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Amando a los enemigos

“Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen.”

Lucas 6:27 RVR1960

Un enemigo (lat. inimicus no amigo) es una persona que es contraria o adversa a uno, que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace el mal. Esto lo encontramos a menudo en nuestra vida, personas que ni siquiera sabemos que lo son nuestros enemigos, que nos aborrecen y hacen cuanto esté en sus manos para que tengamos dificultades o un pésimo día. Los motivos pueden ser disímiles, desde la envidia, celos profesionales, hasta que sencillamente no les resultamos agradables. En el caso de los cristianos arrecia la situación, pues a veces se toma como algo personal si sienten que se les afecta o cuestiona sus estilos de vida. Pero cristianos o no, cada quien tiene enemigos con quienes lidiar.

En este pasaje, vemos que Cristo nos manda a hacer algo que resulta muy difícil: Pero a ustedes los que oyen, les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los aborrecen. ¡Qué difícil de hacer! Una persona constituida enemiga nuestra no aceptará nada de nosotros, y pagará cualquier bien que se les haga con mal. Ya cada acción de nuestra parte va a ser mal vista e interpretada erróneamente. Por otro lado, a nosotros mismos nos resulta desagradable hacer algo en favor de los que nos odian. Pero Cristo está diciéndonos que hagamos algo que ya Él hizo. Cuando entre las multitudes había quienes lo detestaban, también por ellos dio Su vida, predicó a todos cuantos le querían escuchar, y desde la cruz oró al Padre para que no se les tuviese en cuenta el pecado que cometían contra el Hijo de Dios.

Cristo nos amó a nosotros cuando éramos sus enemigos, y nos hizo bien cuando no queríamos saber de Él. Nos corresponde hacer a nosotros algo similar por los que nos aborrecen, para que de este modo les llegue también la luz de Jesús. Y aunque resulta difícil, es Dios nos dará la manera de hacerlo y el amor por ellos. A nosotros solo nos queda estar dispuestos. ¡El Señor te bendiga! #AmarALosEnemigos,

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El que ama su vida

“El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.”

Juan 12:25 RVR1960

Cada persona tiene cosas que aprecia por encima de todo, y una de ellas, catalogada como la más preciada por la inmensa mayoría, es la vida. Mantenernos vivos es lo más importante para nosotros, hasta tal punto que no solamente tenemos mecanismos de defensa que suceden inconscientemente, sino que somos capaces de cualquier cosa por seguir con vida por un momento más.

Sin embargo, más que nuestro sentido de supervivencia, hay personas que aman su estilo de vida. Les gusta tener todo tipo de excesos, no tener ningún límite, y cometen pecado a diario, sin ningún cargo de conciencia. Están muy adaptados al mundo y sus comodidades, y no las cambiarían por nada. Por otro lado, los cristianos también prefieren adaptarse y camuflarse en el mundo, de modo en que no asumen posiciones firmes como creyentes cuando son cuestionados por su fe. De todos ellos, Cristo dice: El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Con ambigüedades, o aferrándote a la maldad de este mundo, solo conseguirás perder la vida. Pero los que reconocen la maldad contra la que se enfrentan a diario, y son capaces de dar testimonio de Cristo aun poniendo en riesgo su existencia, ganarán la vida eterna.

No es amoldándonos al mundo ni negando a Dios que lograremos prolongar nuestros días. Solamente aferrados a Cristo y dando testimonio de Él, sin importar las consecuencias, tendremos acceso a la vida eterna. No prioricemos la maldad de este mundo, sino más bien aborrezcámosla. ¡El Señor te bendiga!

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Los que aman a Dios

“Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; Él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra.”

Salmos 97:10 RVR1960

Cuando una persona decide seguir a Dios, no solamente recibe beneficios, sino que también asume responsabilidades. Una de ellas es obedecerlo y apartarse de lo que le desagrada. Del mismo modo en que haríamos con un amigo, para así seguir cultivando su amistad, o respetamos las leyes de un país para poder permanecer en el, debemos seguir las pautas trazadas por el Altísimo para poder tener comunión con Él y poder alcanzar el Reino.

El salmista nos insta, y a continuación nos recuerda sus favores cuando dice: Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; Él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra. Si verdaderamente entendemos quién es nuestro Padre Celestial, sabemos todo lo que arriesgó por nosotros, cuanto nos ha perdonado, y le amamos por lo que ha hecho en nuestro beneficio, entonces debemos apartarnos del mal, rechazar y detestar su práctica. El pecado debe ser abominable para nosotros, debemos alejarnos como de algo que nos cause repulsión. De este modo estamos haciendo una de las cosas que nos hacen estar a cuentas con Dios, y evitará que nos aleje de Su presencia. Al hacerlo, el Altísimo estará guardando nuestras almas y librándonos de las manos de nuestros enemigos y los que nos persiguen.

Diariamente tenemos persecución, ataques y asechanzas del enemigo. De todo esto nos libra Dios, y aunque a veces parece que hemos sido golpeados, el Todopoderoso nos da la salida en el momento oportuno. Si pecamos, abandonamos esta protección y nos entregamos en manos del que nos está atacando, quedándonos sin protección alguna. Seamos prudentes, alejémonos del mal y llevemos con orgullo y sin mancha el nombre de hijos de Dios.

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Amor sin hipocresía

“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.”

Romanos 12:9 RVR1960

Una de las bases de la vida cristiana es el amor. Debe formar parte integral de cada comportamiento, actuación y pensamiento. Es causa y consecuencia de cada creyente, pues por amor hemos sido salvos, y debemos reciprocar lo que hemos recibido. Se debe amar a los hermanos en Cristo, al prójimo y hasta a los enemigos. Por amor tenemos el privilegio de llamar Padre al Creador de todo cuanto existe.

Sin embargo, también es Dios el origen de este amor en nosotros. Él es quien lo pone y hace crecer, pues no forma parte de la naturaleza humana tener estos actos de bondad hacia todos. Con todo, existen personas en la iglesia que aparentan amar a los demás, y su corazón está lleno de murmuraciones, críticas, altanería, arrogancia y falta de amor. Vemos en este pasaje de la epístola de Pablo a los Romanos, que nos dice: el amor sea sin fingimiento. Aborrezcan lo malo, sigan lo bueno. Seamos veraces, y evitemos la hipocresía. Si no lo hacemos, nos mentimos a nosotros mismos, y estamos en pecado. Pero también que sea nuestro sentir apartarnos de lo malo y que los buenos comportamientos sean nuestra norma a seguir.

Si tenemos falta de amor, no lo finjamos, para quedar bien con los hombres. Por el contrario, oremos a Dios para que Él ponga en nuestro corazón este sentimiento, que no hace mejores personas, cristianos eficaces, y podemos ser testimonio de Cristo ante los que se pierden.

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