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Las buenas obras descienden de lo alto

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.”

Santiago 1:17 RVR1960

En la actualidad nos encontramos en un mundo de tinieblas, en el que es raro encontrar a alguien dispuesto a hacer buenas acciones en favor de los demás desinteresadamente. Pero existen quienes actúan en aras del bienestar de otros, y, si no son cristianos, muestran orgullosos que ellos si hacen por los demás y no necesitan ser creyentes para ello. Se encuentran satisfechos por el hecho de que lo hacen sin que tenga nada que ver con Dios, y agregan que conocen feligreses que no lo hacen.

Y en esto tienen parte de razón. A veces los cristianos no somos canales de bendición a otros, y algunos inconversos se conmueven y ayudan a los más desfavorecidos. Pero Santiago es claro cuando declara: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Sin importar quién sea el que tenga el acto de bondad, el que toca el corazón de las personas y los lleva a hacer el bien es Dios. Cualquier actuación que traiga luz a este mundo de tinieblas no está relacionada a lo buenos que somos los seres humanos, sino a que el Altísimo nos ha usado para bendecir a alguien con nuestras pertenencias o nuestras capacidades. Él es luz, y permanece siéndolo por siempre.

No hay motivo de orgullo o autocomplacencia en hacer algo en favor de los demás, cuando esto ha sido motivado en nosotros por Dios. Como cristianos, debemos procurar ponernos en manos de nuestro Padre para que hagamos el bien a otros, usemos nuestros talentos para ponerlos en función de los demás y alcanzarlos para que ganen la salvación. ¡El Señor te bendiga

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Considerando a los hermanos

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.”

Hebreos 10:24 RVR1960

Una de las mejores formas de crecimiento personal es mediante la comparación y competencia sana. Encontrarnos en circunstancias en las que solo tenemos en cuenta nuestro conocimiento o dominio de algo, nunca nos hará avanzar, pues no sabemos las habilidades de los demás. Es por eso que tener a alguien contra quien medirnos, o cuyo conocimiento nos gustaría alcanzar nos hace desarrollarnos como personas.

El autor de Hebreos dice: Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. Nos sugiere que nos valoremos entre nosotros, los unos a los otros, para que propiciemos la práctica del amor por el prójimo y las buenas obras. De este modo, si veo que alguien tiene un comportamiento mejor que el mío en cuanto a estos aspectos, esa es la manera en la que debo comportarme, del mismo modo que mi actuar sirve de referente para otros. Así se genera un clima entre los hermanos que posibilitará un mejor testimonio y que cada quién tenga las buenas acciones del otro como referencia.

La comunión entre hermanos y que cada quién lleve al otro a sacar lo mejor de sí, permitirá mostrar verdaderamente a Cristo al mundo. Animémonos y motivemos la realización de buenas obras y demostraciones de amor al prójimo. ¡El Señor te bendiga!

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Llevando muchos frutos

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.”

Juan 15:8 RVR1960

Como cultivadores, nos agrada mucho cuando nuestros árboles y plantas traen muchos frutos. Nos alegra saber que hemos trabajado arduamente y que esos meses de sudor no han sido en vano, hay un resultado visible. Pero como padres, también nos complace ver nuestros hijos siendo reconocidos por su educación, buenos hábitos y modales. Su comportamiento habla por sí solo de nuestra labor como padres.

Una circunstancia similar se plantea en este pasaje, en el que Cristo dice: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Los frutos de los que se habla es el que proviene del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23, Efesios 5:9 RVR1960), y que mientras exista una trasformación en nosotros, podrá exteriorizarse en nosotros y ser percibidos por los demás. Nuestro comportamiento, las obras que hacemos, y nuestra vida en general, dan testimonio de Dios y glorifican Su nombre. Y cómo mismo un padre que ha dado todo por sus hijos espera que ellos actúen adecuadamente, también nuestro Padre Celestial.

Nuestras acciones hablan más que las palabras que seamos capaces de decir. Más que lo que decimos, la gente nos observa prontos a criticar. Impactemos con frutos del Espíritu Santo visibles en nuestras vidas. Actuemos y obremos como embajadores de Dios, para que Sus grandes hechos sean perceptibles en nosotros. ¡El Señor te bendiga!

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Así alumbre su luz

“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Mateo 5:16 RVR1960

Como padres, nos alegra mucho que reconozcan el buen comportamiento de nuestros hijos. Cuando se elogia sus buenos modales, la manera adecuada de conducirse, si tienes buena participación o buenas notas en clases, nos hace sentir orgullosos, y las personas reconocen el buen trabajo que hemos hecho en su educación. Por transitividad, el comportamiento de nuestros hijos habla de nosotros, los valores que inculcamos, la atención que les brindamos.

