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La palabra de Cristo more en nosotros

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.”

Colosenses 3:16 RVR1960

Uno de los eventos más importantes que sucede en la vida de las personas es el aceptar a Cristo como Señor y salvador. A partir de esto, comienzan una sucesión de cambios y regeneraciones en nosotros, del mismo modo que retos y pruebas. Pero mientras algunos asumen esto con alegría, independientemente de los ataques que enfrentan, otros se sienten apesadumbrados y con ganas de abandonar.

La realidad es que cada quién tiene una forma propia de enfrentar sus problemas, del mismo modo que resistencia ante las adversidades, pero como muchas veces sucede, mantenemos la mirada en lo que nos acontece de forma directa o inmediata, y perdemos de vista nuestra proyección futura y propósito. En este pasaje, Pablo nos dice: La palabra de Cristo more en abundancia en ustedes, enseñándolos y exhortándolos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en sus corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Quiere que el evangelio, mediante el cual fuimos llamados, esté en nuestras vidas, que de él saquemos enseñanzas y nos exhortemos unos a otros a continuar viviéndolo, adquiriendo sabiduría de lo alto en el proceso. Pero también cantando agradecidos a Dios, no con la canción cristiana que nos gusta, sino de todo corazón, sabiendo que esta es también una manera de comunicarnos con Él y adorarlo.

Sin importar que situación enfrentamos, en la Palabra de Dios siempre encontraremos respuestas, solo hay que saber buscar y aplicarlo a nuestras vidas. Y mientras más conozcamos y nos aferremos a las promesas que hay para nosotros, mayor confianza y razón para adorar a nuestro Padre Celestial tendremos. ¡El Señor te bendiga!

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Acerquémonos a Dios

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

Hebreos 4:16 RVR1960

El presidente de un país es una figura política que nos resulta inalcanzable. A lo largo de la historia, esa posición tan alta para una nación ha tenido diversos nombres, como faraón, césar, rey, emperador, entre otros. Pero siempre ha habido aspectos característicos con ellos, y es que ser cercanos a alguien en esta posición trae muchos beneficios y ventajas, todos tratan de recibir reconocimiento por parte de ellos, y, debido a su poder, las personas se sienten abrumados por su presencia.

Un caso de mayor envergadura y trascendencia es el de Dios pues, aunque los antes mencionados tienen poder, son seres humanos, y pueden ser cambiados del cargo, destituidos, y en la antigüedad era frecuente ver regicidios, destronamientos y pugnas por el poder. Específicamente Dios es imposible de destronar, y su poder no puede llegar a ser humanamente comprendido. Y precisamente por la disparidad que existe entre Él y los seres humanos, hubo que seleccionar sacerdotes que oficiaban y mediaban, con períodos de santificación y purificación anuales para poder estar delante de Su presencia. Pero posteriormente a la muerte de Jesús en la cruz, tenemos posibilidad de acceder directamente al Padre Celestial. El autor de la epístola a los hebreos dice: Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. No necesitamos un sacerdote que medie, no es necesario estar preparándonos un año entero antes de presentarnos ante Dios. Él ha creado las condiciones para que podamos tener acceso a Su trono sin intermediarios.

En vez de mantenerse distante, Dios quiere tener comunión con nosotros. Y aunque es un ser todopoderoso, nos trata como a hijos, dándonos el privilegio de acercarnos a Él, si buscamos misericordia, gracia y socorro. Vayamos, pues, confiadamente, y hablémosle de nuestras cargas, de nuestras preocupaciones, y recibiremos ayuda, defensa y favor divino. ¡El Señor te bendiga!

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Hablando palabras de bien

“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.”

Efesios 4:29 RVR1960

Uno de los mayores males de la actualidad es la tendencia de las personas de hablar demasiado sin detenernos a escuchar. Somos más propensos a hablar que a escuchar a otros y es característico que lo hagamos con el precepto de que lo que vamos a decir es más importante que lo que dirá el otro. Pero hablamos acorde a como vivimos y pensamos. Lo que nos mantiene ocupada la mente es lo que exteriorizamos, y es frecuente escuchar a las personas hablar de asuntos irrelevantes para nosotros acerca de su intimidad, de sus malas acciones como si fueran hazañas, de lo extraordinario que son, y en varias ocasiones, empujándonos a repetir sus malos actos.

Mientras los jóvenes hablan de moda, actores famosos o cantantes de su preferencia, los adultos no necesariamente tienen temas más profundos. La trivialidad y la superficialidad es una característica de las generaciones de la actualidad. Y a veces entre los hermanos de la iglesia encontramos temas de conversación que están más enfocados en alabarse a sí mismos y sus logros, que en abordar lo que realmente importa. Pero peor aún, en ocasiones en lugar de palabras de ánimo, hay contención, disipación o rebeldía. El apóstol Pablo dijo: Ninguna palabra corrompida salga de tu boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Un cristiano debe representar con su actitud y vida a Cristo, por lo que se espera de nosotros que en cada acción, palabra y pensamiento estemos ministrando a los que nos rodean.

