“y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.”
Juan 10:28 RVR1960
Las personas que son responsables de cuidar bienes de otros no pueden tomar decisiones sobre ellas, aunque se sientan responsables, y lleguen a quererlas como suyas propias. Los que pastorean ovejas de alguien más, no pueden evitar que les quiten de su rebaño, y su opinión no es tomada en cuenta, pues alguien más es su dueño. Aun un oficial que tiene soldados bajo su mando, no puede hacer nada si su superior determina que debe transferir sus fuerzas a otro jefe. Y son tantos los casos en los que a veces ni nuestra propia vida está en nuestras manos, dependiendo de la voluntad de alguien más, que a veces podemos llegar a sentir que no nos pertenece.
Pero, a diferencia de cualquier otra religión, o aspecto de la vida, hay algo que se mantiene firme e inamovible, y esto es la decisión de Cristo hacia nosotros. En este pasaje, vemos que dice: y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Jesús habla de los que le siguen y reconocen Su voz, aquellos que obedecen, que no se dejan confundir. Dice que nos da vida eterna. No es en el futuro, sino desde ya. Afirma que no moriremos jamás, pero no referenciando la muerte física, pues necesitamos librarnos de este cuerpo pecaminoso para podernos presentar delante del Padre Celestial, sino que no seremos separados nunca de Él, y agrega que no hay fuerza en este mundo que pueda arrebatarnos de Su mano, ni demonios, ni el mundo, ni enfermedades, ni catástrofes, ni siquiera la muerte, porque estará con nosotros y somos de Su pertenencia. Solamente nuestra propia decisión es la que nos puede alejar.
Las promesas de Dios para nuestra vida son inquebrantables. Y Cristo nos asegura vida eterna, que no habrá muerte permanente para nosotros y de que nadie nos apartará de su lado, si decidimos seguirle. Aferrémonos a sus palabras, y no nos separemos jamás. ¡El Señor te bendiga!
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Minutos con Dios 