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Las buenas obras descienden de lo alto

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.”

Santiago 1:17 RVR1960

En la actualidad nos encontramos en un mundo de tinieblas, en el que es raro encontrar a alguien dispuesto a hacer buenas acciones en favor de los demás desinteresadamente. Pero existen quienes actúan en aras del bienestar de otros, y, si no son cristianos, muestran orgullosos que ellos si hacen por los demás y no necesitan ser creyentes para ello. Se encuentran satisfechos por el hecho de que lo hacen sin que tenga nada que ver con Dios, y agregan que conocen feligreses que no lo hacen.

Y en esto tienen parte de razón. A veces los cristianos no somos canales de bendición a otros, y algunos inconversos se conmueven y ayudan a los más desfavorecidos. Pero Santiago es claro cuando declara: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Sin importar quién sea el que tenga el acto de bondad, el que toca el corazón de las personas y los lleva a hacer el bien es Dios. Cualquier actuación que traiga luz a este mundo de tinieblas no está relacionada a lo buenos que somos los seres humanos, sino a que el Altísimo nos ha usado para bendecir a alguien con nuestras pertenencias o nuestras capacidades. Él es luz, y permanece siéndolo por siempre.

No hay motivo de orgullo o autocomplacencia en hacer algo en favor de los demás, cuando esto ha sido motivado en nosotros por Dios. Como cristianos, debemos procurar ponernos en manos de nuestro Padre para que hagamos el bien a otros, usemos nuestros talentos para ponerlos en función de los demás y alcanzarlos para que ganen la salvación. ¡El Señor te bendiga

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Los dones y el llamamiento de Dios

“Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.”

Romanos 11:29 RVR1960

Cuando nacemos, determinados rasgos o características innatos son fácilmente identificables en nosotros. Algunos tienen una inteligencia que sobrepasa los parámetros normales, otros son muy hábiles en las manualidades, hay quienes tienen gran talento para las artes, otros para la ciencia. Y como padres nos agrada mucho descubrir las habilidades que tienen nuestros hijos, que se destaquen en determinados aspectos nos hace muy felices y sentirnos orgullosos. Olvidamos que nada de esto es de nosotros, sino de Dios.

Independientemente de lo que pensemos, o lo que la sociedad nos halla llevado a creer, no estamos vivos por casualidad. Cada uno de nosotros tiene un propósito, establecido por Dios y definido antes de nacer. Pare este propósito hemos sido dotados desde nuestro nacimiento mediante dones, algunos de los cuales tenemos desde la cuna, y otros los nos son dados por Dios mediante el Espíritu Santo. Cada uno de ellos tiene una función en específico, y son para usar en la expansión, fortalecimiento y ministración de la iglesia. Y del mismo modo, cada persona tiene un llamado de parte de Dios, el cuál podemos aceptar o no. Pablo dice al respecto: Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. No hay arrepentimiento en ello, ni serán quitados aún si no les damos el uso adecuado. De hecho, la gran mayoría cree que son habilidades que lograron por esfuerzo propio, y lo usan para ganancia personal. Otros han recibido dones como cristianos, y enseñan herejías, respaldándose en lo que les fue dado para servir al cuerpo de Cristo, sin saber que de esto tendrán que dar cuenta.

Cada uno de nosotros tiene un propósito y una identidad en Dios. No somos producto de una casualidad, tienes un objetivo en la vida y dones para que lo cumplas que solamente en comunión con el Padre Celestial sabrás, pero nada ni nadie podrá arrebatarte lo que te fue dado por Dios. Úsalo para bien. ¡El Señor te bendiga!

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Ministrando según los dones

“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.”

1 Pedro 4:10 RVR1960

Desde que nacemos, es frecuente que se perciban aptitudes y habilidades innatas. A medida que va pasando el tiempo, se reconocen otros talentos y capacidades que nadie nos las ha enseñado, sin embargo, son evidentes. Estos son dones de Dios. Cada persona es dotada de determinados dones o talentos que son característicos suyos, independientemente de lo que pueda aprender en el transcurso de la vida, los cuales son dados para ponerlos en servicio de otros. Tristemente, las personas alejadas de Dios, al no entender su propósito, las utilizan para beneficio propio.

El apóstol Pedro insta a la iglesia a que cada uno, según el don que ha recibido, lo ministre a otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Según lo que cada quien haya recibido, independientemente del tipo de don o su grado de dominio de él, debe ponerlo en función de sus hermanos de la fe. Los dones del Espíritu Santo son propiedad común de la iglesia de Cristo, siendo cada uno de nosotros responsables de edificar a los demás con ellos, y no de retenerlos para el propio bien. Es precisamente en esto que se percibe ser buenos administradores, si damos el uso adecuado a nuestros talentos, teniendo en cuenta que son producto a la gracia de Dios, no a nuestras capacidades o merecimientos. Cada persona tiene dones que difieren de los del resto. Sus combinaciones permiten que engranemos unos con otros dentro de plan perfecto del Altísimo, sirviendo a los demás.

Cada uno de nosotros es único. Tenemos una combinación de talentos únicos dados por Dios, una personalidad irrepetible y una responsabilidad para con nuestro Padre Celestial y nuestros hermanos en Cristo de servirles. También tenemos un propósito definido, que solo conoceremos si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. Pero recuerde que, como administradores, tendremos que dar cuenta de los dones que nos fueron dados y que uso les dimos. Ojalá que cuando nos encontremos delante de la presencia del Creador, podamos todos escucharle decir: bien, buen siervo y fiel.

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Por gracia sois salvos

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios»

Efesios 2:8 RVR1960

Cuando nos acercamos a predicar el evangelio de salvación, las personas ofrecen varias razones, tratando de justificar que no aceptan a Jesús como Señor. Una de las razones que escuchamos es que no han hecho nada malo, son gente de bien y nadie los puede señalar en modo alguno. Este tipo de personas morales creen que no están en pecado porque no han asesinado, robado o sido infieles. Consideran que, por sus esfuerzos y actitud, Dios no puede culparlos de nada.

El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, les habla acerca de la salvación, enfatizando que por gracia somos salvos, por medio de la fe, no por nada que hayamos hecho nosotros, ni porque lo merezcamos, sino porque es don de Dios. El versículo siguiente aclara: no por obras, para que nadie se gloríe. No fue por nuestra actitud, ni la bondad en nosotros, ni por lo que hayamos logrado. Nadie puede ufanarse de haberse ganado la salvación. Dios la extendió a todos como regalo, como un obsequio inmerecido, que nadie esperaba ni podíamos comprar a ningún precio. Por gracia fue entregado Jesucristo a morir por nuestros pecados y la fe en que Él es el camino, la verdad y la vida, y solo mediante su sacrificio nosotros podemos ser salvos.

Debemos lograr entender y hacer entender a otros que solo en Cristo podremos tener salvación. Que es por fe que podemos ser llamados hijos de Dios, ser limpios de nuestros pecados y faltas, que, aunque no hayamos cometido ninguna transgresión, es pecado no hacer lo que debíamos, o una mala intención o pensamiento. Nadie podría haber reemplazado a Cristo en su papel redentor, y solo nuestro Padre Celestial podía propiciar quien fuera la vía de reconciliación entre Él y la humanidad.

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