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Engañándonos a nosotros mismos

“Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña.”

Gálatas 6:3 RVR1960

Suele decirse secularmente que una mentira repetida varias veces se convierte en una verdad. Sucede que, luego de que decimos tantas veces algo que es incierto, nosotros mismos llegamos a creérnoslo. Y es que mentimos para mejorar la percepción que tienen las personas de nosotros o enmascarar carencias, resultando en que mentimos para fingir, engañar, aparentar, persuadir o evitar situaciones, estimándose que está presente en el 30% de las interacciones sociales cotidianas.

En la sociedad actual, las personas fingen ser algo que no son con tal de pertenecer a un grupo, de lograr un determinado status social o alcanzar metas trazadas. Muchos tienen una vida de apariencias y su realidad es totalmente diferente de lo que dicen ser. Esto sucede hasta en la iglesia, en la que muchas personas se dicen ser creyentes y sus intenciones y acciones están alejadas de Cristo. Pablo confronta nuestro comportamiento al decir: Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Y es que a veces existen quienes consideran que con decir que son cristianos y seguir en las mismas acciones mundanas que hacían antes de aceptar a Cristo, e ir un domingo a la iglesia, ya tienen garantizada la salvación.

No nos engañemos. Juzguemos nuestro comportamiento y si somos coherentes con lo que declaramos al mundo que somos. Cuando decimos ser cristianos, estamos dando testimonio de Cristo a los demás. Y si solo es un acto y nuestras acciones son otras, aunque engañemos a todos, al final seremos nosotros los que tendremos un triste final. Seamos genuinos y aprovechemos la oportunidad que Dios nos da para alcanzar la vida eterna. ¡El Señor te bendiga!

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Nadie los engañe

“Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.”

Efesios 5:6 RVR1960

Como cristianos tenemos relaciones interpersonales diariamente con personas que no comparten nuestra fe. Cuando estamos en el trabajo, amistades que teníamos de antes, miembros de la familia inconversos, usualmente más del setenta porciento de la gente con la que interactuamos están totalmente alejados de Cristo, y no comparten nuestros valores o, si lo hacen, consideran que su observancia es algo relativo, que depende de las circunstancias. Sin embargo, se intercambia acerca de la manera de ver la vida, y se abordan temas de conversación de disímiles cosas.

Y sutilmente comienza a entrar en nuestro subconsciente las ideas que tienen ellos, y puede llegar a parecernos que no es tan malo. Involuntariamente comenzamos a negociar mentalmente con Dios acerca de si sería tan malo decir una mentira si las circunstancias lo requieren, robar algo si es por necesidad, y tenemos una justificación para cada pecado. Y la avaricia, la maldad, el adulterio y la fornicación se nos muestra como algo gracioso, a modo de anécdota, y sin que nos demos cuenta, comenzamos a mostrar tolerancia por ello, y cuando nos percatamos de lo que hemos hecho, estamos en pecado. Pablo nos alerta: Nadie los engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. Sin ser conscientes de ello, hemos salido del cerco de Dios encantados por lo que nos comentan estas personas que no temen a Dios. Así vienen consecuencias sobre nosotros cuando pecamos, castigos por parte del Altísimo y de los hombres, y luego nos preguntamos por qué. Nos hemos apartado de Él y nos hemos hecho desobedientes. Y al hacer lo mismo que los incrédulos, estamos exponiéndonos nosotros mismos a la ira de Dios, porque ningún mal quedará sin castigo.

Aunque los cristianos no estamos llamados a estar enclaustrados, no podemos permitir que el mundo impacte en nosotros, más bien nosotros debemos impactar en él. Para ello, debemos estar firmes en nuestras creencias y no prestar oído a los que nos tratan de adornar sus malas obras. Más bien debemos relacionarnos más con cristianos y hablar de temas que edifiquen. ¡El Señor te bendiga!

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Guárdate del mal y las mentiras

“Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño.”

