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Cristo está a la puerta y llama

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”

 Apocalipsis 3:20 RVR1960

Una de las cosas que se van perdiendo en nuestra sociedad actual es el respeto por lo ajeno y el espacio personal. Las personas procuran adueñarse de las pertenencias de otros, e imponen su presencia hasta en los momentos más inoportunos, hasta que llega el momento en que no tienes ni espacio para pensar a solas. Los empleadores quieren controlar tu tiempo y saber en qué lo usas, mientras el resto de las personas quieren que estés orbitando alrededor de ellos, y en casos de excesos de confianza, hasta de utilizar nuestras pertenencias como de ellos, si no les ponemos freno.

Pero quienes si no tienen límites para influenciar y afectar nuestra vida son los demonios. Ellos no piden permiso, sencillamente nos confunden, atacan, nos tientan continuamente, y tratan de evitar que nos vayamos de su dominio. Pero, en contraste con esto, vemos a Cristo que nos dice: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. No se impone ni fuerza su presencia, en respeto a nuestro libre albedrío. Él se queda esperándonos, nos llama y crea maneras de que le conozcamos, usa personas para que sepamos quién es, lo que ha hecho por nosotros, y lo que nos ofrece. Si alguien decide dejarle entrar a su vida, entonces Él viene y tiene comunión con nosotros, como proceso gradual y progresivo. Así se rompen las cadenas que nos atan a los demonios y que ya aceptamos tácitamente, sin percatarnos de ellas siquiera.

Hoy Cristo sigue llamando y está dispuesto a entrar en tu vida. Teniéndolo, todo se hace diferente. Y proporciona salvación y vida eterna, además de paz y protección en estos tiempos convulsos. Sea si nunca Lo conociste, o si estás apartado en estos momentos, esta puede ser la mejor decisión que tomarás en este año. ¡El Señor te bendiga!

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Oración personal

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”

Mateo 6:6 RVR1960

Lo que llevamos por dentro, lo que realmente mueve nuestro corazón, de una manera u otra se exterioriza. Quien es un cristiano regenerado lo demostrará a todos, aunque no sea su intención. Pero existe otro tipo de personas, aquellas que no experimentan una relación verdadera con Dios, y aparentan hacerlo.

En tiempos de Jesús había fariseos, maestros de la ley, que acostumbraban a orar a grandes voces en la calle y en las sinagogas, con el objetivo de que las personas los vieran y se admiraran de sus bellas palabras más que de realmente tener comunión con Dios. De ellos, Cristo dijo que ya habían obtenido su pago. Sin embargo, el Mesías aconseja: Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Independientemente de que hemos catalogado la oración en diversos tipos, ya que en realidad la oración es sencillamente comunicarse con Dios, debe caracterizarse por ser modesta y humilde. Y una oración personal pretende tener intimidad con el Padre Celestial. Allí volcamos nuestro ser delante de Él, nos humillamos, exponemos nuestras debilidades, presentamos nuestros más secretos problemas e inquietudes, aunque solo sea con nuestro pensamiento, porque no necesitamos proferir palabra. Y ahí es donde crece nuestra relación y dependencia con el Altísimo. Y aunque cada momento es oportuno y cada lugar propicio para comunicarnos con nuestro Dios, nuestra oración personal no debe ser a grandes voces, para que todos oigan lo espirituales que somos, porque pierde su razón de ser.

A lo largo de nuestra vida cristiana, tendremos que interceder por enfermedades y dificultades de nuestros hermanos, por unción y porque sean tocadas las almas, pero eso no puede ser todo. Dios te espera para tener comunión contigo, sin apariencias, sin grandes palabras, solo a ti. ¡El Señor te bendiga!

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Oren sin cesar

“Orad sin cesar.”

1 Tesalonicenses 5:17 RVR1960

Los seres humanos somos seres sociables, y utilizamos la comunicación oral y escrita para intercambiar ideas, información y relacionarnos entre nosotros. Según investigaciones, las mujeres hablan de veinticinco mil a treinta y dos mil palabras al día, mientras los hombres oscilan entre doce mil y quince mil. Al conversar expresamos nuestras emociones, dudas, preocupaciones, y sentimientos, del mismo modo en que nos interesamos por las de los demás. Es nuestra manera de pedir auxilio, agradecer, ayudar, defender, describir, mostrar empatía, hacer amigos.