Debemos tener cuidado de nuestras palabras y el sentido que ellas tienen, pues, como sabemos, de cada palabra ociosa vamos a tener que dar cuentas ante Dios (Mateo 12:36 RVR1960). Procuremos que se pueda encontrar en nosotros palabras de ánimo, edificación, consuelo y que guíe los pasos de otros hacia la luz de Cristo. ¡El Señor te bendiga!

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Sol y escudo es Dios

“Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad.”

Salmos 84:11 RVR1960

El ser humano considera como bueno lo que le trae beneficios. Antes de comenzar en alguna organización, grupo o trabajo, primeramente valora las ventajas que le trae, y posteriormente decide si incorporarse o no. Esto mismo sucede cuando se le habla a alguien de Cristo por primera vez. Muchas veces, surge la pregunta: ¿qué ventajas me trae eso? El no tener claridad en las repuestas puede hacer que nunca se presente la oportunidad de hablar a esa persona otra vez.

Lo más frecuente es responder que tendremos salvación. Pero esto es al final de nuestros días, no algo de lo que se tendrá acceso inmediatamente. Hablamos de transformación y de dejar el pecado, pero no necesariamente resulta importante para ellos en ese momento, aunque sí lo será después. El salmista nos ayuda en esto, proporcionándonos algunos beneficios de una larga lista de ellos, al decir: Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad. En Dios encontramos iluminación y separación de la oscuridad, protección ante embates del enemigo y el mundo, recibimos gracia divina, la cual nos permite acceder a un ser todopoderoso y poder presentar nuestras peticiones, y que sean respondidas. Nuestra fe tendrá recompensa ante el resto de las personas, y no seremos puestos en vergüenza. Y siempre que nos mantengamos en integridad delante de Él, tendremos certeza de que el bien no se apartará de nosotros.

Contar con Dios en nuestras vidas traerá beneficios físicos, espirituales y morales. Contaremos con respaldo, guía, protección, ayuda y compañía, pero no de alguien que se arrepiente y nos abandona, sino de quién, aun si no nos mantenemos fieles, es capaz de perdonarnos y mantener Sus promesas, y al final de todo, nos proporciona salvación y vida eterna. Vivir con Dios una vez, es mejor que la duración de miles de existencias sin Él. ¡El Señor te bendiga!

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Haciéndonos transgresores

“Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago.”

Gálatas 2:18 RVR1960

Suele suceder que nos encontramos en una nueva congregación a la que nos trajo el Espíritu Santo, y si venimos de otras denominaciones o prácticas religiosas de marcada tendencia legalista, nos cuesta trabajo aceptar la gracia de la salvación. Nos parece que debemos hacer algo más, que no debe ser solo por fe. Y queremos agregar las cosas a las que estamos acostumbrados de antemano, sin percatarnos que esto puede ser peligroso.

Algo similar sucedió en tiempos del apóstol Pablo. Existían maestros judaizantes que trataban de que el pueblo no judío, conocidos como gentiles, tuviesen que circuncidarse y adoptar prácticas judaicas posteriormente a haber aceptado a Cristo como Señor y Salvador. Según su manera de ver las cosas, se debería continuar con el cumplimiento pormenorizado de la ley para poder ser salvos. Pablo, dirigido por el Espíritu Santo, refuta esta tendencia al analizar la ley, y la fe en Cristo, y dice: Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. Si los aspectos ceremoniales y litúrgicos de la ley se han dejado por la fe en Cristo, y se regresa a la práctica de la ley, nos hacemos transgresores por esa misma ley. No se puede tener las dos prácticas simultáneamente, porque la propia relación que se establece con Dios es diametralmente opuesta, en una somos siervos y dependemos de un sacerdote, mientras que en la otra somos hijos Suyos y tenemos comunión directa.

Cuando agregamos obras condicionando la salvación, decimos que el sacrificio de Cristo en la cruz no es suficiente. Somos salvos, no por lo que podemos lograr o hacer, sino porque Jesús murió por nosotros. No hay nada que pudiéramos hacer para ganárnosla. Producto a nuestra transformación, tendremos obras, pero estas son debido a que somos salvos, no las que nos proporcionan la salvación. ¡Dios te bendiga!

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Bástate mi gracia

“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.”

