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Cuidando la salvación

“sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.”

1 Corintios 9:27 RVR1960

Suele compararse la vida cristiana como una carrera de larga distancia, en la que la resistencia es fundamental, tomando como referencia el recurso literario usado por Pablo (1 Corintios 9:24, 26, 2 Timoteo 4:7 RVR1960). Muchos comienzan en la vida cristiana con furor y emoción, pero al poco tiempo van menguando, y los hay que terminan apartándose. Otros logran ir con paso constante, marcando el paso de los que vienen detrás, pero la falta de concentración ante los dolores, las distracciones que pueden aparecer en el camino, o perder de vista la meta final los podría llevar a abandonar la carrera, que, en este caso, sería apartarse de los caminos de Dios.

Aunque a veces se considera que la salvación no se pierde, Pablo en este pasaje dice: sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. En el versículo anterior agregó también el pelear, pero ahora dice que golpea su propio cuerpo. En este combate metafórico se golpea a sí mismo, no de forma literal, sino expresando así que retiene y mantiene bajo control su egoísmo natural, sus deseos carnales y la vieja naturaleza, poniéndolo al servicio de otros en vez de a los suyos propios. Agrega su preocupación de olvidar el objetivo final de alcanzar la salvación y ser apartado por Dios, aún cuando él había llevado a otros a los pies de Cristo, y que habiendo animado e instado a que se mantuvieran en los caminos de vida, él mismo terminase fuera de ellos. Y tristemente, hay muchos que fueron líderes y canales de bendición para otros que han terminado apartados, de regreso en el mundo y en pecado.

La libertad que tenemos en Cristo no puede convertirse en libertinaje. Debemos mantener la vista en nuestra meta, sin permitir que los obstáculos, distracciones y nuestra propia naturaleza nos haga perder la salvación y apartarnos de los caminos de Dios. ¡El Señor te bendiga!

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Un cuerpo y un Espíritu

«un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación»

Efesios 4:4 RVR1960

Para que un organismo funcione correctamente, cada una de las partes del cuerpo deben cumplir su función; pero cuando alguna de ellas deja de hacerlo, las consecuencias son catastróficas, resultando en graves enfermedades o hasta la muerte. Algo parecido sucede en las iglesias con sus miembros, siendo estos parte del cuerpo de Cristo, y producto a la desunión tener resultados críticos para esa congregación, la salvación personal y el testimonio ante los inconversos.

En este versículo, Pablo escribe a los creyentes de Éfeso, hablándoles de la importancia de la unidad entre cristianos. Les dice: un cuerpo, y un Espíritu, como fueron también llamados en una misma esperanza de su vocación. Muchos emplean este pasaje como soporte para el ecumenismo, movimiento que busca la unidad de las diferentes confesiones religiosas cristianas. Sin embargo, no se tiene en cuenta que determinadas denominaciones han hecho interpretaciones de las Sagradas Escrituras que niegan aspectos fundamentales de la fe y obvian principios bíblicos básicos, los cuales podrían hasta alejarnos de Dios. Esta porción realmente busca la unidad entre los verdaderos creyentes, seguidores de Cristo y practicantes de sana doctrina. Habla acerca de la necesidad de unidad entre los miembros, unánimes en un cuerpo, en el mismo Espíritu, en el mismo llamamiento y en la misma esperanza. También en un mismo Dios y una misma fe.

Nuestros hermanos en Cristo no son nuestros enemigos, sino parte de una gran familia comprada por la sangre de Jesús, y hermanos todos en la fe. La unidad se convierte en otro aspecto defensivo espiritualmente hablando, pues debemos tener comunión con Dios, pero también entre nosotros, orando e intercediendo por los débiles, soportándonos y animándonos, siendo de edificación los unos a los otros, cerrando brechas para evitar la entrada del enemigo. ¡Dios te bendiga!

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La paz de Dios

“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.”

Colosenses 3:15 RVR1960

Existen personas que son libros abiertos al mirarles el rostro. Son capaces de expresar sus emociones y, aunque intenten disimular, es visible si están molestos o si algo les desagrada. Con estos es fácil relacionarse, pues uno puede percibir lo que les desagrada. Pero otros muestran una sonrisa afable mientras realmente desean lo peor para uno, y estos son los verdaderamente peligrosos. Este tipo de personas pueden ser encontrados en todas partes, y tristemente, hasta en las iglesias.