Pero de la misma manera que nos comunicamos entre nosotros para cada aspecto de nuestra vida, los cristianos necesitamos ese mismo tipo de interacción con Dios. Y la única manera de hacerlo es orando. Esta oración puede ser hablada o mental, pero es la manera de establecer comunión con el Altísimo. Pablo escribe a los tesalonicenses un grupo de recomendaciones, y entre ellas, les dice: Oren sin cesar. Sea en tiempos de paz, dificultad, alegría, tristeza, serenidad, ira, calma, dolor, enfermedad, luto, en cualquier circunstancia debemos orar. De la misma manera en que nos es necesario hablar con otras personas para desahogarnos, es imprescindible que hablemos con Dios y le contemos nuestra situación. La gran diferencia es que de este modo tendremos ayuda, comprensión, defensa, protección, respuesta y solución. Pero también estrechamos la relación que nos uno al Creador del universo, Aquel que puede hacer todo por nosotros y creó la manera de que podamos tener una comunicación que trasciende barreras y dimensiones conocidas.

Como mismo nos comunicamos con otras personas, así quiere Dios que tengamos comunión con Él, que le contemos nuestras preocupaciones y alegrías, que en cada momento del día tengamos un momento para hablar con nuestro Padre. De esto depende nuestro crecimiento, madurez, reconciliación y salvación. ¡El Señor te bendiga!

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La comunión de Dios

“La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto.”

 Salmos 25:14 RVR1960

El término comunión es bastante amplio, y surge de la unión de las palabras común y unión, por lo que uno de sus significados según la Real Academia Española es la participación de dos o más personas en algo común; también es trato familiar; comunicación de unas personas con otras, y por extensión, la comunión en la iglesia la participación que los fieles tienen y gozan de los bienes espirituales, como partes y miembros de un mismo cuerpo.

Una de las mayores pretensiones de un creyente es tener comunión con Dios, una relación estrecha en la cuál se pueda buscar y encontrar Su rostro, poder sentir verdaderamente Su presencia. Pero puede suceder que por años las personas no hayan encontrado este acercamiento, y no se conoce la razón del por qué. Vemos en la Biblia que el salmista declara: La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto. Y esta es una de las más importantes condiciones para tener amistad con el Altísimo: el temor u obediencia. No podemos basar una relación con el Todopoderoso en faltas de respeto, mentiras, hipocresía y desobediencia; sino en humildad, y obediencia reverente, reconociéndole por quién es y lo que representa para nosotros.

Solo mediante una correcta actitud de vida, obediencia y respeto podemos tener comunión con Dios. Él quiere que nos acerquemos confiadamente, pero no podemos olvidar que es el Creador del universo. El privilegio de llamarle Abba o Padre hay que ganarlo mediante la sujeción a Su voluntad. Solo así tendremos verdadera comunión íntima con Él, y podremos conocerle, y nos será revelado nuestro propósito, ministerio y muchas otras cosas que desconocemos.

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El que va a Cristo

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.”

Juan 6:37 RVR1960

Cuando somos recién convertidos, estamos en el primer amor, y tenemos tal alegría por dentro que queremos que todos la compartan. Hablamos del Mesías a todas las personas y queremos que experimenten lo mismo que nosotros. Cuando las personas no quieren escuchar, o son reacias a aceptar a Cristo, nos podemos molestar. ¡Queremos de todos modos que ellos también experimenten la salvación y se aparten del pecado! Pero olvidamos que no somos nosotros los que hacemos que las personas comprendan las verdades espirituales.

Esto suele suceder también con grupos de evangelismo y predicación noveles, y algún que otro líder o pastor que inicia, que consideran que es su forma de predicar o argumentar la que hará que las personas sean más dadas a aceptar a Cristo. Jesús habla a los que le escuchaban y les dice: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Las personas a las que Dios ha tocado su corazón, que son convencidas por el Espíritu Santo, van a Cristo como único modo de salvación. No hay otra vía. Y estos, sean quienes sean, tengan el pecado que tengan, son aceptados por Cristo. Siempre y cuando se acerquen con arrepentimiento, humildad y deseo de ser perdonados, el Mesías nunca los apartará.

No importa que hayas hecho, Dios quiere que seas salvo. Si reconoces que eres pecador, has hecho el mal y quieres apartarte de ello, Dios ha hablado a tu vida. Nunca se te reprochará ni se te apartará por lo que sucedió antes, si tu arrepentimiento es genuino. Cristo está dispuesto a recibirte, perdonarte y que tengas comunión con Él.