Salmos 34:13 RVR1960

Las mentiras son afirmaciones que las personas hacen conscientes de que no son verdad, y esto es utilizado para fingir, engañar, aparentar, persuadir, manipular o evitar situaciones. Los adultos y niños, sin distinción, mienten con mucha frecuencia. Se dicen aproximadamente once mentiras por semana, aún por parte de personas que no acostumbran a decirlas, ya que se ha convertido en una habilidad social. Mientras el hombre miente por cuidar su imagen, la mujer lo hace por proteger, sea a ella o a los suyos. Se es más propenso a hacerlo con gente desconocida, pero al conocer a alguien por primera vez, frecuentemente en los primeros diez minutos se ha mentido unas tres veces. Por otro lado, se miente más al final del día.

Aunque la sociedad últimamente ha tratado de “descubrir” los beneficios que puede traer la mentira, lo cierto es que una persona que se acostumbra a mentir, al inicio mediante el uso de la llamada mentira piadosa y posteriormente adaptando su vida a esto, solo consigue convertirse en alguien totalmente falso, de quien resulta imposible confiar en lo que dice, y antes o después todas las falsedades dichas son descubiertas, lo cual causa vergüenza por parte de quien las profiere, y decepción y desconfianza en los que le rodean. Pero mientras algunos solo lo hacen con el objetivo de que las demás personas tengan una mejor imagen de él, otros lo hacen con intenciones maliciosas, siendo sus palabras como cuchillas envenenadas, buscando ocasionar mal a otros para poder escalar posiciones. Por su parte, Dios aborrece la mentira. Él es verdad, y sus seguidores no podemos estar apartados de Su naturaleza. El salmista nos dice: Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. Nuestra palabra ha de ser veraz, y que sea si o no, pero que promueva que no haya dudas de ella. No puede un cristiano ser un mentiroso, pues esto es opuesto lo que Dios espera de nosotros, y difiere de cómo debemos impactar en el mundo.

Mentir solo es una exteriorización de lo que hay en nuestra mente. En vez de convertirnos en mejores personas mediante el esfuerzo, se hace con falsedades. Como cristianos, no nos adaptemos a las convenciones sociales que usan las mentiras como interacción, más bien hagamos una diferencia para que todavía haya luz en este mundo de tinieblas. ¡El Señor te bendiga!

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Si decimos no tener pecado

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.”

1 Juan 1:8 RVR1960

El pecado (latín peccātum) es una transgresión voluntaria y consciente de la ley divina. Se denomina de este modo a todo lo que se aparta de lo correcto y justo o que falta a lo que es debido, de manera que pecamos no solo si hacemos algo que sabemos que está mal, sino también si dejamos de hacer algo que está bien. Este término es más frecuentemente usado por los creyentes, mientras que los que no tienen a Dios consideran que no los cometen si son personas morales y cumplen las normas sociales. Sin embargo, hay algo que no tienen en cuenta.

Las personas cometemos pecados a diario, inconversos y cristianos, los primeros deliberadamente, y los segundos por falta de dependencia de Dios, por debilidad en la fe o ceder ante las tentaciones. Convertirnos en personas morales no nos hace exentos de pecar, puesto que si dejamos de hacer algo caemos en pecado de omisión, además de la naturaleza pecaminosa del hombre, la cual nos lleva a pecar hasta en cosas pequeñas e insignificantes aparentemente. Pero los cristianos también estamos expuestos a las tentaciones y, si no nos afianzamos en Cristo, caeremos en pecado con gran facilidad. Con todo, existe una gran cantidad de creyentes que dicen no tener pecado, que proyectan una imagen de gran santidad y que miran con desdén y crítica a los que han resbalado. Hay hasta quienes acusan de pecadores a los que tienen alguna enfermedad, sintiéndose ellos libres al estar sanos. Olvidan lo dicho por Juan: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. En el mismo momento en que pensemos que no tenemos pecado, o hemos caído o podemos estar próximos a fallar, y el orgullo puede ser nuestra ocasión de caer.

Siempre vamos a tener un pecado cometido. Quizás de último minuto, algo que hemos pensado, que hemos hecho o que hemos olvidado hacer.  Aún sin querer podemos haber ofendido a Dios, y es por eso que no podemos caer en la complacencia y la falsa sensación de seguridad de estar a cuentas con Dios. Cada vez que nos presentemos ante Él debemos mostrarnos humildes, conscientes que somos pecadores, pero que queremos hacer Su voluntad y perfeccionarnos cada vez más.