 2 Corintios 12:9 RVR1960

Hay momentos en los que oramos por un aspecto específico, y la respuesta de Dios es no. El apóstol Pablo fue uno de los más fervientes seguidores de Cristo, y más incansable obrero de Dios. Es conocido que él tenía una aflicción corporal, que llama aguijón en la carne. Alguien que tiene tal relación con el Creador, oró en tres oportunidades pidiéndole que lo librara, sin embargo, la respuesta que recibió fue una negativa, agregando que le bastara la gracia de Dios.

Muchas personas se habrían molestado. Los cristianos sienten que Dios está en la obligación de complacer sus peticiones y que todas las oraciones tienen que ser respondidas satisfactoriamente. Sin embargo, Pablo, que había recibido revelaciones y que desde su encuentro con el Mesías se dedicó a tiempo completo a la predicación del evangelio, realizando señales, curando enfermos, con una relación profunda con el Creador, no actuó de ese modo al recibir la respuesta del Altísimo: bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Su reacción no fue molestarse, no fue apartarse, hacer un berrinche, o negar a Cristo, sino entender la respuesta recibida, gloriarse y aceptar sus debilidades, y verlas como condición para recibir poder de Cristo.

Pocos cristianos tienen la madurez de aceptar un no como respuesta a una oración. Pocos son capaces de ver la voluntad de Dios en una negativa. Menos podrían entender por qué negarse a sanar una enfermedad. Pero cada aspecto relacionado con nosotros está al control del Padre Celestial. Mucho poder puede causar que la persona se envanezca, que se olvide de Dios y se vuelva arrogante. Siempre hay un motivo detrás de cada decisión del Todopoderoso, que a veces no comprendemos, pero que siempre va a ser beneficiosa para nosotros.

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Justificados por gracia

“siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”

Romanos 3:24 RVR1960

La salvación es uno de los aspectos críticos del cristianismo. La salvación es la remisión y perdón de pecados, dando a la humanidad la posibilidad de reconciliación con Dios, lo cuál posibilita pasar una eternidad en la presencia del Todopoderoso y no en condenación. Aunque cada religión tiene su propia concepción de la eternidad, todas coinciden en un lugar de paz y otro de castigo, dependiendo de nuestras elecciones de vida. Sin embargo, solo una tiene un seguimiento pormenorizado del surgimiento de la humanidad, su relación con el Altísimo y el plan de salvación, que llegó a necesitar al Hijo de Dios como figura principal.

Con todo, muchos han intentado agregar aspectos y condiciones para la salvación dada por Dios a lo largo de la historia del cristianismo, desde la demanda del cumplimiento de determinados aspectos conductuales no bíblicos o usando versículos sacados de contexto, hasta la venta de dispensas papales para garantizar la salvación de una persona y su familia. Es interesante como en pleno siglo XXI hemos retomado viejas costumbres de personas sin temor de Dios y hacemos lo mismo hoy en día, en los que se cobra por milagros, se condiciona la salvación por obras y determinadas personas perdonan pecados y garantizan la estadía en el Reino de los Cielos, aspectos todos solo bajo la autoridad de Jesucristo. Sin embargo, Pablo escribe en este pasaje: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. No es necesario pago, penitencia, período de preparación o cosa alguna excepto el arrepentimiento de los pecados y la fe de que Cristo puede perdonar nuestros pecados.

Si bien es cierto que no debemos seguir pecando, que debemos apartarnos de las malas obras que hacíamos antes, el paso principal para el perdón de nuestros pecados es la certeza de que la muerte de Cristo en la cruz es suficiente para redimirnos. El precio que debíamos pagar por nuestra desobediencia, ya fue pagado con la sangre del hijo de Dios hace más de dos mil años. No somos salvos por lo buenos que somos, ni por lo bien que nos comportamos, ni por cuanto podemos pagar, solo por fe en Jesús de Nazaret, así que si no has aceptado a Cristo como tu Señor y Salvador, este es el momento oportuno. Mañana quizás sea tarde.

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Ministrando según los dones

“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.”

1 Pedro 4:10 RVR1960

Desde que nacemos, es frecuente que se perciban aptitudes y habilidades innatas. A medida que va pasando el tiempo, se reconocen otros talentos y capacidades que nadie nos las ha enseñado, sin embargo, son evidentes. Estos son dones de Dios. Cada persona es dotada de determinados dones o talentos que son característicos suyos, independientemente de lo que pueda aprender en el transcurso de la vida, los cuales son dados para ponerlos en servicio de otros. Tristemente, las personas alejadas de Dios, al no entender su propósito, las utilizan para beneficio propio.