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Confesando que Jesús es Hijo de Dios

“Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios”

1 Juan 4:15 RVR1960

Nuestro Dios es un ser espiritual y esta característica hace que, al no ser capaces de verlo, podamos dudar de si Su presencia está con nosotros. Cuando llevamos poco tiempo en Sus caminos, o quizás si llevamos ya tiempo, pero no nos hemos decidido a tener una relación íntima con Él, puede que tengamos esta incertidumbre. Sin embargo, alguien que ha experimentado una relación fraternal cercana con el Altísimo, sí es capaz de sentirlo a su lado, y no sabe cómo vivir la vida sin Él.

Con todo, Juan es claro cuando dice que todo aquel que confiese que Jesús es el hijo de Dios, el Padre permanecerá en él, y él en Dios. No es una confesión cualquiera, de los labios hacia afuera, sino con certeza y seguridad, de una vez y por todas, dando testimonio de que Cristo es  el Unigénito y el salvador de la humanidad, tendrá la presencia del Todopoderoso en su vida, y teniendo parte con Él, pudiéndolo llamar Padre, experimentando un trato cercano, afable y protector.

Depende de nosotros dar este paso. El Señor lo ha dispuesto todo en favor nuestro y se alegra cuando decidimos reconciliarnos con Él. Y el camino y única vía de reconciliación es mediante Jesucristo. Reconocerlo, confesar quién es, y Su naturaleza divina, no es más que un acto de gratitud por quien dio su vida en rescate nuestro. Por Su muerte podemos nosotros vivir.

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Miembros del cuerpo de Cristo

“así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”

Romanos 12:5 RVR1960

Es frecuente que en los centros de trabajos el personal de servicio y de seguridad sea discriminado por el resto de los trabajadores. Se les ve como inferiores, y ese es el trato que se les da, llegando a veces a ni siquiera contestarles el saludo. Sin embargo, en sus hombros descansa la primera imagen de la empresa, perceptible por su higiene, y la salvaguarda de medios y recursos. Cada empleado, sea cual sea su plaza, forma parte de esa entidad y cumple funciones importantes, del mismo modo que un órgano o miembro en el cuerpo humano.

Esta misma comparación es empleada por Pablo cuando habla de los creyentes acerca de que nadie debía creerse superior a otro, y les dice que del mismo modo que en un cuerpo hay muchos miembros y que no todos tienen la misma función, de esa manera, nosotros, siendo muchos, somo un cuerpo en Cristo, y todos miembros unos de otros. La importancia que reviste que cada quien tenga una función específica se fortalece al que unidos todos, con la vista puesta hacia el Reino de los Cielos, podamos impactar con nuestros dones en el mundo que se pierde y serles testigos al Mesías, pero cada quién en su área de servicio.

Es también vital que, como miembros afines, unos de otros, tengamos comunión, que nuestros dones sean puestos en servicio de nuestros hermanos en la fe, que exista unión, empatía, confraternidad, amor, cuidemos los unos de los otros y seamos capaces de vernos como lo que somos: una gran familia. Llegados a este punto, podremos verdaderamente dar testimonio de la obra de Dios en nosotros, y unánimes, ganar el mundo para Cristo.

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El yugo desigual

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?”

2 Corintios 6:14 RVR1960

Las relaciones sociales para los cristianos son un tema sensible. Cuando eres recién convertido, hay muchas personas a tu alrededor que se relacionaban directamente contigo, incluyendo conocidos, amistades, y con quien tenias intención de iniciar una relación sentimental, quizás ya un cónyuge. Con ellos habían muchas cosas en común, pero a medida que va pasando el tiempo y vas conociendo más de Dios, gradualmente percibes que los intereses no son los mismos. Los temas de conversación, objetivos y proyecciones ante la vida son diferentes.

En muchas ocasiones, se trata de mantener una posición intermedia, siendo creyente e inconverso a la vez, tratando de congeniar estos dos mundos, y a veces, planes de iniciar un negocio con alguien, esa persona con quién querías casarte u otros aspectos de relevancia en tu vida, tratas de mantenerlos sin percibir lo mucho que has cambiado, y que continuarás haciéndolo.

