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Corramos la carrera sin pecado y con paciencia

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.”

Hebreos 12:1 RVR1960

Una de las modalidades deportivas que más admiraban las personas en la antigüedad, y que aún continúa atrayendo espectadores es el atletismo. Llama la atención la perseverancia de los corredores, como se sobreponen al agotamiento y los obstáculos que su propia mente les pone de que abandonen, que lo dejen todo para otro momento y descansen. Pero cada quien continúa y hace su mayor esfuerzo para llegar a la meta.

Mientras corren luchando contra el desánimo, el cansancio, los elementos, las leyes de la física, hay muchos espectadores que siguen cada uno de sus pasos hacia la meta, algunos animándolos, otros deseando que fallen para que gane su corredor favorito, pero la proporción de los que miran si abandonan, si se equivocan, si terminan, contra los que están corriendo es inmensa. El autor de Hebreos dice: Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Y es que cada cristiano es como un corredor de carreras de larga distancia. Es por eso que se nos sugiere que nos libremos de todo peso que nos enlentezcan, como son los viejos hábitos que teníamos; y de todo pecado. Continúa diciéndonos que perseveremos y corramos con paciencia, teniendo en cuenta que habrá muchas personas mirándonos y listos para criticarnos, señalarnos las dificultades o burlarse, pero más que centrarnos en ellos, debemos enfocarnos en la meta final.

Siempre habrá personas pendientes de nosotros, y dedos listos para alzarse a señalarnos. Por eso nuestro testimonio debe ser lo mejor posible, sin pecado ni pesos que nos retengan, no por lo que puedan decir de nosotros, sino por agradar y glorificar a Dios con nuestras vidas. ¡El Señor te bendiga!

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Cuidando la salvación

“sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.”

1 Corintios 9:27 RVR1960

Suele compararse la vida cristiana como una carrera de larga distancia, en la que la resistencia es fundamental, tomando como referencia el recurso literario usado por Pablo (1 Corintios 9:24, 26, 2 Timoteo 4:7 RVR1960). Muchos comienzan en la vida cristiana con furor y emoción, pero al poco tiempo van menguando, y los hay que terminan apartándose. Otros logran ir con paso constante, marcando el paso de los que vienen detrás, pero la falta de concentración ante los dolores, las distracciones que pueden aparecer en el camino, o perder de vista la meta final los podría llevar a abandonar la carrera, que, en este caso, sería apartarse de los caminos de Dios.

Aunque a veces se considera que la salvación no se pierde, Pablo en este pasaje dice: sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. En el versículo anterior agregó también el pelear, pero ahora dice que golpea su propio cuerpo. En este combate metafórico se golpea a sí mismo, no de forma literal, sino expresando así que retiene y mantiene bajo control su egoísmo natural, sus deseos carnales y la vieja naturaleza, poniéndolo al servicio de otros en vez de a los suyos propios. Agrega su preocupación de olvidar el objetivo final de alcanzar la salvación y ser apartado por Dios, aún cuando él había llevado a otros a los pies de Cristo, y que habiendo animado e instado a que se mantuvieran en los caminos de vida, él mismo terminase fuera de ellos. Y tristemente, hay muchos que fueron líderes y canales de bendición para otros que han terminado apartados, de regreso en el mundo y en pecado.

La libertad que tenemos en Cristo no puede convertirse en libertinaje. Debemos mantener la vista en nuestra meta, sin permitir que los obstáculos, distracciones y nuestra propia naturaleza nos haga perder la salvación y apartarnos de los caminos de Dios. ¡El Señor te bendiga!

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Acabando la carrera

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”

2 Timoteo 4:7 RVR1960

Cuando nuestra vida va llegando al final, es frecuente preguntarnos si ha tenido significado. Algunas personas se preguntan si hicieron todo lo que querían hacer, si se dieron todos los gustos que podían. Otros buscan algo más de sentido, más duradero que solo complacer sus deseos, y tratan de dejar una huella, una impronta para los que vienen detrás. Se quiere escuchar si lo vivido valió la pena, si otros lo recordarán por sus logros y resultados. Pero hay quienes ven si han logrado perseverar en el camino trazado por Dios, y si hicieron todo cuanto estuvo en sus manos por agradar al Padre Celestial.

Vemos en esta porción de las Escrituras al apóstol Pablo, anciano y conocedor de su final cercano, haciendo una evaluación de su vida, y satisfecho con ella. Nos dice: he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Él militó en las fuerzas del cuerpo de Cristo, líder y plantador de iglesias, conocedor de haber hecho todo lo posible por influir en la conversión de almas y crear seguidores fieles. Como corredor de largas distancias, no estuvo esforzándose un momento intensamente, sino que se mantuvo perseverando, y a pesar de las dificultades, persecuciones y prisiones, no abandonó como muchos otros hicieron, sino que corrió largamente, hasta llegar a la meta. Pero también se mantuvo aferrado a la fe, luchando porque otros no se apartaran de la sana doctrina, corrigiéndolos, aconsejándolos, velando por los demás, y siempre celoso porque se mantuvieran las personas buscando el rostro del Mesías.

Como el apóstol, vivamos con la meta de nuestra carrera puesta en el reino de los Cielos, que podamos estar seguros de haber estado pendientes a la voz del Espíritu Santo, receptivos a Sus indicaciones y cumpliendo lo que es necesario hacer. Que hayamos peleado en el bando ganador de esta batalla espiritual, y que nuestra fe sea lo que nos permita vivir todos los días de nuestra vida. De este modo podremos estar satisfechos cuando miremos nuestras acciones pasadas, sabiendo que nuestras vidas tuvieron sentido y que Dios nos recibirá con los brazos abiertos.

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