El apóstol Pedro insta a la iglesia a que cada uno, según el don que ha recibido, lo ministre a otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Según lo que cada quien haya recibido, independientemente del tipo de don o su grado de dominio de él, debe ponerlo en función de sus hermanos de la fe. Los dones del Espíritu Santo son propiedad común de la iglesia de Cristo, siendo cada uno de nosotros responsables de edificar a los demás con ellos, y no de retenerlos para el propio bien. Es precisamente en esto que se percibe ser buenos administradores, si damos el uso adecuado a nuestros talentos, teniendo en cuenta que son producto a la gracia de Dios, no a nuestras capacidades o merecimientos. Cada persona tiene dones que difieren de los del resto. Sus combinaciones permiten que engranemos unos con otros dentro de plan perfecto del Altísimo, sirviendo a los demás.

Cada uno de nosotros es único. Tenemos una combinación de talentos únicos dados por Dios, una personalidad irrepetible y una responsabilidad para con nuestro Padre Celestial y nuestros hermanos en Cristo de servirles. También tenemos un propósito definido, que solo conoceremos si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. Pero recuerde que, como administradores, tendremos que dar cuenta de los dones que nos fueron dados y que uso les dimos. Ojalá que cuando nos encontremos delante de la presencia del Creador, podamos todos escucharle decir: bien, buen siervo y fiel.

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Por gracia sois salvos

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios»

Efesios 2:8 RVR1960

Cuando nos acercamos a predicar el evangelio de salvación, las personas ofrecen varias razones, tratando de justificar que no aceptan a Jesús como Señor. Una de las razones que escuchamos es que no han hecho nada malo, son gente de bien y nadie los puede señalar en modo alguno. Este tipo de personas morales creen que no están en pecado porque no han asesinado, robado o sido infieles. Consideran que, por sus esfuerzos y actitud, Dios no puede culparlos de nada.

El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, les habla acerca de la salvación, enfatizando que por gracia somos salvos, por medio de la fe, no por nada que hayamos hecho nosotros, ni porque lo merezcamos, sino porque es don de Dios. El versículo siguiente aclara: no por obras, para que nadie se gloríe. No fue por nuestra actitud, ni la bondad en nosotros, ni por lo que hayamos logrado. Nadie puede ufanarse de haberse ganado la salvación. Dios la extendió a todos como regalo, como un obsequio inmerecido, que nadie esperaba ni podíamos comprar a ningún precio. Por gracia fue entregado Jesucristo a morir por nuestros pecados y la fe en que Él es el camino, la verdad y la vida, y solo mediante su sacrificio nosotros podemos ser salvos.

Debemos lograr entender y hacer entender a otros que solo en Cristo podremos tener salvación. Que es por fe que podemos ser llamados hijos de Dios, ser limpios de nuestros pecados y faltas, que, aunque no hayamos cometido ninguna transgresión, es pecado no hacer lo que debíamos, o una mala intención o pensamiento. Nadie podría haber reemplazado a Cristo en su papel redentor, y solo nuestro Padre Celestial podía propiciar quien fuera la vía de reconciliación entre Él y la humanidad.

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De gracia recibimos, demos de gracia

“Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.”

Mateo 10:8 RVR1960

Uno de los principales problemas que enfrenta la humanidad es que se encuentra en medio de una batalla que no puede ver. Sus enemigos y defensores se encuentran en un plano espiritual, y es imposible protegerse si no podemos ver los ataques. Las influencias demoníacas pueden incidir sobre las vidas de las personas, trayendo consigo modificaciones del carácter, comportamientos fuera de lo común y enfermedades. Y las mayores oportunidades de triunfo están en que quienes las sufren, ni siquiera saben de ellas y por eso no buscan como combatirlas.

En el Evangelio según Mateo, cuando Jesús de Nazaret se dirigía a los discípulos para darles instrucciones acerca de su comportamiento y misión, les decía: sanen enfermos, curen leprosos, resuciten muertos y echen fuera demonios. Han recibido un regalo inmerecido, den de ese mismo modo a otros. Cristo estaba anticipando a los doce un poder sobrenatural, dándoles un atisbo de los dones que recibirían en Pentecostés. De este modo, mediante señales visibles a todos, podían impactar en un mundo sumido en tinieblas y ceguera espiritual. El Mesías les refiere que lo que recibirían sin merecerlo, debían proporcionarlo a otros de ese mismo modo. El poder divino del Hijo de Dios sería extendido a los discípulos y a todo el que tuviese el ánimo de proclamar el mensaje de salvación.

Esta declaración es también válida para nosotros en la actualidad. Hay dones de sanidad, unción y llenura del Espíritu Santo para los que lo busquen con el deseo de predicar, ser canales de bendición y deseen salvar almas, todo esto sin intereses personales egoístas. Hay quienes, teniendo un don de sanidad que procede de lo alto, cobran por curar personas. Estos tendrán que dar cuenta de sus actos ante Dios. Nos queda a nosotros, sea cual sea el don que recibimos, ponerlo a disposición de los demás para combatir en esta guerra invisible que arrebata las almas de los que no creen, sabiendo que debemos dar del mismo modo en que nos fue dado.

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