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No devuelvan mal por mal

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.”

Romanos 12:17 RVR1960

La retribución o la venganza por daños recibidos está profundamente arraigada en la mente de las personas. Que ellos obtengan lo que han ocasionado a otros en pago a sus acciones se considera justo, hasta tal punto que, aunque alguien no se sienta capaz de ejecutar por sí mismo esos actos en contra de alguien, sí lo ve bien. Si alguien mata a uno de los tuyos, debe morir uno de los de él; si me robas, te robo; si me humillas, te humillo; lo que sea que me hagas, te lo haré también.

Al dársele las leyes al incipiente pueblo de Israel, recibieron también una que posibilitaría la resolución de disputas, que autorizaba el desquite (Éxodo 21:23-25 RVR1960) pero fue dada para regular el proceder del magistrado público al fijar el importe de la compensación en todo caso de daño, pero no alentaba los sentimientos de venganza personal. Con todo, esto fue tomado como un precepto moral por los judíos, y corregida esta conducta por Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5:38-39 RVR1960). Recordando lo antes dicho por el Mesías, Pablo insiste: No paguen a nadie mal por mal; procuren lo bueno delante de todos los hombres. Se nos dice que no busquemos venganza, que evitemos obtener retribución. El impulso natural es hacer lo que nos hicieron, y devolver el daño recibido, pero se nos insta a que, en lugar de eso, nuestro comportamiento ante las personas, incluyendo los que nos ofenden, sea merecedor del respeto de todos.

Más que por nosotros, debemos actuar adecuadamente por cuidar nuestro testimonio cristiano. Las personas buscan ver en un creyente la imagen de Cristo, y estamos llamados por Él a hacer bien a los que nos agreden. Necesitamos la presencia de Dios en nuestras vidas para poder llevar a cabo esta tarea, sabiendo que tenemos Juez que impartirá justicia en nuestra causa. ¡El Señor te bendiga!

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El mediador entre Dios y los hombres

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”

1 Timoteo 2:5 RVR1960

La humanidad se expandió a lo largo de toda la tierra habitable, y dependiendo de sus condiciones climáticas y de vida, dio lugar a las diferentes razas y pueblos que conocemos hoy. Dios, el Creador de todo cuanto existe, se da a conocer a Abraham, y establece un pacto con él y su descendencia, que llegaría a ser la nación de Israel, pueblo llamado a ser luz para todas las demás naciones. Sin embargo, los habitantes de otras regiones, con el ánimo de llenar su vacío espiritual, comenzaron a crearse dioses y a adorarlos.

Dentro de los mandamientos dados a Moisés, que constituyeron la base del comportamiento ético moral de las naciones posteriormente, hay una declaración que debía servir para todas las personas hasta la actualidad: Yo soy Jehová tu Dios, no tendrás dioses ajenos delante de mí. Miles de años después, Pablo escribe a Timoteo y nuevamente existe esa confirmación, pero extendida a razón del nuevo pacto establecido por el Todopoderoso para toda la humanidad: hay un solo Dios, y un solo mediador entre Él y los hombres, Jesucristo hombre. Hay una afirmación absoluta: solo hay un Dios, supremo, poderoso, santo, justo, preexistente, omnisciente, omnipresente. Y un mediador entre este Ser insondable y nosotros: Jesucristo, Dios hecho hombre, que vivió y padeció entre nosotros, para morir en una cruz expiando nuestros pecados y de este modo reconciliarnos con Aquel de quien nos separamos por nuestra vida disipada. Ningún apóstol, pastor, maestro, líder, mártir, cristiano u hombre en general puede realizar la función mediadora exclusiva de Cristo, el cuál fue tentado en todo, y no pecó jamás, teniendo en Su naturaleza carácter divino.

Muchos en la actualidad usan intermediarios entre ellos y nuestro Padre Celestial. Religiones y personas han querido asumir un papel mediador en nuestra relación hacia el Trono de Gracia. Recuerde que gracias a Jesús de Nazaret no necesitamos que nadie oficie en nuestro lugar, tenemos con el Espíritu Santo comunicación directa, y en una función mediadora, capaz de comprendernos y abogar por nosotros, al Mesías, cuyo nombre es sobre todo nombre.

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