Pablo escribe acerca de esto, usando una figura simbólica de un precepto de la ley en el que se pone como ejemplo arar con distintos animales. Uno será más eficiente, y otro no podrá soportar el rigor del trabajo. Continúa diciendo que no existe compañerismo de la justicia con la injusticia o de la luz con las tinieblas. Estas palabras podrían sonar muy fuertes, pero ciertamente ya hay aspectos que usted como cristiano no está dispuesto a aceptar o hacer, pero que un inconverso no tendría reparos en realizar. Pero más que todo, su percepción del mundo, la vida, los valores éticos-morales cambiaron completamente. Puede ser objeto de burla, criticado, cuestionado y apartado por su creencia. A veces tratamos de convencernos de que nuestra influencia en ellos hará que acepten a Cristo, pero son pocos los casos en los que esto sucede, frecuentemente las personas que creen esto, son arrastradas de nuevo al mundo.

Un cristiano no debe rechazar a los inconversos, pero si debe preferir a los que tienen igual perspectiva. Si desea iniciar un negocio, busque entre sus hermanos en Cristo. Si desea una pareja, búsquela entre personas de su misma fe. Y sobre todas las cosas, incluya a Dios en las decisiones que va a tomar. Él le ayudará a no equivocarse, y posibilitará que todo llegue a un feliz término.

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La oración a Dios

“Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.”

Mateo 6:7 RVR1960

La oración es el modo de comunicación directa que tenemos los cristianos con Dios. Constituye el centro de la vida espiritual, y es esta la razón por la que debe ocupar un lugar central en la vida de un creyente. Pero es a la vez uno de los aspectos más descuidados y que menos atención se le da.

Nuestro primer paso en la vida cristiana, es una oración en la que reconocemos que somos pecadores, nos arrepentimos de nuestros pecados, y aceptamos a Jesús de Nazaret como Señor y salvador, pero usualmente entendemos muy poco de lo que está pasando y escuchamos palabras que nos resultan extrañas. A continuación, se nos dice que debemos orar para hablar con Dios, y que es muy importante, pero nadie nos dice cómo, no se recibe una pequeña preparación para orar adecuadamente. Es común escuchar que ‘orar es hablar con Dios’, pero al tener como referencia las oraciones que se hacen por creyentes que llevan tiempo en esto, se nos puede formar una confusión, por el uso de palabras de otros idiomas y que son de uso frecuente en el entorno de la iglesia, el uso de términos que a veces ni siquiera son correctos, pero se emplean al orar en voz alta, y extensas oraciones en las cuales hay frases que se repiten una y otra vez. Por repetición, comenzamos a orar como esas personas, sin saber qué hacemos, pero ya se nos escucha similar al resto de los feligreses.

En esta porción del evangelio según Mateo, Jesús de Nazaret está hablando acerca de cómo orar. ¿Quién mejor que Él para ilustrarnos acerca de esto? Nos dice que no usemos repeticiones vacías, como los gentiles, que piensan que por usarlas y agregar palabras rebuscadas serían oídos. En la época del Mesías era frecuente que los extranjeros que habían allá, griegos, romanos, entre otros muchos pueblos, utilizaran oraciones preelaboradas y las repitieran una y otra vez. Esta costumbre se mantiene en la actualidad por hindúes y mahometanos. Cristo está aclarando que estas repeticiones no tienen ningún impacto en la calidad de la oración.

En la oración confluyen varios aspectos que hacen que sea efectiva: la intervención del Espíritu Santo como canal de comunicación, la disposición de Dios en escucharnos, y su conocimiento de lo que necesitamos antes de que lo pidamos, la solicitud de Jesús de que las cosas pedidas sean hechas en Su nombre. Todo esto unido hace que de nuestra parte lo más importante sea nuestra motivación a orar y tener comunión con nuestro padre Celestial, no cuantas veces repetimos lo mismo, o que tan rebuscadas palabras usemos.

Hay distintos tipos de oración, los cuales, si bien pueden darse por separados, lo más frecuente es que en una oración se pase por la mayoría de estas categorías: acción de gracias, adoración, confesión, arrepentimiento, intercesión, meditación, petición, entre otras. Con todo, el primer paso es hablar con nuestras propias palabras, como hablaríamos con nuestro propio padre, teniendo claro el propósito de la oración y dejando que el Espíritu Santo nos guíe en este momento de comunión con Él.

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