El cuerpo de Cristo debe caracterizarse por la unidad entre sus miembros. Pero esta no es necesariamente la realidad que se vive en las iglesias hoy en día. Personas enojadas, con falta de perdón, demasiado susceptibles y principalmente con poca madurez espiritual crean divisiones y separaciones entre los creyentes. A veces un mal testimonio o mala acción puede apartar a un recién convertido o un miembro de años. El apóstol Pablo recomienda a los colosenses: Y la paz de Dios gobierne en sus corazones, a la que asimismo fueron llamados en un solo cuerpo; y sean agradecidos. Lo que debe primar es la unidad entre los miembros, siendo gobernados y movidos por la paz de Dios y no por ira, contienda o envidia, siendo agradecidos por este llamamiento. Es un privilegio contarnos entre los escogidos del Altísimo, y no deben nuestros defectos convertirse en piedra de tropiezo para otros.

Solo la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas puede traer esta paz y la transformación de nuestro carácter conforme a la voluntad de Dios. También agradecimiento por la posibilidad de formar parte del cuerpo de Cristo, y hallar perdón a nuestros pecados, haciéndonos herederos del Reino, y proclamar las buenas nuevas de salvación. Roguemos a Dios que nos transforme diariamente. ¡Dios te bendiga!

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El cuerpo es templo del Espíritu Santo

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”

1 Corintios 6:19 RVR1960

La era moderna ha traído muchas libertades beneficiosas y otras no tanto. El ser humano es muy reacio a mantener los límites de los que es bueno y lo que no; y constantemente está probando fuerzas en todo tipo de actividades sin importar su carácter legal o no. Ante tanta irreverencia e inobservancia de cualquier orden establecido, el aspecto sexual no escaparía a ser uno de los más explotados. Las tendencias a la fornicación y al adulterio en la actualidad son elevadas y las incidencias de casos alcanzan cifras espantosas. No existen límites, y se proclaman todo tipo de excesos como libertad sexual.

Una de las mayores tentaciones a las que se enfrenta un cristiano es precisamente la de carácter sexual, y muchos hermanos han caído, y se han apartado por ceder ante estas. Sin embargo, esto no es solo en la actualidad. Pablo habla acerca de la fornicación e insiste en que se huya de ella, alegando que el que comete cualquier pecado, lo hace fuera del cuerpo, pero el que fornica, contra el cuerpo peca. Dice, además: ¿Ignoran que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, el cual tienen de Dios y que no se pertenecen a sí mismos? Los inconversos consideran que pueden hacer con su cuerpo lo que quieran, porque les pertenece; sin embargo, un cristiano sabe que no puede enajenar su cuerpo, porque es pertenencia de Dios. Del mismo modo en que la iglesia es constituido templo de Dios, el cuerpo de un cristiano es templo ideal del Espíritu Santo, que mora en nosotros. Como creyentes, dejarnos llevar por actos sexuales ilícitos, es equivalente a profanar el templo de Dios.

La promiscuidad, infidelidad, adulterio, y todo tipo de práctica que es común hoy en día es bastante riesgosa, porque está uno expuesto a todo tipo de enfermedades y conflictos que pueden escalar hasta llegar a poner en peligro nuestras vidas. Pero no solo nos exponemos a un padecimiento irreversible o a perder nuestra vida por complacer los deseos de la carne, sino que nos exponemos a perder nuestra salvación y derecho a estar con el Altísimo por la eternidad.

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Miembros del cuerpo de Cristo

“así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”

Romanos 12:5 RVR1960

Es frecuente que en los centros de trabajos el personal de servicio y de seguridad sea discriminado por el resto de los trabajadores. Se les ve como inferiores, y ese es el trato que se les da, llegando a veces a ni siquiera contestarles el saludo. Sin embargo, en sus hombros descansa la primera imagen de la empresa, perceptible por su higiene, y la salvaguarda de medios y recursos. Cada empleado, sea cual sea su plaza, forma parte de esa entidad y cumple funciones importantes, del mismo modo que un órgano o miembro en el cuerpo humano.

Esta misma comparación es empleada por Pablo cuando habla de los creyentes acerca de que nadie debía creerse superior a otro, y les dice que del mismo modo que en un cuerpo hay muchos miembros y que no todos tienen la misma función, de esa manera, nosotros, siendo muchos, somo un cuerpo en Cristo, y todos miembros unos de otros. La importancia que reviste que cada quien tenga una función específica se fortalece al que unidos todos, con la vista puesta hacia el Reino de los Cielos, podamos impactar con nuestros dones en el mundo que se pierde y serles testigos al Mesías, pero cada quién en su área de servicio.

Es también vital que, como miembros afines, unos de otros, tengamos comunión, que nuestros dones sean puestos en servicio de nuestros hermanos en la fe, que exista unión, empatía, confraternidad, amor, cuidemos los unos de los otros y seamos capaces de vernos como lo que somos: una gran familia. Llegados a este punto, podremos verdaderamente dar testimonio de la obra de Dios en nosotros, y unánimes, ganar el mundo para Cristo.

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