendiga!

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Teniendo amor fraternal

“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.”

Romanos 12:10 RVR1960

Existen muchas sociedades y clubes sociales en el mundo, abarcando diversidad de temas y preferencias, desde deportes a hobbies y, a veces, independientemente de los rangos de edades. Algo tienen en común, y es la identidad hacia el club, en el cuál existe aprecio por los miembros y se defiende, demostrando un marcado sentido de pertenencia. Curiosamente, ser cristianos es más importante que formar parte de un club o membresía, pero falta ese sentido de identificación y aprecio hacia los hermanos de la fe.

Más que por tener motivos afines, y la similitud de aspectos que nos hacen pertenecer a la iglesia, existe una peculiaridad que hace que sea exclusiva y que no tenga igual al compararla con cualquier religión, hermandad, sociedad o membresía, y es Cristo. Él es cabeza de ese cuerpo de creyentes, los cuales deberíamos engranar unos con otros, haciéndonos parte indispensable de esa gigantesca maquinaria que tiene como objetivo predicar el Evangelio de Salvación, llevar luz a los que están en oscuridad, y extender el Reino de los Cielos, para que todos procedan a arrepentimiento y tengan vida eterna. Pero la realidad en los templos es otra. Los cristianos tienen desconfianza unos de otros, prefieren buscar inconversos para cualquier tarea o aspecto antes que a sus propios hermanos de la fe. Sin embargo, Pablo nos dice a los cristianos: Ámense los unos a los otros con amor fraternal; teniendo a los demás como más dignos que nosotros mismos. Dios nos llamó a unidad, no a separación, y no podemos estar enemistados o apartados.

Necesitamos bajar nuestras defensas, pues no estamos entre enemigos, sino entre hermanos. Más que otra cosa, es preciso tener amor fraternal los unos con los otros, apreciarnos, preferir tener amistad con los que militamos bajo la misma fe, pues en ellos es que tendremos que apoyarnos en momentos de debilidad. Pero no esperemos que otros den el primer paso, sino démoslo nosotros antes. ¡Dios te bendiga!

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Corona de los viejos y honra de los hijos

“Corona de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos, sus padres.”

Proverbios 17:6 RVR1960

Suele decirse que cuando se es abuelo tenemos una segunda oportunidad como padres. Los abuelos miman mucho a los nietos, y rectifican en ellos los errores que cometieron en la crianza de sus propios hijos. Por otra parte, estos niños ven a sus padres como sus héroes, y se enorgullecen de ellos, sus profesiones, sus logros laborales y personales. Muchos se sienten identificados con sus progenitores, y quieren imitarlos en comportamientos y carreras profesionales.

En este pasaje de Proverbios, dice: Corona de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos, sus padres. Es sinónimo de bendición divina tener una descendencia numerosa, que haya continuidad de nuestra línea de sangre. Pero todo bajo el principio de un comportamiento adecuado. Por eso, para las personas mayores es un orgullo tener nietos, no solo por la posibilidad de impartir su conocimiento y ver su aplicación en ellos, sino por el privilegio de tenerlos y verlos crecer para convertirse en personas de bien. También nuestra provisión y administración de nuestros bienes, elección adecuada de nuestro futuro, y tendencias a hacer el bien, hará que nuestros hijos se enorgullezcan de nosotros, en lugar de que nuestras acciones los avergüencen ante los demás.

Pedir y aceptar la guía de Dios para conducir a nuestra familia, educar a nuestra descendencia en las verdades y principios bíblicos, administrar cuidadosamente nuestras posesiones, tiempo y finanzas bajo la dirección del Espíritu Santo, nos dará una familia sana física y espiritualmente. De este modo, verdaderamente nuestros nietos serán corona a nuestras cabezas, mientras que los hijos se enorgullecerán de sus padres, quienes siempre los condujeron por sendas de bien y paz.

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La vejez es corona de honra

“Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia.”

Proverbios 16:31 RVR1960

La vejez es un proceso fisiológico de cada ser humano, donde suceden cambios físicos, psicológicos y sociales, que a su vez es dinámico, gradual, natural e inevitable. La inclusión en la tercera edad oscila dependiendo de la región, pues en determinados lugares, es a los 60 años, mientras en otros es a los 65, pero este es un punto de inflexión que frecuentemente es caótico. La persona puede haberse retirado, y se enfrenta a cambios corporales, psíquicos, personales y económicos a los que no sabe hacer frente o no está preparado para ello.

Este suele ser un sector de la población vulnerable y discriminado. El trato de la familia no es el mismo, se sienten relegados a un segundo plano y puede suceder que sus criterios u opiniones no sean tenidos en cuenta como antes. Sin embargo, en la antigüedad tenían un lugar privilegiado, eran considerados consejeros y fuente de sabiduría, teniendo el respeto de los demás. Vemos en este pasaje de Proverbios que se nos dice: Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia. Las canas se convierten en una corona de honra, si se ha transitado por un camino de justicia. Pero es precisamente el hecho de caminar por sendas del bien lo que prolonga nuestros días.