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Alejando la mentira

“Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, Y de la lengua fraudulenta.”

Salmos 120:2 RVR1960

La mentira es una expresión o manifestación contraria a la verdad, a lo que se sabe, se cree o se piensa. A la acción de comunicarlas se le llama mentir, y es usado por las personas para fingir, engañar, aparentar, persuadir o evitar situaciones, y se cree que está presente en el 30% de las interacciones sociales cotidianas.

La mentira tiene un efecto nocivo en las relaciones interpersonales, pues ocasiona que criterios, juicios y apreciaciones estén basados en algo que no es real. La confianza, veracidad y credibilidad que debe primar, está resquebrajada y no existe una certeza de que es lo verdadero o no.

En esta porción de las Escrituras, el salmista ruega a Dios que libre su alma de la mentira y la calumnia de otros. En esos tiempos, al igual que en la actualidad, un falso testimonio, una confabulación de varias personas podría costar la libertad o la vida. Podría también afectarse la reputación de una persona, haciendo que una mentira fuera la verdad que identificaría a ese individuo para la sociedad. Para un creyente, su testimonio ante el mundo es extremadamente importante y que por palabras engañosas se caiga en descrédito, es una gran afrenta. Este versículo podría tener otra interpretación, la de alejar la mentira de nuestros propios labios, puesto que nuestras palabras deben estar basadas en la verdad, porque Aquél a quién representamos, es Verdad.

Debemos recordar que la mentira es la estrategia de combate del engañador, del enemigo de la humanidad. Él y los demonios se encargan de propagar la falsedad y mantener de este modo cegada a toda la creación. Los cristianos, como hijos de luz y verdad, estamos llamados a mantener la autenticidad, veracidad y transparencia de nuestros actos, palabras y pensamientos, combatiendo la oscuridad y engaños, llevando un testimonio confiable a los que se pierden día tras día.

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El camino de los hombres

“Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; Pero Jehová pesa los corazones”

Proverbios 21:2 RVR1960

Como individuos tenemos un buen concepto de nosotros mismos. Aun las personas con complejos de inferioridad o introvertidas, consideran que su manera de hacer las cosas tiene basamentos en elecciones adecuadas. El ser autocríticos no es una de las características más frecuentes de los seres humanos. Por el contrario, somos capaces de desviar nuestra culpa hacia otros, aunque sea evidente nuestra responsabilidad.

Enmascaradas en buenas intenciones, se han realizado injusticias y atropellos. Y existe tendencias a decirnos a nosotros mismos que se hizo por un bien común, que mejor que se afecten otros y no nuestra familia, o la frase: el fin justifica los medios.

Entre los creyentes suele encontrarse este comportamiento también. Y un rasgo fundamental de este modo de actuar es que consideran que nadie puede saber lo que realmente están pensando.

En este pasaje de Proverbios, vemos que se expresa esto en una sola frase: todo hombre tiene la opinión de que su camino es recto. Pero hay algo que sigue a continuación: Dios ve lo que hay en tu corazón. Aquí no hay engaño posible. Él puede ver nuestras intenciones. ¿Hacemos las cosas por ingenuidad o desconocimiento? ¿O acaso es intencionalmente que obramos mal? La creencia de que no seremos descubiertos puede ocasionar que pensemos que podemos disfrazar malas intenciones como acciones bondadosas, pero es necesario entender que todos nuestros actos, palabras y pensamientos van a ser juzgados. Dios está al control de lo que sucede, y no vamos a poder engañarlo.

Seamos veraces. Ser autocríticos es lo único que nos permitirá enderezar verdaderamente nuestro camino, que nuestras intenciones sean claras y que no hagamos daño a nadie en el trayecto de nuestra vida. De este modo, podremos rendir cuentas de nuestros actos sin temor a ser avergonzados en cualquiera que sea el ámbito en el que nos encontremos y daremos testimonio de Dios a todos los que nos rodean.

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