En el Evangelio según Mateo, Cristo dice: Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas obras, y glorifiquen a su Padre que está en los cielos. La referencia a esta luz en los seguidores de Jesús de Nazaret tiene una implicación externa, es algo visible, que puede percibirse y experimentarse. Los actos de bien y buenas obras, son una manifestación que irradia de nosotros, que se exterioriza producto a lo que llevamos dentro. Las personas a nuestro alrededor son capaces de percibir esta diferencia en nosotros, y es que se produce una transformación cuando tenemos la presencia de Dios en nuestras vidas.

Del mismo modo en que la actitud los hijos dan testimonio de sus padres, el comportamiento de los cristianos da gloria al Padre Celestial. Que se conviertan nuestros actos y obras en la manera de predicar a otros la transformación y el amor que ocasiona Dios en la vida de Sus hijos. Brillemos, para que nuestro Padre sea reconocido en todas las naciones.

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Ocupándonos en buenas obras

“Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto.”

Tito 3:14 RVR1960

Es frecuente encontrar en las iglesias cristianos que han pasado toda su vida después de su conversión sentados en los bancos del templo sin otro actuar que su presencia. Pueden ser fieles con su asistencia, pero no desarrollan ningún ministerio ni se involucran directamente en las tareas de la iglesia. Consideran que su responsabilidad es ir al templo, y solo eso. Tristemente, este es un comportamiento que está proliferando en las iglesias, y es difícil encontrar personas que sirvan a otras, que intercedan, que se conmuevan, que ayuden y soporten con sus bienes los ministerios que existen.

Misioneros, evangelistas, predicadores, maestros, muchas personas necesitan que se les cubra en oración, que se esté intercediendo por ellos, algunos pueden necesitar hospedaje, quizás donaciones en un momento determinado en el que inicia su ministerio en una región inhóspita. Vemos que Pablo le escribe a Tito: y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto. Y es interesante esto: un creyente que va a un templo a sentarse en un banco y escucha una prédica, ¿cómo ministra a los demás? Él está siendo ministrado allí, pero al no involucrarse, no participar de más nada, ¿cómo está mostrando a Dios en su vida? Hay viudas, huérfanos, ancianos, desvalidos, personas necesitadas, muchos a los que podemos llegar con nuestros servicios, con ofrendas, con nuestra predicación.

Debemos aprender a hacer buenas obras por los hermanos en Cristo que sus ministerios requieren que los apoyemos, quizás brindando nuestra casa, quizás aportando algo. Pero también muchas personas tienen necesidades y precisan de auxilio. No podemos permanecer sentados indolentes, es hora de comenzar a hacer por los demás, y demostrar así amor por el prójimo. De este modo, será evidente el fruto del Espíritu Santo en nosotros.

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Sujetos a la autoridad

“Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra.”

Tito 3:1 RVR1960

Tras las situaciones que se han vivido en los últimos tiempos, que demuestran de la mala capacidad de gestión de los gobiernos, la pobre respuesta a crisis nacionales y la falta de criterio, toma de decisiones y sentido común de las figuras de poder, los habitantes de cada país se cuestionan si verdaderamente representan sus intereses. El descontento ha subido a escalas alarmantes, y muchos consideran que los gobiernos actuales son incapaces de dar respuesta a sus necesidades. Protestas en las calles, manifestaciones y hasta agresiones han tenido lugar, siendo convulso el tiempo que nos ha tocado vivir.

Los cristianos no somos ajenos a lo que sucede en los países, y a veces se pierde la paciencia con lo que sucede en nuestras naciones. La inseguridad, zozobra, la falta de equidad y justicia hacen mella, y no pocos se han visto inclinados a sumarse a este descontento generalizado, llegándose al extremo de verse grupos cristianos liderando movimientos de protesta.

Pablo escribe a Tito, y le recalca algo en este pasaje para que comunicara a los creyentes: que se sujetaran a los gobernantes y autoridades, que obedezcan y estén dispuestos a buenas obras. En este tiempo, estaban sometidos al dominio romano, y había tendencia a rebelarse en contra de las prácticas paganas y la opresión del imperio. Pero el apóstol les recuerda un principio cristiano reconocido en teoría por todos, pero llevado a la práctica por pocos: la sumisión a los poderes existentes. Las estructuras de gobierno y figuras de autoridad, buenas o malas, son permitidas por Dios, y en las historias bíblicas vemos que han servido a un propósito divino, que podemos no comprender al inicio, pero siempre responde a un plan a mayor escala.

Como cristianos, no estamos llamados a la rebeldía, sino a ser pacíficos. La obediencia a las autoridades debe ser voluntaria, y solamente cuando se atacan nuestros principios como cristianos, podemos desobedecer. Un cristiano no debe estar inmiscuido en política, no debe estar llevando a cabo protestas, sean pacíficas o no. Recuerde que nuestra nación está en los cielos, nuestra ciudadanía no es terrenal, y diferencias de partidos políticos no deben dividir el cuerpo de Cristo.

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