La sociedad actual ha olvidado que a nuestros mayores les respalda la experiencia, y aunque pueden recibir tratos inadecuados por parte de la familia, si han aceptado la salvación en Jesús, Dios está siempre con ellos. No solo tienen el privilegio de haber vivido durante varios años, sino que cuentan con la bendición del Altísimo, su respaldo y cuidado. Cada uno de nosotros llegaremos también a esa edad. Seamos afables y no apartemos a nuestros mayores, porque de ellos también tendremos que dar cuentas ante Dios, pues ellos son sus protegidos.

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El pago de la humildad y la obediencia

“Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová.”

Proverbios 22:4 RVR1960

Tres grandes aspectos persigue el hombre a lo largo de su vida y a ellos dedica sus esfuerzos desmedidamente.  Estos son la riqueza, la fama o reconocimiento y la extensión de la vida o la salud. Aunque no siempre se quieren los tres simultáneamente, es frecuente que se pretendan combinaciones de estos. La importancia que se le da a ellos, hace que se desee prosperidad y salud a las personas que se aprecian en ocasión de cumpleaños, celebraciones y año nuevo.

Pero mientras se incurre en todo tipo de actividades o actuaciones en la búsqueda de esto, sin importar consecuencias o a quién se dañe en el proceso, mientras se incrementan los niveles de arrogancia; Dios proporciona lo que se pretende con tanto afán. El autor de los Proverbios dice: Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová. Las personas temerosas de Dios, que le obedecían, eran humildes en su trato a los demás y hacían el bien, disfrutaron de abundantes posesiones, eran reconocidos por otros como justos y sus días se alargaron. La mano de Dios estaba sobre ellos, los sustentaba y multiplicaba sus bendiciones. Sin embargo, ninguno tuvo nunca elevadas pretensiones. Eran personas trabajadoras, dedicadas, que solo querían obedecer al Creador. Nadie nunca se sentó a que el Todopoderoso les supliera sin hacer nada, ni poner empeño. Y se ha malinterpretado el pasaje de Mateo 6:33 cuando se nos dice que busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás sería añadido. Aquí no nos llama a que dejemos de trabajar, sino que no prioricemos los bienes materiales antes que al Altísimo, que dejemos el afán y que sigamos los valores y mandamientos dejados por Dios en lugar de la corrupción en búsqueda de beneficios personales.

Es importante aclarar que no se hace referencia a ningún aspecto de los enseñados por doctrinas de prosperidad. En la actualidad, posteriormente al nuevo pacto establecido por Cristo, es preferible que las riquezas, honra y vida sean espirituales más que terrenales. Pero nuestra obediencia, temor a Dios y humildad, hará que se derrame bendición sobre nosotros, que a la vez se reflejará en las personas que ayudemos con lo que recibimos de Él, creando un ciclo que será recompensado de manera abundante por nuestro Padre Celestial.

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Cambiando honra en afrenta

“Conforme a su grandeza, así pecaron contra mí; también yo cambiaré su honra en afrenta.”

Oseas 4:7 RVR1960

A muchas personas les gusta tener cargos relevantes en la congregación. Ser reconocido como presbítero u obispo, pastor, evangelista, profeta, líder de adoración, maestro, entre otros. Y aun cuando estos ministerios deben ser dados y confirmados por Dios, en demasiadas oportunidades está totalmente distante de la voluntad divina las personas que ocupan tales títulos. En vez de llamados genuinos al ministerio encontramos ambiciones personales personas que aparentan santidad, favoritismos, acepción de personas, conveniencias, todas ellas disfrazadas de espiritualidad, falsos llamados al ministerio y manifestaciones de la voluntad de Dios.

Lo que las personas desconocen u olvidan selectivamente, es que no se encuentran en un trabajo secular, en el que pueden fácilmente engañar al empleador. Se encuentran sirviendo al Rey de reyes y Señor de señores, el cuál es capaz de escudriñar hasta en lo más profundo de sus corazones y ver el motivo real por el que hacen las cosas, y descubrir todo pecado oculto. Existen también personas sirviendo en ministerios, que han corrompido su llamado, e inducen a las personas a pecar, del mismo modo en que otras han iniciado sectas y denominaciones religiosas que solo sirven a sus propios intereses. Todas estas personas que se encuentran liderando a porciones del pueblo de Dios, y por sus malas decisiones, intereses personales y ambiciones pecan, inducen a pecar o blasfeman, no toman en cuenta que tendrán que dar explicaciones de lo que hicieron. Dios dice a Oseas: conforme a su grandeza, así pecaron contra mí; también yo cambiaré su honra en afrenta. El Todopoderoso no dejará impune al que pervierta Su palabra, no escapará el que confunda y arrastre a otros al pecado.

Mientras mayor sea la posición que ocupas, mayores responsabilidades y exigencias tendrás. El dueño de la iglesia no es ningún hombre, es Dios. Él es quien llama al ministerio a las personas, conforme a los dones y capacidades que ha dado. Seamos cuidadosos y humildes, no sea que, tratando de buscar honra y reconocimiento, obtengamos afrenta y castigo.

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